Desde la antigüedad, la zona es conocida como 10 Leguas y está ubicada geográficamente en el distrito de Teniente 1º Manuel Irala Fernández, en el departamento de Presidente Hayes.
Olvidados por un Estado indolente, que parece no percatarse de que estos habitantes primitivos de la tierra guaraní también tienen un documento de identidad que los distingue como ciudadanos paraguayos, los angaite sobreviven como pueden. Un día a la vez.
Sus necesidades no son para nada parecidas a las que tenemos nosotros. No les falta solo algo de ropa nueva o dinero para pagar la factura de energía eléctrica. Los angaite, una etnia perteneciente a la familia lingüística Maskoy, pasan por la más cruel de las carencias: la falta de agua limpia para beber.
Asentados desde los años ’70 en ese enorme predio de 5.000 hectáreas de tierra chaqueña, los angaite están distribuidos en siete aldeas: Vista Alegre, 5 de Agosto, 10 Leguas, Palo Blanco (una de las más pobladas), Carandilla, Martillo y 12 de Junio (la más poblada).
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Si bien están emparentados lingüísticamente con los enlhet o lenguas, han perdido su idioma y han adoptado el guaraní como lengua materna. Actualmente, viven en un terreno de unas 5.000 hectáreas, justo en el límite entre los departamentos de Presidente Hayes y Boquerón.
La única forma que tienen de beber agua en la actualidad es a través de tajamares. El vital líquido, de un color rojizo por su mezcla con la tierra, y con evidente carencia de condiciones de potabilidad, lo toman directamente del mismo lugar donde también beben los animales.
Sin soluciones permanentes
Las escasas iniciativas del Gobierno para lograr la captación y el depósito de agua en el año 2018, con la excavación de algunos tajamares y construcción de dos tinglados con dos aljibes cada uno, no solucionaron los problemas de agua, pues los materiales usados fueron de muy baja calidad, así como la construcción, informó Abel Benítez, misionero menonita que, si bien reside en la Colonia Neuland, parte del distrito de Mariscal Estigarribia, departamento de Boquerón, viaja cada fin de semana hasta Presidente Hayes para visitar a los angaite y llevarles servicios básicos.
“Las canaletas frágiles ahora están rotas y fueron mal conectadas con los aljibes, permitiendo la pérdida de agua y el ingreso de suciedad, así como de alimañas”, nos contó el misionero.
La nula higiene del agua que consumen los angaite ocasiona otras consecuencias más graves, como enfermedades y parasitosis. Tristemente, la baja calidad del agua y la paupérrima alimentación hacen que la población tenga una salud frágil, que a su vez ocasiona que niños y ancianos terminen muriendo por cuadros que empezaron como una simple gripe y que eran perfectamente solucionables en otras condiciones más favorables.
La electricidad, un lujo
La única comunidad que dispone de energía eléctrica es la aldea 12 de Junio. En las demás aldeas no existe una sola columna de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE).

La carencia de energía priva de la información, de la salud, del bienestar y del desarrollo a estas personas que son seres humanos y que, al igual que nosotros, tienen exactamente los mismos derechos a alimentarse, a estar limpios, a estar sanos e informados.
Todo este escenario de miseria se vive, increíblemente, en un país que cuenta con la más grande reserva de recursos eléctricos, a través de la represa Itaipú.
En Palo Blanco, en el año 2018, se dio un pequeño intento de ayuda a la aldea, con la entrega de 30 casas del Ministerio de Urbanismo, Vivienda y Hábitat (MUVH).
Pero quedó pendiente la posibilidad de conectarlos a alguna línea de tensión y todo quedó en promesas. Hasta hoy no existe la energía eléctrica en la comunidad.
La atención en salud es inexistente
En ninguna de las siete aldeas existe un solo puesto de las Unidades de Salud Familiar del Ministerio de Salud Pública ni de ningún otro tipo.
El único tímido intento de llevar algo de salud a la zona se da a través de promotores de salud, que son dos o tres personas para toda la población, también son angaite y, en teoría, deben recorrer las comunidades llevando medicamentos y vacunas.
