Ventana abierta al universo de Barrios

El universo de Agustín Pío Barrios es una cantera muy poco explotada aún. Su fama mundial recién comenzó a mediados de los setenta, treinta años después de su fallecimiento, con el legendario vinilo de John Williams. Una gran cantidad de sus obras hoy son prácticamente desconocidas por el gran público, y todo lo que concierne a su azarosa vida nos atrapa desde un comienzo, que uno desea que esa gran aventura alguna vez sea llevada al cine.

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Con esta expectativa fuimos a ver “Las cartas de Barrios”, que Berta Rojas y Humberto Rubín presentaron el viernes y sábado pasados en el Teatro Municipal, con la dirección de Rayam Mussi, y guión de Tito Chamorro.

El espectáculo consiste en un concierto con relato, donde las cartas son solo una parte. Inicialmente, uno pensaba que tendríamos dos visiones diferentes de la expresión de Barrios. Por un lado, la música, a través de las composiciones, y, por el otro, sus palabras, plasmadas en los textos dirigidos a su amigo y mecenas Martín Borda y Pagola.
Pero “Cartas de Barrios” está armado de una manera más amplia, como una visión biográfica-panorámica del gran compositor misionero, con relatos sobre su vida, a cargo de Rubín, que recurre a textos de los biógrafos, y de la pluma del mismo Mangoré, entre ellos algunas misivas y ese manifiesto bohemio y romántico que es la famosa “Profesión de fe”. De esta manera, la obra es una muestra muy ilustrativa sobre el músico más famoso del Paraguay.

El escenario estaba montado con figuras rectangulares, como hojas de cartas. Sobre los protagonistas se encontraba un gran cuadrado que servía de pantalla, donde se proyectaban fotos e imágenes alusivas, funcionando así como una gran ventana desde donde Barrios observaba (¿no son las cartas ventanas que nos conectan con el remitente?). Un montaje interesante de Toranzos, en contraste con la forma circular del teatro.
En el rol de relator, Rubín era el periodista que todos conocemos, mientras Berta actuaba como la Musa de la Guitarra, interpretando obras de Mangoré con el estilo compenetrado y brillante que le caracteriza. El final, con cartas cayendo sobre el público daba el toque mágico y teatral de la puesta.


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