El más valiente de los soldados paraguayos

Sobre algunas anécdotas y aspectos de la larga vida bélica y posbélica de un veterano de la Guerra del Chaco.

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Ramón Triay Genes fue uno de los ciento cincuenta mil paraguayos movilizados durante la Guerra del Chaco. Había nacido en Asunción en 1911, pero a los tres meses quedó huérfano de padre, por lo que tuvo que trasladarse a Carapeguá, la ciudad natal de su madre, donde transcurriría gran parte de su vida. Ramón fue el soldado «más valiente» del ejército verde olivo. No estoy exagerando. En 1934, el comerciante Hermes Sosa, residente en Uruguay, acuñó una medalla en honor a su hermano, caído en combate años atrás, el capitán Gumersindo Sosa. Era un premio al «más valiente de los soldados». La condecoración llegó a manos del entonces general José Félix Estigarribia para la elección respectiva. Este no dudó un instante y se la hizo llegar al reciente ascendido sargento Ramón Triay.

Pero vamos a los hechos. El ejército paraguayo, en agosto de 1934, estaba en plena ofensiva. A mediados de ese mes ocupó Yrendagué, Villazón, 27 de Noviembre, Huirapitindy y Algodonal. El 27 de agosto, los paraguayos llegaron a una cadena de colinas a cinco kilómetros de Carandayty. Era la cordillera de los Chiriguanos, límite natural del Chaco. Estaban a treinta kilómetros del río Parapití, límite histórico reclamado por el Paraguay. Ahí se detuvieron por la falta de agua y la necesidad imperiosa de refuerzos. Inmediatamente, los bolivianos agruparon seis regimientos para intentar encerrar a los paraguayos y aniquilarlos.

Las noticias de un ataque inminente, con superioridad de armas y de hombres, alertó a todos en el campamento paraguayo. Estaban a solo cinco kilómetros. Ramón, cabo entonces, se ofreció voluntariamente a ingresar a la posición enemiga y asesinar al comandante boliviano. Eligió para el efecto a seis de los mejores combatientes de su unidad, el Regimiento de Infantería 14 «Cerro Corá». El valiente grupo, el 2 de setiembre de 1934, tomó los uniformes de unos prisioneros bolivianos y fue armado con tres «piripipí» (armas automáticas que utilizaba el ejército del altiplano) y cuatro fusiles, además de una gran cantidad de granadas de mano («carumbeí»). La vanguardia paraguaya debía simular un ataque al escuchar disparos en el campamento boliviano, a fin de facilitar la retirada de los osados muchachos. Luego de una marcha de varias horas y guiados solo por el sentido de orientación, llegaron al campamento enemigo simulando cansancio y sed. Se convirtieron en verdaderos actores, que se caían y se levantaban, dando tumbos, pidiendo agua con voz metálica, con la lengua colgando y los ojos muy abiertos. Rodeados por los bolivianos curiosos, fueron descubiertos por un teniente, quien les intimó para que bajasen sus armas. En ese momento, los comandados por Triay iniciaron una verdadera masacre. Además de asesinar a dos oficiales, dejaron más de treinta soldados tendidos en aquel lugar (las noticias de la época hablan hasta de cien). Luego iniciaron la huida precipitada. Desde el campamento paraguayo se oyeron disparos de cañones, morteros, fusiles y bombas de mano, que facilitaron el repliegue de la pequeña unidad comando.

Ramón perdió a uno solo de sus soldados, que fue llorado durante todo el trayecto de regreso al campamento paraguayo. Llegaron todos con heridas de balas y quemaduras. El cabo Triay dio el siguiente parte: «Bajas sufridas: una. Bajas Enemigas: Un Capitán, Un Subteniente y treinta de tropa. El Comandante Boliviano no fue muerto, porque no se presentó». El objetivo principal, el de asesinar al jefe boliviano, no se cumplió, pero habían logrado retrasar la movilización boliviana, permitiendo días después el escape de toda una división paraguaya del cerco enemigo. Otros nombres que recuperamos de su pequeña unidad son el cabo Cecilio Godoy y el soldado Insfrán; el soldado caído se llamaba Juan Baños. Cuando se enteró, Estigarribia no dudo un solo instante y ordenó entregar la medalla al más «valiente» de sus soldados, la máxima condecoración otorgada al valor y al heroísmo.

La medalla única, inconmensurable, fue objeto de mi búsqueda por varios meses. Hasta que me encontré con la familia Genes, residente en Lambaré, pero con raíces en Carapeguá. Luego de recorrer esta hermosa ciudad, pude visitar la Escuela Graduada «Tte. Ramón Triay Genes», en la compañía Cerrito, en cuyas oficinas administrativas se encuentra la foto del héroe en sus últimos años de vida. También tuve la oportunidad de conocer su residencia, erigida en la década de 1950. Ramón llegó a ser objeto de varios reconocimientos por todos los presidentes de la república, desde Eusebio Ayala hasta Juan Carlos Wasmosy. Triay llevó una vida de trabajo, al lado de la mujer de su vida, doña Máxima Sosa. No tuvieron hijos, pero la familia de su sobrino, Avelino Genes, los cuidó hasta el final de sus días. Ramón falleció el 13 de marzo de 1997, y sus restos mortales descansan en el cementerio de Carapeguá, la ciudad que se animó a adoptar al más valiente de nuestros combatientes chaqueños.

Agradecimientos a Fernando Genes, quien se lleva los méritos del hallazgo.

fact78@gmail.com

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