Pero todo queda en la palabra, pues no hacen gran cosa, debido a que, en primer lugar, carecen de recursos básicos, como medicamentos y transporte, y además no tienen los conocimientos mínimos en materia de salud.
Que los promotores de salud tengan vacunas es un sueño. Con suerte tienen algún que otro analgésico. “Pero el mayor problema a lo mejor es la falta de interés de los promotores y la falta de supervisión de las Regionales de Salud sobre estos promotores”, opinó Abel Benítez.
Los pacientes muchas veces son atendidos por personas de buen corazón. Existe un grupo de señoras cristianas que vienen de la Colonia Neuland cada fin de semana con una frecuencia más espaciada de acuerdo a lo que les permitan sus posibilidades y brindan dos servicios básicos a los angaite.
Como algunas de ellas son enfermeras, realizan jornadas voluntarias de atención, especialmente a niños y a ancianos, llevándoles insumos básicos para control y atención de problemas de salud sin tanta gravedad. En todo caso, contribuyen a la detección de casos graves para eventualmente derivarlos a centros asistenciales.
Tristemente, si para lo básico no se tiene, para los casos graves o urgentes no se cuenta con un servicio de ninguna clase en la zona. Los pacientes que deseen desesperadamente atenderse de una enfermedad que ponga en riesgo la vida tienen que ir al Hospital de Villa Choferes del Chaco (distrito de Filadelfia-Boquerón) o al Hospital de Teniente Irala Fernández.
“Muchas veces, cuando yo voy en mi vehículo para llevarles ropas o lo que puedo, algunos pobladores me piden por favor que los lleve al hospital, ya que ellos están aislados y no tienen móviles”, contó Abel Benítez.
Muertes por enfermedades prevenibles
Entre los cuadros más frecuentes que padece a población se citan la tuberculosis y las infecciones. Además, hay un alto índice de embarazos en la población y los partos se dan sin asistencia médica, poniendo en riesgo la vida de madres y recién nacidos.
“Ya hubo casos de muerte por falta de atención médica básica. Una mujer falleció de problemas respiratorios que fue empeorando y cuando fue al hospital ya era tarde”, nos cuenta Abel.
Lo que piden urgentemente es una Unidad de Salud Familiar (USF) que cuente con enfermeras y por lo menos un profesional médico que atienda al menos dos veces a la semana. “Esa USF debe estar equipada para partos. Además, debería contar con recursos para alimentación de pacientes, porque en muchos casos los tratamientos no funcionan si se les deja ir a sus casas, porque no se alimentan bien ni toman como corresponde sus indicaciones médicas. Y, por supuesto, necesitan insumos y medicamentos”, relató el misionero.
Un pueblo olvidado por el MEC
Las aldeas 12 de Junio y Palo Blanco son las únicas que tienen escuelas que funcionan hasta el 9º grado, nos cuenta Cancio Villalba, líder y pastor indígena de la aldea Vista Alegre.
Las demás aldeas cuentan con “escuelitas” que funcionan en una sala comunitaria o en la iglesia bajo sistema de plurigrado. La mayoría de los docentes son indígenas, pero, debido a la escasez de recursos materiales, en estas escuelitas muchas veces las clases se suspenden por meses. Muchos niños que supuestamente ya están en grados superiores en realidad no saben leer ni escribir. Aunque también tienen derecho a que el Ministerio de Educación y Ciencias supervise su avance en materia de aprendizaje, ellos parecen haber quedado en el olvido de la cartera educativa.
Ni hablar de infraestructura básica, como salas de clase para los chicos o personal capacitado para dar las lecciones. Los recursos didácticos, la merienda y el almuerzo son un lujo con el que los niños angaite no pueden siquiera soñar.
“Si no hay comida, no hay interés ni razón para ir a la escuela. Pero sin supervisores que verifiquen el trabajo y sobre todo de docentes que entiendan estas cosas, no hay funcionalidad”, describe Abel Benítez.
Son contados los angaite que terminan el noveno grado. Solo en muy raras excepciones terminan el 3er. curso y buscan alguna carrera superior, como formación docente, tecnicatura en enfermería o inscribirse en algún instituto de teología, carrera con la que tienen cierta relación por influencia de los menonitas.
