Patrón González: flashes de otra época

Tras exponer en Buenos Aires, Patrón González (83), oriundo de Pirayú, trae sus obras a Asunción para transportarnos a otra época. Con el don de inmortalizar instantes a través de fotografías y un humor singular, en esta nota relata su historia.

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Don Patrón González retrató una época en la que la cámara podía captar espontáneamente la inocencia de las personas, ambientes reales, vestuarios y rostros con gestos tan auténticos y naturales que daba la impresión de que no percibían frente a ellos lente alguna. Hubo un tiempo, entre los 60 y 70, en el que no había poses estudiadas y los momentos más entrañables de familias enteras eran perpetuados en blanco y negro. Un Paraguay sin complejos y a cara lavada se observa en las fotografías de González.

Lo curioso de esta historia es que estas imágenes jamás hubieran sido reveladas si un artista foráneo no hallaba a don Patrón, quien ya retirado se encontraba entonces inmerso en la cotidianidad de su vida de cantinero en Ypacaraí.

Ya habían transcurrido un par de inviernos desde que don Patrón dejara de ejercer su amada profesión. Tenía alrededor de 75 años, pero aún seguía trabajando –vendiendo tragos y poniendo música en algunas fiestas– porque, según confiesa, “moriría” si se queda un día sin hacer nada.

Corría el año 2010 cuando del país vecino, Argentina, llegó el fotógrafo Gustavo Di Mario en busca de una historia durante el Festival del Lago, alguna vez azul. Lo que no sabía entonces es que, preguntando en los alrededores por algún colega suyo de otra época, lograría encontrar más de una historia en cientos de negativos fotográficos.

“Le pregunté si tenía material que había guardado y me dijeron que una tormenta había tirado un galpón abajo sobre todo lo que tenía y se había dañado todo el material. Entonces, al ver el estado de los negativos, lo que le propuse fue limpiarlos, ponerlos en condiciones, empezar a restaurar y ver las fotos que tenía. Yo no vi nunca las fotos en papel”, comentó Di Mario.

Don Patrón accedió al pedido, emocionado y orgulloso a la vez, por ser tomado en cuenta por un colega de la profesión a quien no conocía. Ya con vía libre y el apoyo de la Fundación Migliorisi, Di Mario llevó los negativos a la Argentina y empezó una ardua tarea que duró alrededor de seis años para previsualizar el material.

Una vez alcanzado el objetivo, Gustavo Di Mario y Virginia Giannoni, con quien trabajó conjuntamente en dicho proceso, armaron una muestra de las fotografías de don Patrón en la presentación de Buenos Aires Foto y posteriormente llevaron a cabo una exhibición solo con su trabajo, la misma que se replicará desde mañana en la Fundación Texo, en Asunción.

 

Tiburcio González Rojas nació el 12 de octubre de 1934 en Pirayú y expresa abiertamente su preferencia porque lo llamen Patrón González y no por su verdadero nombre. El oficio de fotógrafo llegó a él aproximadamente cuando tenía 21 años de edad.

El 25 de enero de 1952 fue una fecha trágica para don Patrón y, a la vez, el inicio de una nueva etapa: su madre, de nombre María Ilaria Rojas, falleció y, tras solo un mes, se vio obligado a dejar Pirayú para trasladarse a Asunción, donde logró asociarse con el fotógrafo Ramón Adorno.

“Él fue mi maestro, mi compañero de trabajo. Comenzamos con cosas pequeñas y abrimos una casita ahí sobre Herrera entre Estados Unidos y Brasil”, rememora don Patrón.

Así, su carrera fotográfica empezó en 1955. “Desde esa vez comencé yo siendo ayudante del señor Ramón, luego ya fui su compañero de trabajo. Trabajamos mucho por Asunción, llegué detrás de él a trabajar en la Caballería. Hemos estado una y cien veces en el Club Centenario”, añadió.

Así fue tomando confianza y se convirtió en un fotógrafo más preparado, entonces Adorno le dio un lugar en el Centro Unión Libanesa, ubicado sobre Herrera, entre Paraguarí y Antequera.

Su maestro y compañero logró una beca a Estados Unidos por tres años y entonces sintió que la capital le quedaba inmensa. “Me quedé por ahí, trabajé un tiempo en la Marina, hicimos ahí el archivo de la flota mercante del Estado. Luego, regresé a mi ciudad en Pirayú. Asunción era tan grande y yo campesino (risas), entonces tuve que volver a mi pequeña ciudad a trabajar”, comentó.

Don Patrón no se conformó con captar las fotografías sino que hizo un gran esfuerzo por montar su propio laboratorio en Pirayú, departamento de Paraguarí. Allí se topó con la falta de herramientas y de energía eléctrica. Así que se dedicó a la fabricación de helados artesanales mientras juntaba los equipos e insumos para montar el laboratorio, menester que le llevó aproximadamente un año, según explicó su hijo Hugo González.

 

Al lograr su objetivo de tener su propio laboratorio, en la oscuridad de cada noche fue revelando los negativos con luces que provenían de la batería de un auto, a falta de energía eléctrica.

“Había un señor (Gregorio Gayoso, quien aún vive) que cargaba la batería de día y a la noche me la prestaba para que yo trabajara; a la noche para su motor y yo, a hombro, ya traigo una batería que trabaja toda la noche hasta las cinco de la mañana. Cuando empieza a trabajar el motor, yo ya tenía que llevar”, relató don Patrón.

