Mbururú, insólito y rebelde

Su nombre, Rafael Esquivel, no dice mucho. Pero cuando lo llaman por su seudónimo, Mbururú, dice muchas cosas: plástica, cartelería, grafitería y alguno que otro dolor de cabeza para la Municipalidad de Ciudad del Este. Aquí, la historia del líder de la resistencia artística.

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Por su lienzo pasan muchas cosas… por su cabeza, también. Mbururú Esquivel (37) se define como artista plástico, letrista, grafitero y dueño de su “local” llamado Graffittis en el Km 7 de esta ciudad. Mbururú tiene también una pequeña casa remolque que, de momento, se encuentra estacionada en el Km 4 de la Avda. Monseñor Rodríguez.

El remolque hace las veces de cuartel general donde Mbururú, nombre inspirado en un grupo de caciques de su Atyrá natal, diseña su plan de resistencia artística. Fuera del mismo despliega más de una veintena de cuadros de diversos temas, paisajes, naturaleza muerta y hasta un retrato del extinto dictador paraguayo Alfredo Stroessner.

Cuando no está pintando o escribiendo a encargo “Mario, te amo” en algún futuro pasacalle, Mbururú se encadena en señal de protesta por la falta de un espacio digno para las artes en la ciudad, que comparte frontera con Foz de Yguazú y Puerto Yguazú.

Antes de desembarcar en los lares esteños, Mbururú recorrió casi toda Sudamérica con su trabajo artístico. También tuvo tiempo para cruzar el Atlántico y vivir un periodo en Madrid, España, hasta donde llegó historia de amor mediante. Viajando tras Patricia López, el artista logró ingresar a la Escuela de Bellas Artes madrileña. Con ella concibió a Yamili Montserrath y con otras parejas tuvo siete hijos más: Amilcar (16), Fernando (14), Hugo (12), Celeste (12), Giselli (10), Emanuel (10) y Ariel (8).

La historia de amor terminó y con ella la estadía de cinco años en la madre patria, desde donde trajo un caudal de conocimientos para aplicarlos a su trabajo.

De su recorrido por Sudamérica encontró un espectro artístico diferente al paraguayo. “(En Paraguay) la gente no conoce y no se da cuenta de su importancia y valor. La cultura es universal, el arte no tiene bandera, no tiene religión, solo que aquí muy pocos la profesan en su real dimensión”, expresó y agregó que es ahí donde se encuentra el génesis de su lucha que aún no ha logrado los resultados esperados.

Vaivenes

En cuanto a lo netamente artístico, las manos de Mbururú son capaces de plasmar sueños, recuerdos y toda una historia. El vaivén de un pincel va describiendo con cada detalle y color lo que siente su alma y lo que quiere expresar. Mbururú nació siendo artista, como él mismo lo dice: “En el primer grado ya me di cuenta de que me gustaba pintar”. De hecho, ser artista plástico le ocasionó muchos problemas en su vida de estudiante, ya que “no quería hacer otra cosa que dibujar y pintar”. Él mismo se sorprende al notar la diferencia de su letra hecha en un cartel al de un cuaderno. “Mi caligrafía en el cuaderno es un desastre”, dice riendo.

Mbururú es la mezcla de novelista que escribe su libro y del poeta que compone sus versos. En sus obras expresa el amor, el odio, la paz, la felicidad, la tristeza, las añoranzas y todo cuanto pueda trasmitir a las personas.

“Yo pinto carretas, nuestros paisajes y todo lo que tenga que ver con la tradición paraguaya. En otros países la gente llora cuando ve mis pinturas porque les hago retroceder al tiempo y eso les gusta”.

El alma de un pintor es reflejada en los cuadros que pinta. Los trabajos de Mbururú son de paz y tranquilidad, y a veces tienen un toque de rebeldía. No todo en su vida es color rosa; tuvo que andar mucho para llegar donde está y, a pesar de todo, aún queda mucho camino por recorrer y muchas batallas que ganar. Tiene una historia larga, tan larga que no se podría describir en una sola obra, la obra de su vida.

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