En el contexto de la crisis que vive Mercosur, con la crispación producida por las sanciones punitivas, ilegal e injustamente impuestas a Paraguay, no nos es posible menospreciar el rencor de los presidentes de Argentina, Brasil y Uruguay hacia nuestro país, porque ese es un problema de ellos, no nuestro.
Pero sí podemos y debemos los paraguayos evitar identificarnos en esta coyuntura como un pueblo agredido y humillado, sobre el que siempre recaen acontecimientos traumáticos, que soportamos pasivamente como designio inevitable del destino. La historia no debe ser una lápida que nos impide reestructurar el presente y construir un futuro diferente al pasado. La historia es un punto de partida, no un punto de llegada.
El sujeto y los pueblos que no logran reelaborar y superar la memoria del rencor, no pueden mirar hacia adelante; quedan con los ojos en la nuca mirando siempre hacia atrás. Sucumben a su poder pasional, a veces atemperado por el tiempo, pero que suele volver a inflamarse con el menor pretexto, generando indetenibles devastaciones. La única vía de escape es superando la memoria del rencor y asumiendo la memoria del dolor.
La memoria del dolor
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Según Luis Kancyper “la memoria del dolor se origina y sostiene a partir de la admisión y la resignación de lo acontecido. No se basa en la subestimación del pasado, ni en la amnesia de lo sucedido, ni en la imposición de una absolución superficial, sino en su aceptación, con pena y con dolor, como una situación inmodificable aunque resignable, para efectuar el pasaje hacia otros objetos, lo cual posibilita procesar un trabajo de elaboración de un duelo normal ... La memoria del dolor, a diferencia de la memoria del rencor, apunta a una nueva relación con el pasado irreversible, para posibilitar un nuevo comienzo”.
El proceso de integración regional: Mercosur y Unasur debe ser para los paraguayos el “nuevo objeto” sobre el cual volcar nuestros mayores esfuerzos y desvelos en el relacionamiento con nuestros vecinos. Paraguay es y existe porque es parte del continente sudamericano; existe y es porque limita con Argentina, Bolivia y Brasil. No existe ni existirá jamás Paraguay fuera o separado del contexto geopolítico, geoeconómico, geosocial y geocultural de América del Sur. Paraguay es porque está aquí, en este espacio del planeta.
Para asumir la memoria del dolor, en el contexto regional, Paraguay debe modificar sustancialmente su estrategia de relacionamiento, dejando de lado y olvidando para siempre su papel de “víctima inocente”, de mendigo hiposuficiente de sus vecinos, para adoptar una relación específica con la verdad a través de la franqueza, cuyo efecto es la crítica y la autocrítica. La autocrítica es urgente y necesaria, sobre todo en los políticos y los empresarios.
Es sabido que los gobiernos elegidos democráticamente se han deslegitimado en el ejercicio del poder por su ineficiencia y su corrupción. Y la sociedad, especialmente en el sector empresarial, debe superar practicas económicas que irritan y perjudican a los países vecinos, tales como la triangulación, contrabando, informalidad, falsificación, incumplimientos de normas y acuerdos bilaterales y multilaterales, etc.
Los paraguayos debemos decidirnos a hablar claro y a actuar libremente, respetando y haciéndonos respetar por los otros pueblos y sus gobiernos. Debemos elegir la franqueza en vez de la persuasión, la crítica en vez de la adulación, la verdad en vez de la mentira o el silencio, el deber moral en vez del autointerés excluyente, la apatía o la anomia ética. No consintamos que se nos regalen derechos que debemos exigir o conquistar por mérito propio.
Aprendamos a practicar, interna y externamente, la tolerancia, que no significa complacencia ni indiferencia, ni renuncia a las propias convicciones, sino aceptación de la existencia y diversidad del otro, quien tiene derecho a pensar y sentir distinto.
El poder del perdón
“El perdón debe olvidar sin olvidar. El perdón de la víctima siempre debe recordar que ha perdonado, y aquel que ha sido perdonado debe mantener vivo el recuerdo de este don”.
El perdón inaugura una ética innovadora, contrapuesta a la ética del rencor que genera venganza. Perdonar es dar en abundancia, darte más; pero es un exceso a su vez equilibrado y posible. Si el proceso de integración regional quiere progresar y acelerar su dinamismo, todas las partes deben perdonar, aunque quien desee conducir el proceso es quien primero debe perdonar. Quien opta por perdonar resigna la venganza; es decir, decide dar un nuevo significado a los traumas del pasado. Además, quien perdona se perdona; supera su propia culpa enmendando sus errores y sus vicios pasados. “Nadie que no haya sido capaz de perdonar puede sentirse él mismo perdonado”.
