En auto, de Bogotá a Zipaquirá, el viaje dura aproximadamente una hora, puede ser menos o más, dependiendo del tráfico que toque ese día.
Zipaquirá queda a 29 kilómetros de la capital colombiana y es uno de los centros de explotación de sal más importantes del país, por lo que es conocida como la “Capital salinera de Colombia”.

De acuerdo al guía, la sal se originó en la zona hace 135 millones de años y los indígenas de la región la sacaban del río, por encima de la montaña. El hecho de que existan túneles y socavones en Colombia data de hace 200 años, por lo que se puede hablar de minería bajo tierra ya en el siglo XIX en Zipaquirá, pero mucho antes, ya los indígenas recogían el agua salada que brotaba de la mina después de las lluvias.
Esa agua la ponían en ollas de barro y por el cocimiento se evaporaba, se cristalizaba la sal y se pegaba a la olla, y así la obtenían. Durante siglos utilizaron esta mecánica hasta que llegó al lugar un alemán que propuso entrar a la montaña, sacar las rocas y así garantizar el acceso a mayor cantidad de sal.
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Una brillante oportunidad
Con los túneles y socavones ya existentes, idearon montar la iglesia en la vasta mina de sal. A 60 metros debajo de la superficie del suelo, la primera catedral funcionó 40 años, de 1952 a 1992. Pero, al estar situada tan cerca de la capa vegetal, el agua se filtraba y, como el enemigo natural de una mina de sal es precisamente el agua y, por consecuencia, la humedad, por razones de seguridad las autoridades decidieron cerrar esa catedral. Allí nació la idea de instalar una nueva iglesia, más profunda, a 180 metros bajo tierra.
Fue así que llamaron a un concurso nacional de arquitectura y el que ganó, el arquitecto bogotano Roswell Garavito Pearl, junto con 127 mineros, transformaron la mina en una catedral digna de admiración.

A medida que uno se adentra en la mina, se presentan las estaciones de la cruz, talladas en la sal de roca. Son 14 cruces que representan la vía crusis de Jesucristo y que toda iglesia católica narra en cuadros. Sin embargo, en esta catedral, el vía crucis es simbólico. No hay pinturas, ni el rostro de Jesús, porque prefirieron utilizar uno de los signos más representativos de la Iglesia: la cruz.
Una gran obra de ingeniería precisamente es la inmensa cruz del altar mayor que es la más grande del mundo bajo tierra, tallada completamente en sal. Otro factor de gran admiración son las cuatro imponentes columnas que simbolizan a los evangelistas: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, que son los pilares de la fe cristiana.

Muy cerca, está el Medallón de la creación, esculpido en mármol por artistas colombianos que se inspiraron en La creación de Adán, de Miguel Ángel, que se encuentra en la Capilla Sixtina.
Como en toda iglesia, la eucaristía se celebra dos veces al día, en la capilla menor, y en la principal se hacen bautismos y bodas así como misas especiales en Semana Santa y fiestas patronales.
Una mina de sal nada convencional
La nueva catedral tiene 27 años y se ha convertido no solo en un lugar de fe, sino de turismo mundial. A esta mina pueden ingresar 2.000 personas a la vez sin que haya problemas de oxígeno.

En 2022, más de 584.000 personas visitaron el lugar logrando un récord luego de ocho años. La entrada para un extranjero tiene un costo aproximado de 22 dólares.
Además del lado religioso, en el lugar se montaron varias tiendas gastronómicas, de souvenirs y joyería en oro y plata, con piedras de esmeralda, que también producen en Colombia.

Independiente a la creencia que uno profesa, el lugar invita a la reflexión, en un espacio inmenso en el que la ingeniería humana sobresale con una obra tan magnífica en donde la naturaleza también despliega su fuerza monumental. La Catedral de sal no tiene desperdicio.
