El padre Marciano Toledo, historiador de Caacupé, recuerda siempre que el origen de la Virgen intercesora de los Milagros está estrechamente unido a un nombre sencillo y casi perdido en los documentos antiguos: José, un indio guaraní de Tobatí, converso de la misión franciscana.
Relató que según los datos históricos en 1600, José regresaba del valle Ytú cargando un gran tronco de madera cuando se encontró frente a grupos mbayá, guerreros temidos por su enfrentamiento a españoles y portugueses. Sin armas y sin posibilidad de defenderse, corrió y se refugió detrás de un árbol grueso que lo ocultó de la vista de los invasores.
En ese momento, hizo una promesa simple y profunda que si salía con vida, tallaría con esa madera una imagen de la Virgen.
Los mbayás pasaron de largo. El milagro, para él, fue evidente. Cumplió su promesa: del tronco nacieron dos tallas.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
– La mayor fue destinada a la iglesia de Tobatí.
– La menor la guardó José para su devoción personal.
Esa pequeña imagen sería la que, con el tiempo, los paraguayos llamarían Virgen de los Milagros de Caacupé.
Los misioneros jesuitas recogieron relatos que aseguraban que en el sitio donde José se refugió brotó un manantial de agua milagrosa. Ese lugar permitió que muchos guaraníes sobrevivieran el implacable calor del verano. Desde entonces, el agua, el árbol y la Virgen quedaron ligados a una misma memoria espiritual.
El historiador explicó que hay diferentes relatos, aunque la mayoría coincide en que José habría sido el autor de las tallas.
El milagro de las aguas y la imagen que llegó flotando
Años después, ocurrió otro acontecimiento que el pueblo conserva como signo de protección divina. Una enorme crecida formó lo que hoy se conoce como el lago Ypacaraí y amenazó con arrasar los poblados.
Los frailes franciscanos reunieron a los habitantes para una gran rogativa. El padre Luis de Bolaños bendijo las aguas y, según la tradición, el lago retrocedió a sus límites actuales.
Fue entonces cuando apareció flotando en una caja de madera una Imagen de la Inmaculada, que los religiosos identificaron como la talla menor hecha por José. Esa imagen fue llevada a Ka’akupé y venerada desde ese momento como Tupäsy Ka’akupé, la Madre de los Milagros.
Documentos de 1769 conservados en el Archivo Nacional confirman que el padre Roque Melgarejo donó al pueblo una imagen de la Inmaculada y un terreno para levantar un templo. Un año después, el 4 de abril de 1770, se toma como referencia para la fundación del pueblo de Caacupé.

Una devoción que es identidad
La teóloga indigenista Margot Bremer define esta historia como una “condensación simbólica-religiosa del pueblo guaraní”. José, “humilde y desconocido”, representa a cualquiera de los creyentes que caminaron por siglos entre peligros, trabajos y esperanzas, siempre acompañados por la Madre Azul.
En esta narración no hay apariciones ni mensajes.
Hay dos milagros de salvación:
– uno frente a la muerte,
– otro frente a una inundación.
Eso bastó para que la Virgen se convirtiera en la intercesora histórica de todos los paraguayos, capaz de acompañar al pueblo en guerras, epidemias, migraciones y crisis.
La Virgen original: la que casi no sale
El padre Marciano Toledo recuerda que la imagen original sale en su dia central que es el 8 de diciembre.
Esta imagen casi no sale, solo salió de manera extraordinaria cuando el papa Francisco visitó Caacupé y elevó el santuario al rango de basílica menor en 2015.
La que los peregrinos ven cada año en el novenario es la Virgen peregrina, réplica que acompaña las celebraciones.

En 1912, sus andas procesionales fueron elaboradas en plata cincelada y repujada por los Talleres de Félix Granda, y siguen siendo utilizadas hasta hoy.
El presbítero Rubén Ojeda, rector de la Basílica de Caacupé, detalló que la imagen de Tupãsy Ykuá, también es una réplica de la original, al igual que todas las imágenes que se veneran en las santerías.
Lea más: Tupãsy Ykuá: el agua que renueva la fe del peregrino
Un santuario que abraza al país y a su diáspora
Desde su inauguración formal el 8 de diciembre de 1765, la Basílica se convirtió en el corazón espiritual del Paraguay.
La fe cruzó fronteras: la diáspora paraguaya en Argentina, España y otros países levantó altares, capillas y celebraciones en honor a la Virgen de Caacupé cada 8 de diciembre, repitiendo cantos, velas, promesas y procesiones.
Es, para muchos migrantes, el vínculo más fuerte con su tierra.
Cada peregrino escribe un milagro
Hoy, miles siguen llegando a pie, en bicicleta, en carreta o en silencio. Otros llegan llorando. Otros cantando. Otros apenas caminando.
Pero todos llegan a lo mismo:
al regazo azul de la Madre de Caacupé, esa que nació del corazón de un guaraní y que nunca dejó de escuchar los dolores y esperanzas de su pueblo.
Porque, como dicen los antiguos:
“La imagen era pequeña pero su amor la hizo inmensa.”