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Mesa cotidiana

Según antiguas crónicas de viajeros que estuvieron por el Paraguay a principios del siglo XIX, las mesas de los asunceños, comúnmente estaban cubiertas con un mantel blanco con adornos de encaje de hilo de algodón. En ellas no eran raros los cubiertos de plata, aunque en las familias de menor recurso la comida se servía a la mesa en grandes fuentes de barro, a manera de sopera.

Los caldos se sazonaban con el cebo de la carne, lo que muchas veces hacía que fueran de olor y gusto desagradables, aunque la gente estaba acostumbrada a su sabor. No se acostumbraba el uso de condimentos o especias, así como tampoco beber vino con las comidas.

Un almuerzo cotidiano consistía en el mencionado caldo, además de otro con trozos de carne hervida y espigas de maíz cocido. Posteriormente, cuando era posible, un trozo de carne de ternera asada con cuero. Aves asadas o hervidas, picadillos y guisados también formaban parte de la dieta cotidiana. Los postres, generalmente consistían en un plato de miel de caña y algunas rebanadas de queso fresco.

Una de las comidas muy gustadas en la época era la olla podrida, consistente en carne de vaca, mezclada con carne de carnero, un buen pedazo de carne fresca de porcino, una morcilla, repollo, raíces de perejil, cabezas enteras de cebollas blancas, algunos dientes de ajo, menta, toronjil y garbanzos, además de pedazos de mandioca; otras comidas muy gustadas eran el locro, la mazamorra –maíz cocido en lejía y sin sal–, las humitas –maíz machacado y revuelto con tocino, carne, cebolla, convirtiéndolo en una masa, la que es envuelta en chala y cocinada en la olla–, muy apetecidos eran los choclos –mazorcas de maíz cocinadas en agua–, la carbonada –pedacitos de carne cocidos en agua y sal– y las empanadas.

El consumo de carne fresca era raro, pues debido al clima muy caluroso, se desecaban para su conservación. Los sistemas de conservación de la carne consistían en el charque –carne cortada en tiras anchas, pero de poco espesor, colocadas unas sobre otras, echando entre medio polvos de sal y cubierto con cuero, se ponía sobre ellos un gran peso para que despidieran, luego de algunas horas, todo el líquido de la carne, para posteriormente ponerlos a secar al sol, repitiendo la operación varias veces–, la cecina se diferencia del charque en que consiste en tiras delgadas de carne salada puestas a secar al sol; por su parte, el tasajo se reducía a echar unos pedazos grandes y gruesos de carne en salmuera, en que se dejaban durante un mes o más, se sacaban y, puestos a orear, se esperaba a que se secaran bastante por fuera. Posteriormente, se ahumaban como jamones.

Después del almuerzo era “obligatoria” la siesta, la que se hacía en hamacas sujetas a las gruesas paredes a través de argollas de hierro.

Inseminación artificial

Los primeros ensayos de inseminación artificial de ganados vacunos se realizaron en octubre de 1951, en la estancia Barrerito de Caapucú. Para ello, fueron contratados por la STICA (Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola), los servicios del técnico argentino A. Llorenz, a cuyo cargo estuvieron los trabajos preliminares.

En 1953 se creó el Centro de Inseminación Artificial, para lo cual se destinaron los terrenos y equipos de la extinta Granja Modelo de San Lorenzo.

En la época en que se realizaron estos trabajos, la estancia Barrerito era una de las pocas estancias donde se fecundaba artificialmente a las vacas de campo.

El origen de un barrio populoso

El populoso barrio de Zeballoscué, debe su nombre a su último propietario, antes de que el paraje pasara a manos del Estado paraguayo: Juan Valeriano Zevallos, español de nacimiento y uno de los principales protagonistas de la independencia nacional.

A su muerte, sus propiedades quedaron, como hemos dicho, en poder del Estado. Durante la época lopista, sus amplios caserones pasaron a albergar la escuela de aritmética, dirigida por Miguel Rojas, y, posteriormente, a la Escuela de Matemáticas, dirigidas por Francisco Dupuy, cuyos alumnos vivían internados en dicho lugar. Posteriormente, estos locales fueron utilizados por el ejército.

En la posguerra, estos lugares quedaron abandonados y fueron vendidos en 1883. En ese lugar funcionó una fábrica de azúcar de los señores Mestre y Goilía. Posteriormente, el terreno fue comprado por Francisco L. Bareiro, quien lo vendió a don José Fassardi, empresario forestal. En 1917 adquirió la propiedad la empresa Compañía Paraguaya de Frigorífico y Carne Conservada (del grupo Swift), a la que, a su vez, en 1923 transfirió a la compañía Liebig’s.

Debido a que muchos de los operarios de la empresa comenzaron a construir viviendas precarias en los alrededores y las propiedades de la empresa, la misma construyó viviendas y edificios para autoridades e, inclusive, una escuela, la Mauricio José Troche, habilitada en 1962.

Todas estas comodidades, con el correr de los años, resultaron insuficientes, por lo que en 1959 la empresa dividió dichas tierras en 1597 lotes y, desde el 2 de mayo de 1962, los vendió a los trabajadores a precios acomodados y a 8 a 10 años de plazo e, inclusive, aportó materiales para la construcción de las viviendas.

El servicio eléctrico, originalmente, lo proporcionaba la usina de la empresa, pero después fue conectado a la ANDE. En un espacio donado por la Liebig’s se fundó un club de fútbol, el General Caballero.

surucua@abc.com.py

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