Mercosur: de la libertad de Adam Smith al oprobioso mercantilismo estatista

Con un territorio de 15 millones de km², una población de 300 millones de personas, gran variedad de riquezas, naturaleza pródiga, agua dulce, recursos energéticos y tierras fértiles, un espacio de mercado común hubiera generado en esta región del mundo un extraordinario crecimiento económico y cultural como nunca antes en su historia.

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Desde la firma del Tratado de Asunción en 1991 que dio origen al Mercosur (Mercado Común del Sur) instituido originalmente por nuestro país, Argentina, Brasil y Uruguay, el propósito consistió en propiciar oportunidades comerciales y de inversiones. El medio: la integración competitiva de las economías nacionales hacia el mercado internacional.

Como bien dijo Adam Smith, fundador de la economía moderna en su señera y actualísima obra “La Riqueza de las Naciones” publicada en 1776, el libre comercio es la más eficiente forma para asignar los siempre escasos recursos para las inmensas necesidades.

Todavía más, el libre comercio no solo eleva la producción y la productividad, sino también se incentivan los lazos de paz y cooperación entre las naciones, beneficiando a sus habitantes. Solo el mercantilismo estatista contrario al orden político y económico de la libertad es capaz de crear y mantener trabas impositivas, regulaciones y “autorizaciones” dispuestas por los gobiernos de turno al solo efecto de mantener y aprovecharse de ingentes privilegios.

Los actuales tratados de libre comercio (TLC) primigeniamente señalados en aquel libro del filósofo escocés, ciertamente fortalecen las variadas capacidades de los habitantes en sus respectivos países, esto es, en los bienes y servicios donde ofrecen mayor productividad para así intercambiar con otros en un ambiente de recíproca colaboración. En el comercio internacional libre todos salen ganando.

Fue el libre comercio

De hecho y tal como la historia económica lo corrobora, ha sido el libre comercio el que concitó el avance del desarrollo en aquellos lugares donde la miseria y el desempleo campeaban. El tan repetitivo desarrollo del cual hacen alarde los políticos y burócratas y que por lo general nada hacen al respecto sino más bien lo obstaculizan, es el resultado de la soberanía de la gente en la libre y responsable decisión por sus derechos de crear, intercambiar, comprar y vender, exportar e importar y de contratar.

Los tan denostados países capitalistas que en su momento tuvieron que salir de su larga postración por el asedio de sus respectivos Estados, lograron migrar hacia la libertad económica y de ese modo hacia el progreso, y no solo en términos políticos y económicos sino también cultural.

Sin embargo, hay una cuestión demasiadas veces desconsiderada en lo atinente al desarrollo. Si en verdad se pretende una economía de mercado y una región de mercado común liberalizadora de sus potencialidades mirando el mundo exterior (como debería ser el Mercosur) la libertad económica es su condición sin la cual no es posible avanzar hacia mejores estadios de condiciones de vida.

Una genuina zona de libre comercio implica una economía abierta. Y no solo internamente sino también externamente. Más allá de las fronteras se requiere que las personas y las empresas puedan trabajar, comprar, vender y contratar libremente, sin estar sometidas a los designios y hasta de los caprichos de los que se encuentran en el poder de turno.

La dirección correcta

Adam Smith y antes el muchas veces olvidado irlandés Richard Cantillón (Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general- 1730) y desde luego más adelante la Escuela Austriaca de Economía con Menger, Mises, Hayek, Rothbard y otros, todos ellos han sostenido con acierto sobre que el comercio libre como sinónimo de economía de mercado se remonta a los mismos orígenes del homo sapiens.

El gran paso de la sociedad tribal a una más organizada fue el resultado de la división del trabajo o ley de asociación señalada inicialmente por David Ricardo en su “Principios de economía política y tributación” y luego con más detenimiento y rigurosidad por el maestro Ludwig Von Mises en su memorable “Tratado de Economía, La acción humana”, libro de 1 mil 100 páginas (libro que sugiero amablemente leer a los lectores de este espacio).

El ser humano intenta salir de una situación de menor satisfacción hacia una de mayor satisfacción. Este proceso al que algunos autores incluso como San Agustín quien deja entrever esta cuestión en su intento por establecer puentes entre el cristianismo y la tradición filosófica griega, señala como los designios de Altísimo

–lamentablemente todavía desconocido o mejor dicho dejado de lado a propósito por los mandamases de turno, de antes y de ahora– pero que al final de cuentas y pese a sus detractores, representa el comienzo de la civilización misma. Sin necesidad de coerción estatal el interés de las personas por mejorar colaborando con sus prójimos termina por beneficiarles a ellos como igualmente a los demás, siguiendo aquel gran dictum de “la mano invisible”, señalado de manera asertiva y magistral por el filósofo fundador de la economía, Adam Smith.

Sin embargo, sin los fundamentos aquí citados a modo de introducción dado que podría seguir extendiéndome sobre los mismos, es preciso dejar bien dicho y sin temor a equívocos que cualquier iniciativa por un espacio de libre comercio terminará por contaminarse debido al estiércol hediondo del estatismo mercantilista que nuestros políticos y burócratas emanan.

La traición de los mercantilistas

El Mercosur que podía haber sido ese espacio de libertad económica y por qué no una oportunidad para millones de indigentes asediados por el estatismo y que como región también podría haber logrado objetivos sanitarios conjuntos como contar en tiempo y forma con las vacunas para el coronavirus, terminó enredado en la perversa telaraña de intereses proteccionistas provenientes de Estados cuyos gobiernos e integrantes siguen viviendo a costa de los demás. Es la traición de los mercantilistas.

A la fecha, el Mercosur está supeditado a los fuertes intereses de la coyuntura política y económica del Brasil y de la Argentina, en especial de este último país. Los presupuestos deficitarios, el desorden monetario y fiscal, hicieron que los ingresos tributarios sean insuficientes para cubrir el gasto público. Pronto sobrevino el estatismo económico, un modelo de proteccionismo comercial, abuso de la burocracia, con subsidios y trabas arancelarias.

A estas distorsiones que imposibilitan el libre comercio, la industria paraguaya sigue siendo la más perjudicada debido al persistente aumento del Arancel Externo Común –propiciado por Brasil y especialmente Argentina– que, a la fecha, llega al 30 por ciento de los productos de extrazona.

Paraguay de esta manera quedó encerrado a expensas de las industrias argentina y brasileña. Argentina y Brasil libran su propia “guerra fría comercial”. Ambos países dicen proteger a sus economías, en perjuicio de aquellas de menor porte como el nuestro que no encuentra un mercado que facilite el acceso a sus productos de exportación.

Nuestro país, al igual que Uruguay, son los perjudicados en el bloque. Todavía a la fecha ni tan siquiera un jabón podemos colocar con facilidades en los supermercados de la fronteriza ciudad brasileña de Foz de Yguazú o en Clorinda, Argentina.

1991

Firma del Tratado de Asunción en 1991 que dio origen al Mercosur (Mercado Común del Sur) inicialmente entre nuestro país, Argentina, Brasil y Uruguay.

Comercio

Una genuina zona de libre comercio implica una economía abierta. Y no solo internamente sino también externamente. Más allá de las fronteras.

Intereses

El Mercosur está supeditado a intereses de la coyuntura política y económica del Brasil y de la Argentina (con desorden monetario y fiscal).

(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”, “Cartas sobre el liberalismo”, “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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