La canasta mecánica

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Malas pulgas. Es aceptable estar de mal humor de vez en cuando. A mí me ataca el cabreo cuando tengo hambre o estoy con rinitis alérgica. Un amigo se pone muy irritable cuando no encuentra algo que está buscando; por ejemplo, las llaves, el control, el diario, el teléfono, etc.

La argelería constante es otra cosa, es como un covid-19 del estado de ánimo y es mejor mantener el distanciamiento social porque también suele ser contagiosa. No te hagas amigo ni compañero de gente violenta y malhumorada –se lee en Proverbios de la Biblia– no sea que aprendas sus malas costumbres y te eches la soga al cuello. Es que la gente malhumorada vampiriza nuestra energía y puede convertir una conversación o un encuentro en una verdadera pesadilla. Resulta interesante conversar con quienes tienen distintos puntos de vista de los propios, sobre todo si tienen argumentos inteligentes y saben exponerlos. Pero es insoportable toparse con pontífices de púlpito, que desde el enojo te quieren imponer a rajatabla su sermón de conocimiento, no admiten diferencias y gruñen si se les contradice.

Dejemos de confundir el mal genio con carácter fuerte. Ser cascarrabias es más bien señal de inmadurez, alguien que tiene un problema interno que le hace pensar que su importancia crece cuando logra someter a los demás. Ve rivales enemigos en cualquiera que le refute y se muestra irritable cuando sus argumentos no son aceptados. Interpreta que su entorno le respeta cuando en realidad le consiente para evitar enfrentamientos desagradables, por eso vive cómodamente a costa de la incomodidad de los demás.

Es tan agradable tratar con seres inteligentes, alegres, de buen humor, flexibles, curiosos y creativos.

Las personas que están peleadas con la vida pueden ser demasiado egocéntricas. Todo les parece poco, casi nunca las cosas están suficientemente bien, se frustran porque no consiguen lo que quieren y no consiguen lo que quieren porque su argelería les complica la existencia. Estudiosos de la conducta dicen que el enojo tiene su función, es como una válvula que cuando se abre alivia la presión a la que está sometida alguien ante una circunstancia que le afecta. Por otra parte, hay individuos que se victimizan, son inseguros, muy dependientes del mundo exterior. Reclaman una atención constante que cuando no la reciben se enojan, se sienten rechazados, no queridos. Creen que los demás les tienen que aceptar siempre y eso no tiene por qué ser así. Para peor, los argeles consiguen que poco a poco, o rápidamente, cada vez haya menos gente a su alrededor. A nadie le gusta la compañía con mala onda constante y esto retroalimenta el enojo de la persona argel a la que ya nadie le presta atención. Así que es mejor intentar cambiar aunque signifique un esfuerzo.

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Compartir ayuda y puede disipar el mal humor. En la interacción con los demás surgen visiones diferentes, otra perspectiva de aquello que genera el malestar. Para eso hay que estar dispuesto a querer cambiar, claro.

carlafabri@abc.com.py