Lo que han hecho los estudiantes, hasta los adolescentes secundarios, sin preaviso, sin conspirar, sin prepararse. Tal vez por eso, por tomarnos de sorpresa y por no ser nosotros, los adultos, los actores, parece que no estamos viendo lo que nos muestra la historia. Y quien no ve la historia es un tonto, individuo o nación.
La pequeña revolución la hicieron, o la hacen, los estudiantes de la Universidad Nacional de Asunción. Los docentes y los egresados no docentes siguen pasmados, no tienen protagonismo; no pueden sacudirse el peso de la complicidad que, poco o mucho, los ha agobiado por tantos años... desde los años negros de la dictadura, que impuso el miedo y la corrupción de la afiliación casi obligatoria. De repente se tendió una línea entre jóvenes rebeldes y algunos padres valientes, y viejos tiesos, sordos y mudos... y cobardes. Yo tampoco esperaba que esos chiquilines embobados por sus celulares hiciesen tanta limpieza, aunque la hecha esté aún lejos de terminada.
Pero hay ausencias notables: los estudiantes-clientes de universidades privadas y los gremialistas de gremios figurones. Ambos evidencian egoísmo, los unos que solo quieren un diploma de uso personal y exclusivo, y los otros preocupados por sus dividendos, la productividad de su mano de obra y su “liderazgo” socioempresarial. Las ausencias del campus revelaron otra vez las distintas sensibilidades sociales de los humanos, naturales, aunque lamentables cuando pensamos que la purificación moral de la sociedad es un proceso que interesa a todos y espera el concurso de todos. En los estudiantes de otras universidades comprendemos que el espíritu cívico esté ausente porque el mismo concepto universal, ambicioso de alturas, de verdades, de humanidad fraterna, de “universitas”, está ausente de sus casas de estudio. Y los otros, los referentes gremiales, empresariales y otros, también son comprensibles, al fin y al cabo: son hijos de su vanidad, de su ambición intrascendente, de sus pobres espíritus. Su pena será terrible, aunque no la sientan: no podrán decir jamás “Yo también combatí la corrupción; ese fue mi mayor aporte a un Paraguay mejor”.
Carlos J. Ardissone Valdés
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