Sin dudas que el ataque de sicarios producido el miércoles 25 de octubre pasado será uno de los más recordados, no solo porque fue ejecutado en pleno barrio residencial Madame Lynch, sino porque la víctima directa de los matones fue un niño de apenas cinco años, cuyo cuerpecito quedó destrozado por las balas de fusil.
Su padre, a quien en realidad estaba dirigido el ataque, no aguantó al ver a su pequeño con el cuerpo desecho por las ráfagas y se quitó la vida dentro de la misma camioneta acribillada, al dispararse en la sien con su pistola calibre 9 milímetros.
Casi con una periodicidad habitual, este tipo de crímenes se reporta más bien en las zonas fronterizas, y principalmente en Pedro Juan Caballero, la capital del departamento de Amambay, donde justamente vivía la familia atacada en el barrio Madame Lynch y también de donde vinieron los asesinos contratados.
La Policía llegó a la conclusión de que la muerte del pequeño de cinco años fue una repercusión directa de las actividades presuntamente ilícitas a las que se dedicaba su padre, quien después se suicidó.
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Los lazos familiares comprobados entre las víctimas del ataque y el capo recluido Jarvis Chimenes Pavão acrecentaron las presunciones de que el narcotráfico está detrás del tema.
Esta teoría se convirtió casi en certeza cuando cayeron tres de los presuntos autores materiales, en un aguantadero del barrio Santa María de Asunción, donde se recuperó un arsenal que incluía las armas usadas en el ataque. Los matones responden, aparentemente, al otro capo de la frontera, Elton Leonel Rumich Da Silva, alias Galán, quien también se mueve bajo la identidad de Ronaldo Rodrigo Benites.
Jarvis y Galán estarían ahora enfrentados y las últimas muertes de este tipo obedecerían a una “guerra” por el poder.
El otro caso, también narco
Menos de una semana después de la muerte del niño de cinco años y de su padre, en el barrio Madame Lynch de Asunción, otro asesinato con el sello típico de la mafia conmocionó a la ciudadanía.
Se trata de la muerte del narcotraficante Felipe Dejesús Ramírez Quiñónez, de 71 años, quien fue ultimado a balazos el martes de noche, cuando estaba sentado frente a su casa, en 12 Proyectada y Ayolas del barrio Tacumbú.
El crimen por encargo fue llevado a cabo por un matón que dejó estacionada su motocicleta a 50 metros de la vivienda y se acercó a pie hasta su objetivo. Luego de disparar contra Ramírez, regresó tranquilamente hasta su biciclo y escapó del lugar.
Felipe Dejesús Ramírez Quiñónez salió de la cárcel hace unos meses, ya que había sido condenando a nueve años y tres meses de encierro por narcotráfico.
El que en aquel entonces era dirigente del club Presidente Hayes fue detenido junto con otros miembros de su organización delictiva, entre ellos su propia hija, en noviembre de 2006, luego de que intentaran enviar 71 kilos de cocaína a Italia. La carga iba ser llevada oculta entre madera, en un contenedor especialmente acondicionado.
Según la Policía, la muerte de Ramírez fue un ajuste de cuentas entre narcos.
Pero más allá de la motivación del homicidio, este ataque demostró que el sicariato no solo ya está presente en la capital del Paraguay, sino que también se está consolidando.
A este ritmo, dentro de poco seguramente estaremos escuchando historias que son casi normales en la frontera, como por ejemplo la tarifa de precios de los sicarios o la modalidad más efectiva para eliminar personas.
La frialdad con la que actuó el sicario que mató a Ramírez en el barrio Tacumbú, ante la vista de todos los vecinos, hace suponer que el criminal no tenía miedo de nada ni de nadie, o que en realidad se sentía tan protegido que actuó muy convencido de que no sería atrapado.
Lo preocupante es que esta misma conducta brote en otros jóvenes potenciales sicarios que viven en Asunción y que, por dinero, sean capaces de hacer lo que sea.
Si no lo solucionamos a tiempo, así como en Colombia en la época de Pablo Escobar, en Asunción ya corremos el riesgo de padecer del brote de ejércitos de sicarios dispuestos a hacer cualquier cosa.