“Si por lo menos las escuelas primarias funcionaran bien, los logros serían permanentes. Falta escuelas edificadas por el Estado para los pueblos del Chaco. Falta que las ‘escuelitas’ se conviertan en 'escuelas’ y que por lo menos un colegio disponga del Nivel Medio para que nadie vaya a otros lugares sacrificando los pocos recursos familiares que tienen”, manifestó el entrevistado.
Mas, sobre todo, añadió Abel, los nativos también necesitan y merecen una enseñanza de calidad, “para que realmente la educación sea una solución y no un adorno”, puntualizó.
Pero, mientras tanto, no se puede hablar de mejoramiento sin la asistencia ni el acompañamiento de las instituciones del Estado a la educación.
Sin salidas laborales
En medio de la pobreza extrema, si hay alguno que logra obtener algún empleo, generalmente se desempeña como peón de estancia, con pagos mensuales o como jornaleros.
Pero la gran mayoría carece de trabajo. Debido al difícil terreno chaqueño, las oportunidades para hacer algo en su propia tierra son escasas. Los más creativos hacen carbón vegetal, otros postes o leña, pero no siempre hay compradores. Lo que más impide el movimiento comercial es que para vender necesitan transportar su mercancía a otros lugares, lo cual les resulta imposible al no disponer de movilidad. Además, el bosque es un recurso natural limitado que no se debe explotar, pues a la larga así no se contribuye al desarrollo sino que se destruye el ambiente.
“Falta un trabajo social de acompañamiento para explotar la tierra en agricultura y sobre todo en ganadería, pero para eso se necesita construir perímetros de alambrados y más agua en tajamares y tanques”, explicó Benítez, quien además recordó que faltan “caminos internos para vehículos que sirvan de comunicación entre las aldeas”.
Programas sociales agravan la problemática
Programas sociales como Tekoporã o el de la Tercera Edad también llegan a las comunidades, pero como es bien sabido, el dinero proveniente de estas ayudas no alcanza para mantener a una familia, menos aún con la crisis y el alto costo de vida.
“Los programas no son la solución. En muchos casos agravan el problema, porque los más jóvenes sacan el dinero a los mayores y lo gastan en alcohol. El vicio es también otra problemática preocupante en las comunidades”, lamentó el misionero.
Varios proyectos quedaron a medias
Los menonitas, a través de su organización misionera, han intentado en numerosas ocasiones desarrollar proyectos de producción agrícola o ganadera. Uno de los últimos intentos fue la cría de animales del ganado menor, como ovejas y cabras. Creen que este plan podría ser la solución a largo plazo para el autosustento del pueblo. Pero proyectos como estos necesitan del asesoramiento permanente de entendidos, además de “la aceptación y el acuerdo responsable de las familias indígenas y la inversión en capital para el montaje de corrales y piquetes, como también de tajamares para recolectar el recurso vital”.
Por supuesto, no estaría de más la ayuda del Gobierno central, departamental o municipal, o inclusive de ONG que puedan articular esfuerzos para hacer posible el desarrollo integral de esta sufrida población.
“La producción puede mejorar los ingresos. Estos, a su vez, la alimentación y la calidad de vida de los nativos. Así, necesariamente también se influirá en la educación y en la salud de las personas”, indicó Abel.
El acompañamiento es clave
Actualmente, existe un proyecto en el que están participando cinco familias de la Aldea Palo Blanco. Si bien no es una cifra que represente gran impacto en la numerosa población, ya es un inicio.
El proyecto consiste en la cría de ovejas y cabras. Ya se logró hacer un tajamar con tanque, techos y corral para los animales, pero falta alambrado para terminar de cerrar el perímetro.
Los trabajos cuentan con el acompañamiento de miembros de una iglesia menonita. Los misioneros sueñan con que estas iniciativas se repliquen en todas las aldeas. “Podría ser la salida a la extrema pobreza a largo plazo, pero necesita del interés y el apoyo de varios agentes”, refirió Abel.
Incluso, sueñan en grande con la posibilidad de instalar alguna vez una fábrica en la que los angaite puedan desempeñar su mano de obra y ganarse así el sustento.