En Mercosur, aunque el perdón es un sentimiento, los paraguayos tenemos muchas razones objetivas para perdonar a nuestros vecinos. A su vez, los sucesores actuales de Mitre, Pedro ll y Flores tienen también sobradas razones para perdonar y hacer justicia al Paraguay.
La memoria del dolor y el poder del perdón permiten a los pueblos reelaborar un comportamiento amistoso y solidario, promoviendo emprendimientos de bien común para el conjunto, superando intereses egoístas de los estados-partes. Significa el triunfo del presente y del futuro sobre la memoria del rencor generado en el pasado de estos pueblos.
La implementación del poder del perdón corresponde prioritaria aunque no exclusivamente a los políticos y a los diplomáticos. Los políticos, acordando objetivos de bien común para toda la región, con el fin de acelerar, profundizar y consolidar la integración, mediante la sesión recíproca de soberanía a órganos supranacionales comunitarios de decisión, ejecución y fiscalización, en las áreas acotadas de su respectiva competencia.
Los diplomáticos, acordando y elaborando por consenso la normativa jurídica intrarregional, manteniendo incólume el respeto a la igualdad jurídica de los estados y a la dignidad de los pueblos, evitando la soberbia y la intolerancia.
La soberbia implica complejo de superioridad, incapacidad de asumir los propios errores, contemplación de sí mismo con menosprecio de los demás. La intolerancia implica desaprobación irracional de las creencias y convicciones de los otros, impidiéndoles vivir sus vidas como les plazca.
Como pueblo, el paraguayo generalmente no ha sido feliz; vive como sintiendo un pesar insoportable producto de un sentimiento de culpa y/o vergüenza que le impulsa al autocastigo.
Sufre complejo de inferioridad y de insatisfacción por no saber asimilar los errores del pasado, en vez de aprovecharlos para superarlos en el presente. Incapaz de cumplir el ideal militarista de “vencer o morir”, que se le inculco para defender generalmente intereses espurios de sus gobernantes o de potencias extranjeras, sobrevive sin vencer ni morir. Esta cosmovisión castrense de la vida se nutre de disyuntivas dogmáticas: matar o morir, amigo o enemigo, el débil y fracasado vs. el fuerte y el exitoso, etc.
Rol de la ciudadanía
Un auténtico proceso de integración regional se nutre siempre con la lógica de la solidaridad, de la justicia y de la cooperación, admitiendo las diferencias existentes entre los seres humanos y los pueblos. “Yo no soy el otro, pero no puedo existir sin el otro”.
Temas que hasta ayer eran del dominio de los Estados, ahora éstos son incapaces de resolverlos, por su propia naturaleza global, obligándoles a celebrar acuerdos multilaterales. El ex presidente de Parlamento Europeo, Josep Borrel, dijo: “Los ciudadanos han tomado conciencia de que el poder del gobierno se ha reducido y se ha desnacionalizado ... La sociedad civil global hoy reclama un nuevo multilateranismo y los ciudadanos tienen tendencia a organizarse, no en base al territorio, sino a comunidades de intereses y valores, enlazando lo local con lo global”.
A su vez, Ricardo Franco Lanceta dice: “La última alternativa para Paraguay es producir más y vender al mercado externo, ampliarnos hacia la demanda externa… Dar productividad a la producción de bienes y servicios, o sea, agregarle valor a la producción que se exporta”. Siendo esto así, debe ser objetivo esencial de nuestra política exterior, mejorar y consolidar el relacionamiento con los gobiernos y pueblos del Mercosur, porque esta región es el destino mayoritario de los bienes que exporta Paraguay.
Siglos de enfrentamientos, guerras y destrucciones, signaron la historia de los pueblos europeos hasta el Tratado de Roma, celebrado en 1957. Hoy la Unión Europea es una realidad geopolítica y geoeconómica que sobresale sobre las demás regiones del planeta, porque los gobernantes y las poblaciones de los estados-partes depusieron la memoria del rencor, resignaron la memoria del dolor y concluyeron en el perdón recíproco, dando nacimiento a un paradigma político, económico, social y cultural, mediante el ejercicio de una libertad responsable y solidaria.
También Mercosur y Unasur deben adoptar de buena fe el paradigma de integración basado en los mismos principios y valores, ya perfilados en el Tratado de Asunción de 1991.
Evitar
Los paraguayos podemos y debemos evitar identificarnos en esta coyuntura como un pueblo agredido y humillado.
Lápida
La historia no debe ser una lápida que nos impide reestructurar el presente y construir un futuro diferente al pasado.
Superar
Los pueblos que no logran reelaborar y superar la memoria del rencor no pueden mirar hacia adelante; quedan con los ojos en la nuca.
Jdcm@consultronic.com.py
(*) Doctor en derecho
