He comenzado citando en el epígrafe la célebre frase de Clausewitz, porque tiene todos los elementos, incluido lo catastrófico, que resulta de aplicar armas impropias al tipo de confrontación que se trate.
Juan Guaidó, figura central y más representativa de la oposición venezolana, ha hecho bien invitando a todos los grupos que la conforman para sellar una sólida unidad, definiendo previamente cuál sería su hoja de ruta. El riesgo que se corre es el de formar un movimiento muy amplio y en principio fuerte, donde unos esgriman instrumentos propios de la guerra y otros de la política y la paz, como parece insinuarse en el horizonte.
La oposición, en tanto que mayoría en Venezuela, según todos los sondeos, y también en la comunidad internacional, que en el momento en que hablamos es el más poderoso de sus componentes, han proclamado que la salida de la tragedia en que está sumido el país sería poner cuanto antes en manos de los venezolanos el nombramiento del gobierno que desea, para lo cual debe producirse un acuerdo de transición que, en plazo perentorio, organice unas elecciones impecablemente libres y rigurosamente observadas nacional e internacionalmente.
Quiere decir que la hoja de ruta mencionada por Guaidó tiene que transitar la vía política, pacífica y electoral. En eso no se puede vacilar ni una pizca, pero el problema radica en que muchos creen que Miraflores nunca aceptará una derrota electoral, aunque su deterioro siga avanzando con ímpetu volcánico. Suponen que este tipo de decisiones depende de la voluntad de quien manda hoy y no de la fuerza que tenga para imponerla. Y ocurre que la correlación entre oposición y gobierno se inclina cada vez más a favor de la primera y, por lo tanto, lo que al final ocurra no dependerá del capricho del segundo. Todo eso implica situarnos en el terreno de la política y usar sus medios específicos en lugar de jugar a ensoñaciones bélicas que correrían a cargo exclusivo de ejércitos de países aliados, a los cuales correspondería poner incluso los muertos, muchos o pocos, causados por la refriega.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
No obstante, si bien el apoyo político internacional a favor del cambio democrático en nuestro país sigue creciendo, ocurre lo contrario en relación con el desenlace dictado por una invasión militar. Algunos esperan que la presión de la Unión Europea a favor de la salida electoral y el cambio que eventualmente ocurra en las elecciones norteamericanas quizás profundicen estas tendencias.
Sin embargo, sigue en pie la creencia de que solo la violencia extranjera podría salvar a Venezuela, ya que los venezolanos solos no podemos. Curiosa confesión de impotencia que, sin duda, no será del gusto de los ya muy generosos amigos solidarios del mundo.
En esta indefinición absurda entre la quimérica guerra y la muy real política, se condena a los opositores que prescindan de medios tan esencialmente políticos, como las elecciones, los diálogos y negociaciones y que entiendan la enorme importancia de la tormentosa disidencia que, como lava ardiente, se extiende por el movimiento oficialista.
El supuesto que participar en elecciones “legitima” al régimen y no hacerlo lo “deslegitima” es una falacia, sea que lo calibremos conforme a la experiencia venezolana y mundial, y todavía más acentuado con el enorme desarrollo teórico del concepto de legitimidad, que lo asimila con la pérdida de poder político, debido a una acumulación de causas de las que el ejemplo del gobierno madurista exhibe en abundancia y que lo han fraccionado, debilitado y deslegitimado.
En la proliferación de sociólogos, politólogos e historiadores que han desarrollado ese concepto, figuran numerosos intelectuales venezolanos para quienes seguramente el simple hecho de participar en un proceso electoral nunca podría “relegitimar” el deterioro causado por la pérdida de apoyo político, en los términos que por primera vez expuso David Easton y, en los hechos, los ejemplos que van en la misma dirección cubren la superficie del planeta. En Venezuela, la izquierda quiso deslegitimar el condominio AD-COPEI mediante la misma falacia y fracasó. Sus continuas abstenciones en las décadas de los años 60 y 70 virtualmente la borró del mapa, en tanto que el binomio democrático alcanzó mayorías, entre el 80% y 90%. Igual ocurrió en 2005, cuando la democracia pretendió deslegitimar al gobierno chavista y ya sabemos lo que vino después.
El poeta de las tinieblas, Charles Baudelaire, afirmó que la principal astucia del diablo es hacernos creer que no existe. Pero las maquinaciones satánicas se estrellaron contra la genial previsión divina de otorgarle al ser humano el don del libre albedrío, que no es más que la capacidad infinita de perfeccionarse aprendiendo a superar sus errores.
El animal humano preferirá, por enfatizar su humanismo, usar los métodos democráticos, especialmente el electoral, antes que animalizarse adhiriendo a la autocracia. [©FIRMAS PRESS]
La guerra es la continuación de la política por otros medios (Carl Von Clausewitz).
@AmericoMartin