Para construir su ampliadora, le ayudaron a carpinteros de la zona. Él consiguió las lentes para pasar los negativos al papel y se los agregaron a la estructura.

“Llegué a hacer fotocarnet en 10 minutos en aquella época. Casi, casi fui el primero. Esos estudiantes que tenían que rendir y no tenían fotocarnet, bueno, don Patrón era la solución”, acota, elevando con orgullo la voz. Después, en 1962, se mudó a Ypacaraí, que ya contaba energía eléctrica –por las facilidades que su uso le daría– puesto que ya se encontraba sobrepasado de pedidos.

González era feliz haciendo lo suyo, así como viendo a los otros aprender el oficio. “Después ya comenzaron mis ayudantes a hacer su 'casa foto', yo nunca fui mezquino de mostrarle a la juventud mi profesión, porque me gustaba mucho y me alegraba ver a los jovencitos sacando fotos por ahí”, sostuvo.

Sin duda, esta es una de las frases preferidas de González para hacer reír a la gente, puesto que asegura que es un fotógrafo netamente comercial. “El que deseaba una foto, yo apretaba el gatillo de la cámara y ya  tenía mi platita ahí”, indica.

“¿Sabés qué yo dije en una escuela de Argentina? Bueno, se juntaron ahí como 20 ó 30 estudiantes de fotografía y conversamos muchísimo con ellos. Yo les digo que la fotografía es el único medio en que se tapa la cara para tocar el dinero. Le pregunto a una estudiante: ¿Cómo sacás la foto? ¿Ponés tu cámara en la cara o cómo hacés? 'Pongo en la cara', me dice. ¿Ves? Yo hago lo mismo, me tapo la cara y con la otra mano ya tengo mi platita”, explicó riendo.

“Yo seguía con mi ritmo de fotografía, me fui al Chaco, me fui a Benjamín Aceval 13 años. El camino era tan feo que yo tenía que pasar en canoa con mi moto. Cuando se inauguró el asfalto y el puente en Mariano Roque Alonso dejé de irme. ¡Mirá que soy un tonto, de tonto soy un poco de sobra!”, señaló con picardía.

Don Patrón se unió en matrimonio con Mónica Antonia Centurión, de profesión odontóloga. Al ser consultado si con este trabajo le alcazaba entonces para mantener la casa, respondió nuevamente riendo: “Esta señora jamás protestó cuando venía con el bolsillo vacío”. Con ella tuvieron dos hijos: Hugo y Sonia.

“Hace alrededor de 10 años que me alejé de la profesión porque las chicas más bonitas ya no quieren sacarse fotos conmigo; eligen a los fotógrafos más jóvenes”, bromea.

Cuenta que durante varios años dejó su casa y se fue a vivir a las orillas del lago porque trabajaba con una barra de tragos. Hace poco tiempo que regresó a su casa en Ypacaraí. “Parece que soy otra vez bienvenido”, manifestó.

 

En noviembre del año pasado se inauguró la muestra en la Casa de la Cultura Popular de la Villa 21-24 de Barracas, Buenos Aires (Argentina). Virginia Giannoni cuenta que de esta muestra, llamada “González”, los medios de prensa del vecino país se hicieron eco con buenos comentarios. “Allá en la exposición fue muy lindo cómo la gente decía: 'Yo te conozco, vos le fotografiaste a mi papá'”, refirió.

“Nosotros queríamos particularmente que fuera ahí, porque es donde está la mayor cantidad de paraguayos en la ciudad y, más allá de eso, de que el público y el barrio respondieron bien, a nivel prensa y medios culturales hicieron muchas notas sobre González”, coincidió Di Mario.

A González le costó creer lo que estaba sucediendo. “El día de la inauguración, una chica estaba diciendo palabras tan pero tan lindas que yo me pinchaba y me pinchaba en el brazo para saber si era cierto que estaban hablando de mí”, expresó.

La muestra estará habilitada desde este jueves 21 de setiembre hasta el 10 de noviembre, de 19:00 a 21:00, en la Fundación Texo, ubicada sobre Paraguarí Nº 852 casi Manuel Domínguez. La entrada es libre y gratuita.

En la apertura se proyectarán imágenes que nunca fueron publicadas, ya que aproximadamente se revelaron 600 capturas. Durante el tiempo que dure la muestra estarán exhibidas un total de 53 fotografías, una colección de sus cámaras fotográficas de antaño y además estará a la venta su libro fotográfico. “Cuando iba a cumplir 80, yo busqué sus cámaras y las armé todas para exhibirlas. También encontré esta máquina que pasa los negativos a papel, logré hablar con cuatro discípulos de él y cada uno le entregó en ese cumpleaños una pieza. Yo, desde los diez años le acompañé, llegué a hacer fotografías en matrimonios como ayudante”, explica Hugo González, su hijo y compañero.

 

Giannoni y Di Mario comentaron que la idea es llevar próximamente la muestra a Pirayú para que la gente pueda identificarse o reconocer a sus familiares y los lugares en las fotografías de González. “Será como devolverle a la gente sus imágenes y que se puedan ver”, concluyó el fotógrafo argentino.

Por su parte, González dice estar contento y más feliz que nunca, además de tener un sinfín de historias que no caben en un solo texto y, con respecto a sus fotografías, que tras un arduo trabajo regresan reveladas a su tierra, es probable que más de una persona se encuentre en las capturas o distinga a algún conocido, lo cual sería como el boleto de un viaje a través del tiempo con un solo flash.

 

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