EE.UU. y el “TAIPEI Act”

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El Senado estadounidense aprobó este año por unanimidad el Taiwan Allies International Protection and Enhancement Inicitative (TAIPEI) Act, que tiene por objetivo contrarrestar la coerción de China Continental sobre la República de China (Taiwán). Expresamente establece que Estados Unidos estrechará sus lazos “económicos, de seguridad y diplomáticos” con los países que reconozcan a Taiwán, Paraguay entre ellos. Los efectos prácticos están por verse, pero es una razón más por las que a Paraguay no le conviene romper con su viejo aliado.

Esto se enmarca dentro de un rediseño de la política estadounidense con relación al coloso asiático que excede a la administración Trump y alcanza a todos los estamentos del establishment americano.

Haciendo un poco de historia, tras los primeros catastróficos experimentos sociales y económicos de Mao Zedong, como la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante, que costaron la vida de decenas de millones de personas por represión y hambrunas, la República Popular China hizo un viraje estratégico y geopolítico en los años setenta que se podría sintetizar como un alejamiento de la Unión Soviética y un acercamiento a Estados Unidos.

Eso a la postre le valió no solamente su reconocimiento internacional, con la recuperación de su asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino su espectacular desarrollo económico.

Estados Unidos e instituciones afines, notoriamente el Banco Mundial, han tenido muchísimo que ver con lo que China es hoy. Le proporcionaron tecnología, know how, recursos, inversiones y, sobre todo, le abrieron de par en par las puertas del mundo.

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En gran medida lo hicieron con el objetivo de dividir el bloque comunista durante la guerra fría, pero también con la idea de que una China próspera no solo proporcionaba amplias oportunidades de negocios, sino que, a la larga, tendería a democratizar su sistema político, respetar los derechos humanos, promover el libre comercio y contribuir con la paz y la estabilidad mundiales.

Nada de eso ocurrió. La pretendida democratización jamás se produjo, todo lo contrario. Si había elementos moderados y aperturistas en el régimen, perdieron definitivamente la batalla en Tiananmen, muchos fueron ejecutados, muchos otros terminaron sus días en la cárcel. Desde entonces se han consolidado los sectores más radicales (los ying pai, o halcones), de los cuales Xi Jinping es un alto representante.

China sistemáticamente boicotea a Estados Unidos y a Occidente en la arena internacional, sostiene a regímenes despóticos y antiamericanos (como la Venezuela de Maduro, que ya le debe un cuarto de su producto interno bruto) y no duda en recurrir a las malas artes, como el robo de tecnología, para disputarle la hegemonía global.

La actual “guerra comercial” es solo el aspecto más visible de un distanciamiento mucho más profundo. En pocas palabras, Washington le perdió la paciencia. (Sobre la nueva actitud de Estados Unidos hacia China recomendamos la lectura, por ejemplo, de The Hundred-Year Marathon: China’s secret strategy to replace America as the global superpower, de Michael Pillsbury, principal asesor de Donald Trump en la materia).