Calamaro lo hizo de nuevo

Un Yacht y Golf Club abarrotado y una pasión elevada al límite fueron el paisaje que recibió -por quinta vez- al músico y compositor argentino Andrés Calamaro en Paraguay.

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Era un festival, pero hay que decirlo: todos fueron por una razón. Ni la formidable propuesta de los Magic Numbers -en su primera presentación paraguaya; sin dudas, un gran hallazgo indie- ni las celebradas melodías de La de Roberto -liderada por Roberto ‘Chirola’ Ruiz Díaz- lograban desviar del Vivo Festival la agitada espera por el nuevo concierto del músico argentino que, cada vez que viene, juega de local y conquista.

Con una potente puesta que se despega absolutamente de la gira acústica que lleva adelante con su álbum Romaphonic Sessions (2016) -una colección de Grabaciones encontradas grabada en piano junto a Germán Wiedemer-, Andrés Calamaro volvió al Court Central la noche del sábado para conquistar de nuevo a su público. Lejos de lo que podría ocurrir, cada reencuentro en realidad multiplica las ansias y adrenalina de un público que canta todo, baila y salta del inicio al final. El mismo público se va renovando, porque no faltaron voces adolescentes conocedoras de todo su repertorio.

El mismo inicio -con Alta suciedad- daba pie a un agite que no siempre se observa, incluso con figuras de reconocida trayectoria e historial radial a nivel internacional. Calamaro nuevamente lo hacía, más allá de las fórmulas radiales. Eso quedaba comprobado con paisajes musicales como El día de la mujer mundial -grabada sin destino de hit en la recordada Honestidad brutal (1999), pero cantada en su totalidad-, entre más recientes lanzamientos -como Cuando no estás, grabada en Bohemio (2013) y el ya clásico Crímenes perfectos -registrado en 1997 para Alta suciedad-.

“¡Hola, Paraguay!”, fue el saludo inicial que lo acercaba a su público, entre el agitado pogo para Rehenes y una canción pocas veces interpretada en vivo: Algún lugar encontraré, editada en 1995 para la película Caballos salvajes, de su compatriota Marcelo Piñeyro.

“Gracias por estas sensaciones... ¡Todavía no terminó y ya queremos estar de vuelta! Tráigannos de nuevo”, lanzaba el cantante como carne efectiva para alimentar -una y otra vez- la pasión.

Los coros seguían al ritmo de clásicos: la parte de adelante, en medley con Loco, con un Court Central absolutamente rabioso y el clásico canto del “¡Olé, olé, olé!”, que el artista respondía con reiterada emoción: “Asunción, Paraguay: ¡Muchísimas, muchísimas gracias!”.

Las sorpresas seguían desde el baúl de los recuerdos: una emocionada versión de 7 segundos -grabado en Sin documentos (1993), de Los Rodríguez- en medley con El día que me quieras, un clásico de Gardel y Le Pera. Los ‘hallazgos’ seguían para los fieles de siempre, con dos rescates de Los Abuelos de la Nada, la formación de la que integró junto al recordado y fallecido Miguel Abuelo. Aunque descolocando a los fans adolescentes, No te enamores nunca de un marinero bengalí y Costumbres argentinos terminaron por erizar la piel de aquellos que vienen coleccionando sus canciones por varias décadas.

Los versos contemporáneos volvían con Carnaval de Brasil, que antecedía al rock furioso de Output input, un rescate de su quíntuple álbum El salmón (2000), también coreado con furia por el público.

El salmón, justamente, era la pieza que faltaba. Y la que llegaba para volver a encender, esta vez con la bandera paraguaya en sus manos -primero-, para terminar en el pedestal después y, finalmente, en la espalda del mismo músico, como símbolo de su hazaña. La entrega se concretaba poco después, cuando el argentino pisaba el suelo paraguayo, como una licencia poética de entrega.

El repaso histórico volvía de la mano de Los Rodríguez, con otros hits generacionales: A los ojos y Sin documentos. El artista volvía a erizar la piel, con otra temática que siempre lo inspiró: el recuerdo a los amigos ausentes. Con imágenes de leyendas como Luis Alberto Spinetta, Pappo, pasando por Juan Gabriel y una foto fija de Gustavo Cerati, la emoción fue constante y se adueñó del instante.

Entre coqueteos con el público, alguna mención al fútbol y una camiseta roja lanzada por el público con el nombre de Bob Dylan -ganador del Premio Nobel de Literatura de este año-, el artista replicaba la apuesta con otra serie irreprochable de hits. Así sonaban Flaca, Estadio Azteca y, finalmente, Paloma, como dolosamente acostumbra hacerlo. Pasaban dos horas del show, y el concierto llegaba a su fin. El Vivo Festival se convertía entonces en una excusa válida para que el público de Andrés Calamaro lo disfrutara de vuelta. Era la quinta vez pero, a juzgar por la pasión, pudo ser la primera. Como en cada concierto, Calamaro y su público estuvieron mejor. No cabe dudas, entonces, de que hay Salmón para rato.

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