1- Inicio. Discusión grupal-oral.
¿Qué es literatura? ¿Cómo distinguimos un texto literario de otro no literario?
3- Lee el texto sugerido.
Monólogo segundo
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Habla TARZÁN
Hoy he pasado un terrible momento de pánico. No, los civilizados no saben qué es el pánico: quizá toda la civilización no consiste más que en haber sustituido el pánico por la angustia. Pero en la selva se vive el auténtico pánico, el lacerante trallazo que marca a fuego la espina dorsal, desorbita los ojos hasta la ceguera y abruma con su almohadón de plomo el pecho sin aliento. El pánico de Bara, el cuervo, cuando da sus últimos saltos antes de caer bajo las zarpas de Numa y Sheeta, incluso del majestuoso Tantor y sus hermanos elefantes, cuando el fuego devasta la sabana y abrasa el cielo enconadamente azul con su crepitar mortífero. Sentimos el pánico ancestral a lo que repta en la oscuridad o a lo que gruñe o zumba de modo desacostumbrado: el pánico a lo demasiado pequeño o a lo demasiado grande, a lo muy veloz o a lo muy paciente, a lo que hiela la sangre con su rugido de ataque o a lo que llega sin hacer ruido. El pánico paraliza, lo que en la selva equivale a decir que mata. Por eso, aunque vivimos siempre próximos a su ciénaga, ninguno podemos permitirnos el lujo de sentirlo más que unas pocas veces en la vida y durante un momento fugaz, aunque padecido como inacabable. Mi caso es distinto: también en esto soy una excepción. Soy un animal maldito, porque carezco de lo que hace soportable a los otros animales la proximidad del pánico: no puedo olvidar y, en cambio, puedo imaginar. Estas indeseables características que por el momento me han proporcionado el dominio de la selva, pero que llegarán a serme fatales han ido desarrollándose con los años. La familiaridad con el espanto me va convirtiendo en un monstruo extraño y, lo que es peor, imprevisible. A la larga, en la selva la rutina es lo más seguro: ¡si no lo fuera, no habría tenido ocasión de convertirse en rutina! Pero yo no tengo casi rutinas, tengo manías, arrebatos: tengo ideas... Lo no contrastado por experiencia alguna a veces es excelente, pero siempre inseguro. Vivo roído por el pánico de mis incertidumbres, por la genial vaguedad de mis improvisaciones.
Pero mi pánico de hoy ha sido muy especial, de una calidad particularmente espeluznante. Quise volver a mi chocita natal, allá junto a la playa, hecha con sus propias manos por mi padre, lord Greystoke, y destinada a servirle de tumba a él y a mi pobre madre durante toda mi juventud. Quise volver a hojear las coloreadas ilustraciones de las enciclopedias en las que por mí mismo aprendí a leer y escribir un misterioso idioma que no era capaz de hablar... ¡ni siquiera conocía a nadie que lo hablase! De allí salí un día en brazos de Kala para unirme a la horda del poderoso Kerchak, al que luego maté; allí salvé a Jane y a su aterrorizada mucama del asalto codicioso de Sabor, la leona, cuando la fiera comenzaba a entrar por la ventana del frágil refugio.
(…)
Poco a poco, me voy tranquilizando. ¿Para qué necesito yo realmente volver a esa choza? Al fin de cuentas, esa cabaña significa la muerte y la soledad, el exilio y el despojo. Allí aprendí esas letras que no han logrado más que dificultarme la lectura de las huellas o el husmeo de los olores con los que debo orientarme para sobrevivir. Allí se agazapan en cierto modo mis enemigos Nicolás Rokoff y Alexis Paulvitch... Está la mirada, sí, los demasiado inocentes ojos de Jane Porter: pero ¿qué fue realmente Jane —hoy perdida, perdida para siempre— más que una creación seductora de la propia cabaña, un regalo enigmático de las enciclopedias ilustradas donde yo aprendí a deletrear A-M-O-R, un envío póstumo de mi madre que así intentaba vengarse del salvaje bosque que la asesinó? Está decidido, abandono para siempre la búsqueda de mi choza, aunque el sacrificio no es demasiado heroico porque en todo caso dudo mucho que logre volver a encontrarla. Me queda la selva, los olores y roces en la noche excesiva, la alerta muscular que quizá se tensa demasiado tarde: me queda el pánico.
Fuente: SAVATER, F. (2017). Criaturas del aire. Taurus, Madrid.
4- Marca la letra que corresponda a la respuesta adecuada.
1- El tipo de texto es:
a- monólogo literario.
b- dramático.
c- ensayo.
2- La idea connotativa que se infiere del pánico en la selva es:
a- el miedo a la oscuridad.
b- el miedo producido por el temor a lo desconocido.
c- el miedo de Tarzán para volver a la ciudad.
3- La palabra que más se repite y representa la clave del texto es :
a- civilización.
b- oscuridad.
c- pánico.
4- «Abruma con su almohadón de plomo el pecho sin aliento» es un recurso literario llamado:
a- imagen auditiva.
b- hipérbole.
c- metáfora-antítesis.
5- «desorbita los ojos hasta la ceguera» es una:
a- hipérbole.
b- comparación.
c- imagen táctil.
5- Actividad de poslectura
Escribe tu propio monólogo: tus miedos, tus fortalezas.
Revisen en pares los borradores.
Publiquen en el grado.
