Guerras, héroes y aventuras

Del Cid a Tarzán, de Aquiles a Indiana Jones, de Robin Hood a Han Solo, la aventura nunca muere, porque los seres humanos siempre tenemos sed de héroes. Y en épocas de agitación y violencia, cuando las comunidades se dividen por luchas internas, sobre el fondo sangriento y fratricida surgen figuras a caballo entre el hecho y el mito, superiores a las maniobras políticas y los grandes intereses económicos.

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Su mundo emocionante es el de la fantasía, que embellece la aspereza de los datos con la alegría de las aventuras. La más antigua forma de la poesía, que es la épica, encarna en tipos históricos modos universalmente valiosos de ser, como para devolver a las fuentes populares la identidad extraviada en las contiendas de los poderosos, más prosaicas y pequeñas que los anónimos sueños colectivos. Las crisis traen desencanto de los proyectos colectivos, pero los héroes los recuperan, porque los héroes están por encima de intereses privados y banderas: no hay, en ese sentido, héroes políticos, sino héroes poéticos, ya que un héroe no lucha en última instancia por un orden coyuntural, sino que es leal a sí mismo y a la comunidad a la que está unido emocionalmente y con la que comparte sus vivencias.

A comienzos de la década de 1910 Paraguay vivió un periodo violento, inestable, inseguro, que surcó de balas las calles y enlutó al país entero; se sucedieron seis gobiernos en dos años y el caos estalló en insurgencias y cuartelazos. Son los años en los que Barrett publica en Germinal “Bajo el Terror”, el artículo que lo envía al destierro en Brasil y por el cual Bertotto, director del periódico, es azotado y obligado a comer un impreso mojado en salmuera. Años de exilio, cárcel, escasez, reclutamientos forzosos, balas y explosiones, caudillos y montoneros. Los complejos intereses imbricados en el juego del poder entre partidos y las alianzas y rupturas con capitales extranjeros y nacionales que pueden mover la trama desde arriba no les importan a los héroes. En la memoria colectiva, su figura, siempre ajena a las intrigas y ambiciones políticas, solo habla de sentimientos profundos y universales e incluso en el relato histórico los mueven grandes pasiones: amor, furia, venganza, honor, justicia. Las mezquindades del poder quedan para las clases dirigentes, cuyos miembros poco son fuera de su contexto histórico, mientras que los héroes son en realidad los mismos en todo tiempo y lugar, y por eso perduran en la memoria del futuro. Porque afirman la importancia de algo humano que ha sido siempre valioso para la comunidad.

En Romancero de tierra adentro, del escritor paraguayo Hugo Rodríguez Alcalá, la aguerrida y picaresca figura del caudillo José Gill aparece en diversos episodios. De José Gill nos habla también el doctor Alejandro Encina Marín en uno de esos relatos que le hacen a uno desear fervientemente montar su caballo y cabalgar en busca de peligro y aventuras. ¡Arre, Esparta!

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