Pedidos desesperados e ignorados
Cancio Villalba, líder y pastor indígena de la aldea Vista Alegre, lamentó que sean ignorados por las autoridades ante los pedidos que hacen, sobre todo últimamente, que se vieron muy afectados por la falta de agua y la sequía.
“Llamé varias veces a la Municipalidad de Teniente Irala Fernández, a la Secretaría de Emergencia Nacional. Necesitamos la atención de instituciones públicas en nuestra zona. El tema de agua fundamentalmente nos afectó y hasta ahora no tenemos respuesta positiva”, contó el cacique.
El pedido concreto que hacen a la SEN es que les lleven cisternas para poder cargar los pocos aljibes que poseen y así tener agua.
“Vivimos aproximadamente 436 familias en las siete aldeas en total. Lo más triste es la falta de alimentación en niños y ancianos”, describió el nativo.
Villalba comentó que el único colegio que dispone del bachillerato está un poco alejado, a 10 kilómetros de distancia. Muchos jóvenes tienen que caminar esa distancia todos los días para llegar. Pero con el tiempo “algunos se desaniman por la falta de transporte, se cansan y se quedan nomás ya en sus casas”, comentó Cancio.
A entender de Cancio, el territorio es difícil para pensar en el negocio de la agricultura. “Acá no se puede plantar para renta; para autoconsumo se puede salvar”, dijo.
Lo que más pide este líder comunitario es que personal del Ministerio de Salud se acerque a hacer sanitación. “Que nos acompañen para prevenir un poco las enfermedades, porque hay niños y adultos que se agravan e incluso mueren por una gripe”, lamentó.
En total, en todo el Chaco paraguayo existen alrededor de 5.000 de ellos, pero en esta zona de 10 Leguas habitan 1.500 aproximadamente.
Ellos se manejan de forma tradicional antigua, cada aldea tiene un cacique, este está registrado en el Indi y es la voz de esa aldea. Su forma de vida es un poco modernizada pero con mucha pobreza.
Tiene 5.000 hectáreas para 1.500 familias, es una cantidad de tierra posible de ser desarrollada como para que puedan vivir mejor, pero por los factores antes mencionados el progreso no se da.
“Un problema de idiosincrasia”
Konrad Polnau, menonita miembro del Comité de Misiones, nos contó que se reúnen frecuentemente para analizar cómo pueden ayudar al pueblo nativo.
Él es vecino de los miembros de la comunidad angaite en el departamento de Presidente Hayes, a 15 kilómetros al sur de Fortín Boquerón, en la frontera entre dos departamentos.

El licenciado en Teología por la Universidad Evangélica del Paraguay y en psicología por la Universidad Nacional de Asunción cree que la difícil realidad de los angaite puede cambiarse “enseñando valores, principios. Con el tiempo hay jóvenes que ya piensan diferente, que empiezan a cambiar. Seguimos insistiendo para que algún día haya mejoras”, contó.
Polnau también cree que mucho tiene que ver la idiosincrasia del pueblo, pues no hay unidad entre aldeas. “Nosotros tratamos de impulsarlos para que hagan su estatuto comunitario. Es necesario el cambio de mentalidad”, mencionó.
“Los políticos los utilizan”
Otro factor que Konrad Polnau mencionó como “negativo y dañino” es que muchos políticos llegan a la zona y utilizan a los nativos para comprar sus votos. “Así, crean una dependencia, luego salen electos y no cumplen lo que prometieron. Esto, a mi entender, es una discriminación terrible, porque tal parece que el indígena tiene derechos pero no obligaciones. Falta la educación, es la única manera de cambiar”, afirmó tajante el menonita.
Agregó que el problema más grave es el recurso humano, pues son necesarios docentes con vocación que estén dispuestos a instalarse en la zona para enseñar.
“Muchos proyectos quedan estancados porque no hay personas que vayan a la zona a ejecutarlos”, expresó.
La realidad es cruel para nuestros hermanos nativos, que son los primeros habitantes de nuestras tierras. Por derecho ganado históricamente, vivir en mejores condiciones de vida no debería ser un beneficio o privilegio para ellos, sino una obligación del Estado, que no se tenga que pedir como favor, sino que se merecen por el simple hecho de ser paraguayos. Por la sencilla razón de que son seres humanos.

