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Ataques de tigres

Según publicaciones de la prensa asunceña, en los últimos días de mayo de 1873, un tigre ingresó a un rancho del pueblo de Areguá, donde vivían dos mujeres y un niño recién nacido.

La fiera hambrienta atacó y devoró a la mujer y su pequeño hijo.

La otra mujer pudo escapar de la fiera ingresando en un tonel que tenían cerca, donde, aterrorizada, se pasó escuchando los alaridos de las víctimas del tigre.

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En aquellos años, ataques similares eran frecuentes en los suburbios de Asunción y poblaciones cercanas.

De cervecería a cuartel

En el actual edificio de la Escuela de Formación de Sub Oficiales de la Armada Paraguaya funcionó desde el 8 de setiembre de 1907 la cervecería y fábrica de hielo La Paraguaya SA de Puerto Sajonia, perteneciente a un consorcio formado por el empresario naviero italiano Jorge Barzi, Eduardo Schaerer & Cía. Pero tuvo una efímera vida, ya que fue devorada por un incendio en 1910.

La Cervecería Nacional SA de los hermanos uruguayos Juan y Pedro Bosio, para aumentar aún más su producción, la compró en 1910 por 3.000.000 de pesos de curso legal. Esta fábrica producía diariamente 5.000 l de cerveza y 7.000 kg de hielo. Sus instalaciones y maquinarias eran las más modernas conocidas de la época. El 2 de enero de 1927, los Arsenales de Guerra y Marina se establecieron en ese lugar, dejando de funcionar este fructífero establecimiento industrial.

Platos de la desgracia

En los postreros días de la Guerra de la Triple Alianza, los desgraciados que no habían tenido el consuelo de sucumbir a las balas, los degüellos, las lanceadas y las enfermedades, y que formaban la legión de espectros que circulaban en la penosa diagonal de sangre, a partir de que se habían agotado los recursos comestibles, muerto el último perro o el último burro, solo se alimentaban con naranja agria.

Cuando no se hallaron más plantas de este cítrico, tuvieron que apelar a la piña del yvíra, al jakarati’a, al pakuri, al ka’i avati y al fruto del amba’y, a veces encontraban una que otra planta de pindó.

Del interior del tallo de esta planta, luego de romper con sumo esfuerzo la dura corteza, sacaban la fibra con la que producían, luego de molerla, una harina, parecida al aserrín, con color y gusto a arena, de desagradable sabor.

Después, tuvieron que recurrir a los sapos, serpientes, lagartos y las reinas de ysau. A los sapos y lagartos les cortaban la cabeza y los asaban. A las serpientes, previamente, les cortaban la cabeza y las asaban. Estos “manjares” eran conocidos con el nombre de “plato de la desgracia”.

A las hormigas, que en ciertas épocas del año salían provistas de alas y luego de un breve vuelo caían al suelo medio aturdidas, les sacaban las alas y, después de tostarlas, las comían, era el plato conocido como “chicharõ espadín”.

Alfarería indígena

La cerámica es una de las expresiones artesanales que denotan el desarrollo cultural de un pueblo civilizado. Una nación nómada, de cultura paleolítica, primitiva, solo produce artesanalmente tejidos o cestos y otros rústicos objetos medianamente utilitarios.

Sin embargo, un pueblo incipientemente civilizado, de cultura neolítica, de costumbres sedentarias, por lo tanto, agricultora, produce elementos artesanales que le permiten valerse de sus objetos fabricados de mayor utilidad para su desenvolvimiento cotidiano.

Una de estas expresiones artesanales de la cultura neolítica es, indudablemente, la alfarería. Y es esta una de las artesanías tradicionales de ascendencia prehispánica.

La elaboración de cacharros de alfarería era técnicamente rudimentaria y lo hacían siguiendo la técnica del colombín, una tira o cordón de barro que se va arrollando a partir del fondo, formando una vasija a medida que el barro se va secando.

Generalmente, estos utensilios de barro tenían carácter ritual y eran utilizados para enterramientos de los miembros muertos de los atyha indígenas.

Posteriormente, con el mestizaje, se perdió la función ritual de la alfarería y se fue volviendo más utilitaria.

Los primitivos kambushi mortuorios experimentaron el estrechamiento de su boca, adquiriendo, en muchos casos, las formas de las tinajas españolas –o de los botijos o cantarillas, según el caso–.

De esa manera, fue surgiendo un elemento utilitario nada refinado, pero obra del ingenio humano, que le dio forma y sentido, convirtiéndolo en una expresión primordial, original, y, sobre todo, de servicio.

surucua@abc.com.py