Según la Real Academia Española, mentira piadosa es “lo que se dice para evitar a otro un disgusto o una pena”, y era exactamente a lo que recurrían papá y mamá en nuestra infancia. Sus objetivos tal vez fueron que nos quedáramos quietos, comiéramos las verduras, durmiéramos temprano o que no hiciéramos travesuras para que en Navidad tuviéramos buenos regalos. ¿Te acordás? Ahora, quizá, las rememoramos con una carcajada.
Lo más común era que cuando en la escuela hacías los típicos dibujos de tu familia, sin importar cuan feos sean, tus papás te decían que era toda una obra de arte, un trabajo hermoso. Otro caso ocurría en las salidas con mamá a los supermercados: veíamos algo que nos gustaba y se lo pedíamos, entonces afirmaba: "Ok, la próxima lo llevamos". Le creíamos e íbamos a casa felices de la vida con esa promesa. Pero al día siguiente ya se nos olvidaba y, al final, no recibíamos nada. ¡Bien pensado, ma!
En los viajes a la casa de los tíos o abuelos pasaba algo similar; ya inquietos por el largo recorrido, preguntábamos: Papá, ¿cuánto falta para llegar? “Tranquilo, campeón, ya estamos cerquita”, respondía ¡aunque faltaban cuatro horas de viaje! “Santa y el Niñito Jesús siempre te están viendo”, era otra frase muy común; la usaban para que nos portemos bien durante todo el año y así pudiéramos recibir un gran regalo de Navidad.
A veces es bueno mentirles a las criaturas para hacerlas sentir bien y protegerlas de ciertas realidades, porque cuando uno es pequeño no puede entender muchas cosas aún. Pero los engaños, por más piadosos que sean, deberían ser erradicados de la cotidianidad. Decir la verdad puede proporcionar una gran confianza familiar. Es cuestión de ser honestos y, lo más importante, cumplir con las promesas hechas.
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Por Ricardo González (19 años)