Todos tenemos heridas debajo de la piel

En una puesta de calidad casi cinematográfica y planteada desde el minimalismo, “Dean, el inmoral” propone mirarnos para adentro y cuestionar nuestros fantasmas. En esta obra todo está justo: texto de Arturo Fleitas, dirección de Fati Fernández y tres grandes actuaciones que confirman lo placentero del buen teatro y lo nutritivo de reflexionar a través de este arte.

Erik Gehre es James Dean y nos da con este papel una muestra de su capacidad de saltar del drama a la ironía sin esfuerzos.
Erik Gehre es James Dean y nos da con este papel una muestra de su capacidad de saltar del drama a la ironía sin esfuerzos.Dani González

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Algo que siempre me pregunto es ¿desde dónde se cuenta una obra? Y tras esa pregunta me hago otra: ¿para qué? Claramente con James Dean hay mucho que abordar más allá de solamente su figura como actor, ya que su astronómico ascenso hizo que lleve todo por delante, así como se llevó por delante su vida literalmente a toda velocidad al fallecer trágicamente.

Al actor estadounidense lo recordamos mayormente por sus papeles en películas como “Rebelde sin causa”, “Gigante” o “Al este del Edén”. Pero si ponemos el freno a esta vida ¿qué hay dentro o detrás de él? Nos lleva al punto de analizar los antecedentes, porque detrás de todo adulto hay un niño, y sabemos que la infancia/adolescencia es el tiempo clave en el que se forman las personalidades siempre en respuesta a lo que se recibió o no.

En este caso la vida de James que conocemos gracias a sus biografías o comentarios de cercanos, fue una vida plagada de sufrimientos y contrasentidos. Quizás él nunca supo reconocerse en el ser actor, porque eso para él pudo haber sido un escape a su personaje real: él mismo. O quizás sí pudo. Quizás quiso desprenderse de su pasado, quiso huir sin poder lograrlo, porque tanto la figura de su madre fallecida como de su padre aún vivo seguían atormentándolo de diferentes formas.

En realidad siempre solo serán supuestos, pero lo que el teatro hace en este caso es, además de darnos un vistazo de toda su vida, hacernos reflexionar sobre nuestra propia vida. Tal vez todos pudieron sentirse identificados con un aspecto de la vida de James, porque su transitar fue un abanico de posibilidades.

Por ello, también abordar un personaje del que no se conoce mucho debe ser un reto. Ya sea escribir sobre él buscando desentrañarlo, como también interpretarlo, intentando ponerse en sus zapatos y a la vez transmitir qué siente o qué no.

“Dean, el inmoral” cumple estos desafíos de manera sobresaliente sostenida en tres patas importantes: un texto sublime y respetuoso de Arturo Fleitas, que no cae en sentimentalismos ni en el sensacionalismo de una vida de la que casi siempre se habla solo desde lo polémico. Actuaciones comprometidas, definitivamente enamoradas de sus personajes, y una dirección de Fati Fernández que busca sacar lo mejor de cada artista.

Por un lado, Erik Gehre, quien hace de Dean, entregó literalmente cuerpo y alma al personaje. Tras su actuación se puede percibir que hubo investigación desde muchos ángulos, ya sea en cuanto a lo físico y emocional. Sin dudas James Dean era una persona compleja pero muy en el fondo completamente vulnerable. Captar esa dualidad sin sobrepasarse con las intenciones es algo conmovedor de ver en un actor joven pero cuya mirada expresa seguridad y pasión hacia la construcción del personaje.

Fundamentales fueron las presencias de los coprotagonistas: Mafe Mieres y Alfredo “Miliki” Chaves, nombres destacados en la actualidad de la dirección y la actuación nacional. Esos fantasmas que rondaban la cabeza de James como también algunos, muy pocos, amigos incondicionales, cobraron vida con este dúo cuya energía respetó a la principal. Lo que dieron generaba una simbiosis perfecta con la energía de Erik.

Por Mafe pasan desde la madre de James Dean, donde sin palabras nos dice todo; Pier Angeli, Elizabeth Taylor, entre otros personajes, mientras que Miliki se mueve desde la madrastra de James, un periodista, Elia Kazan, Marlon Brando, hasta el padre de James y más. Solo actores con un gran rango interpretativo pueden mostrar esa versatilidad sin que se sienta forzada.

Bien pudo haberse presentado un gran elenco mostrando a todos estos personajes. Podía haber sido una escenografía acorde a la época. Pero hacer eso sería como hacer una obra biográfica, lo cual está bien. Pero en el riesgo de esta puesta creo yo está la ganancia. La diseñadora de escenografía Adriana Ovelar apostó al minimalismo, pero bien utilizado este concepto fue ideal. Solo una escenografía que podría decirse atemporal sirve de todo: edificio, balcón, tren. Y un farol que, en otra esquina, plantea un sitio dramático.

Pero todo esto funciona a la perfección gracias al preciso trabajo de luces de Martín Pizzichini. Nada está librado al azar, ningún color y ninguna forma. La importancia de la calidez en ciertas escenas o lo lúgubre para otras cae sin desperdicios según necesidad. A ello se suma el sonido que, sin exagerar, genera también esos climas necesarios para sumergirse en las diferentes épocas y en los diferentes escenarios a los que viajamos. Detrás de este diseño estuvo Ronald Von Knobloch, quien también asistió en dirección.

Hay, detrás de una obra que tiene a solo tres actores en escena, mucho de trabajo. Un gran equipo es lo que realza a toda buena puesta. Desde la coreografía exacta, dibujada por Maca Candia, hasta el vestuario acorde preparado por de Tania Simbrón.

Todo esto bajo la batuta de Fati Fernández, una pisada joven también para la dirección. En la obra se siente que ella aportó la visión y el respeto al teatro que la caracterizan, porque no dejó que los personajes caigan en la sensiblería. No buscó la lágrima fácil con golpes bajos sino, en mi caso, el quedarse perplejo al terminar la obra y agradecer por una hora y media de teatro del bueno. La producción fue de su hermana en el arte Julieta Benjamín, quien hizo notar que no dejó ningún cabo suelto. Es así una obra que cierra redonda, mostrando lo justo, con un despliegue actoral que se disfruta y con una sensación de pensar: qué importante es reconocer quiénes somos y quiénes queremos ser.

Si me preguntaba desde dónde se cuenta esta obra: desde la búsqueda de tocarnos, casi como una sesión de terapia, y tras esa pregunta otra: ¿para qué? Para conmovernos y abrazarnos.

La obra sigue en la Sala La Correa este sábado 3 y domingo 4, como también el próximo fin de semana (10 y 11), siendo los sábados a las 20:00 y domingos a las 19:00. Las entradas para este fin de semana ya están agotadas. Para la próxima, las anticipadas tienen un costo de G. 50.000 y pueden adquirirse contactando al 0981 583824 o a través de la cuenta en Instagram @cabalateatropy.

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