Nos propusimos establecer una ruta, tal vez imperfecta, de los vínculos directos que el astro argentino estableció en su carrera, como atleta y entrenador, con futbolistas paraguayos. Algunos de estos privilegiados nos cuentan riquísimas anécdotas en las que lo elevan al rango supremo que deportivamente, sin duda alcanzó.
Los homenajes de despedida a Maradona han sido tocantes en su patria y en casi todo el mundo. Posiblemente, los que más impacto causaron fueron los que se produjeron fuera del territorio argentino y ajenos al fútbol, como el de los All Blacks antes de enfrentar a unos Pumas inexpresivos y a los que, confirmando que el año 2020 no es buen compañero para muchos, les desempolvaron casi al mismo tiempo algunos archivos de contenido xenofóbico (contra paraguayos, incluso) que le costaron la capitanía a Pablo Matera y una suspensión a él y a dos compañeros de la selección de rugby que acababa de tocar el cielo al vencer por primera vez en su historia a los neocelandeses.
Menos mediáticos fueron los testimonios de pesar de futbolistas paraguayos que conocieron al “10” albiceleste más de cerca, por haber jugado a su lado, o por haber sido dirigidos por él.
En Argentinos Juniors
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El primero en vincularse futbolísticamente con Maradona fue Eugenio Morel (padre de Claudio, mundialista con Paraguay en Sudáfrica 2010), en filas de Argentinos Juniors, club de origen de aquel. Los unía, además de la casaca, la función ofensiva y el manejo prodigioso de la pierna zurda.
“Qué puedo decir de Diego que no se haya dicho ya. Era frotar la lámpara y surgía el genio, que hacía con la pelota lo que él quería”, recuerda Eugenio, que atesora como hecho igualmente resaltante en su carrera haberle marcado un gol de chilena a Brasil en el arco Norte del Defensores del Chaco, en la semifinal de ida de la Copa América de 1979, ganada por la Albirroja.
“Conté muchas veces en estos días esta anécdota. Estábamos concentrados en el hotel un sábado a la noche, en la víspera de un partido contra Boca, en cancha de Vélez (1980). Íbamos a cenar, cuando el compañero Vidal (Carlos Alberto, mediocampista) le muestra a Diego lo que había dicho Gatti (Hugo Orlando, arquero boquense) a un periódico, donde lo había tratado de gordito (propenso a engordar dicen otros que dijo). Maradona arrugó el diario, lo tiró al piso y sentenció: ‘A este le hago 4 goles’. Y cumplió, marcó los 4 y le ganamos a Boca 5 a 3”, rememora Morel.
Y agrega: “Él hacía dominio con pelotas de tenis, de ping pong, con tapitas de gaseosa y con botellas de plástico, nunca se le caían de los pies. Nosotros somos jugadores de fútbol también y no podemos hacer esas cosas, le decíamos, y él solo sonreía. Fue un genio, lo vamos a extrañar mucho”.
Newell’s Old Boys
Ya más cerca del retiro, luego de sus experiencias europeas en Barcelona, Nápoli y Sevilla, Maradona tuvo un paso fugaz por Newell’s Old Boys de Rosario (1993/1994, jugó solo 5 partidos), donde coincidió con dos compatriotas: Alfredo Mendoza y Carlos Luis Torres, ambos delanteros.
“Diego, como todo fuera de serie, tenía cosas inusuales, al menos para nosotros. Antes de su debut con la camiseta de Newell’s, en cancha de Independiente, su nutricionista o uno de los numerosos integrantes de equipo que lo rodeaba, le acercó un plato de budín o flan que nuestro capitán lo consumió en un minuto y encima un vaso completo de un preparado líquido de color naranja. Y entró a jugar como si nada. Nunca antes había visto algo igual”, apostilla Carlos, quien estuvo vinculado luego a otro argentino famoso, Marcelo Tinelli, en el Badajoz de España, cuando este emprendió la aventura de gerenciar dicho club.
Carlos recuerda, además que compartieron el mismo hotel (San Lorenzo) el tiempo en que la estrella estuvo en Rosario. “Una vez me pidió disculpas por no invitarme a sentarme en su mesa, que siempre estaba llena, pues tenía en equipo numeroso de personas que lo acompañaban. Su sencillez era admirable”.
Como entrenador
Maradona dirigió como entrenador su primer equipo en 1994, mientras estaba suspendido por 15 meses al haber dado positivo tras un partido contra Nigeria en el Mundial de Estados Unidos ese mismo año, hecho que su talento criollo resumió con una de sus célebres frases: “Me cortaron las piernas”. El equipo elegido fue el Mandiyú de Corrientes, donde uno de sus pupilos fue Guido Alvarenga. La magia de la zurda de este movió a que se interpretasen declaraciones posteriores de Diego respecto a las cualidades del paraguayo como que se veía reflejado en él. Lo que se reprochó en dicha entrevista fue que lo apuró mucho, porque veía sus enormes condiciones y que por eso tal vez no pudo sacarle el mejor provecho.
Más adelante, en una historia ya mucho más reciente, en la caliente Culiacán, Maradona dirigió a Dorados de Culiacán, con Luis Islas (ex-DT de Sol de América) a su lado. Coincidió con un paraguayo, hoy capitán de Guaraní, Cristian Javier Báez, con quien estableció una relación muy estrecha, reflejada en varios gestos mutuos.
“Me quedo con el Diego auténtico, el que pocos conocían, el que te abrazaba y besaba cuando llegaba para entrenar. Siempre estaba en todos los detalles. Cuando tuve problemas con el covid, fue el primero en llamarme para preguntar qué necesitaba”, referencia Báez, cuyo compañero actual en el cuadro aurinegro Gastón Servio (portero), nieto de paraguayos, también formó parte del plantel de los Dorados.
Maradona tuvo su inesperada partida cuando contaba con un vínculo vigente como entrenador de Gimnasia y Esgrima de La Plata, donde en su primer torneo tuvo a Víctor Ayala y Pablo Velázquez a su cargo. Para el actual llegó Lucas Barrios y se alejó Pablo.
“Me sorprendió en lo táctico. Me dio muchos consejos de cómo ‘perder’ al defensor rival. Insistía en que no debía picar delante de este, sino a sus espaldas, para incomodarlo. Además tocaba mucho lo motivacional, recomendándonos que pensáramos en la familia, que le dediquemos nuestro esfuerzo”, relata Pablo, que luego comentó cómo una naranja resultó la clave de un contrato millonario y fructífero: “Diego iba al gimnasio para hacer recuperación de sus rodillas y allí coincidí con él varias veces. Contó en una de ellas una historia increíble. Dijo que estaba en la casa del presidente del Nápoli (Corrado Ferlaino) esperando que se resolviera su contrato con el club italiano, tras desvincularse del Barcelona (1984). La reunión de los dirigentes se hacía larga y la espera también. Para amenizarla, se le ocurrió arrancar una naranja de un árbol y comenzó a hacer jueguitos con ella en el patio de la mansión. De pronto levantó la mirada y vio al dirigente napolitano asomarse a la ventana, donde se quedó un par de minutos admirado por el mágico espectáculo. No tardaron en llamarlo para que entrara a firmar el contrato”, que duró 7 años y le reportó a la escuadra del sur de Italia los cinco únicos títulos de su historia: dos Scudettos, una Copa Italia, una Supercopa de Italia y una Copa de la UEFA (hoy Europa League).
Fotos: Gentileza.
