Tanto anhelamos contar con un buen servicio de lo más básico que necesitamos los paraguayos. En los hospitales públicos apelan a la solidaridad una vez más hasta para obtener sillas en las cuales los pacientes de covid puedan aguardar una cama, tal como vimos en el caso del Hospital de Clínicas. Varias escuelas no pueden siquiera recibir a la totalidad de sus estudiantes para las clases semipresenciales por falta de lavandina.
Esta última semana, el traslado digno de los usuarios del transporte público de pasajeros se convirtió en una lejana utopía.
Ya estamos en una especie de reniego colectivo por aspirar a la más mínima consideración de nuestros gobernantes de turno, tanto por el pasado y presente que los condena indefectiblemente por hacer poco o nada por la población.
Situación crítica, de emergencia, difícil; todo eso viene desde antes incluso de la pandemia del covid-19. Seguimos padeciendo problemas que pudieron o tuvieron que ser solucionados con mucha anterioridad. Hasta pareciera que volvemos a vivir una historia repetida y leerla todos los días en las noticias. Estamos en manos de personas que buscan llenar aún más sus abultados bolsillos mientras los del pueblo siguen vacíos. Una vez más nos traen promesas y no podemos callar. Para todos aquellos que no se expresen ni se quejan de la situación nos preguntamos ¿hasta cuándo vamos a ser así de dóciles? La necesidad de hablar es imperante, hacer caso omiso a la penalización social del desacuerdo. Hace falta que seamos capaces de escuchar voces que no nos gusten. No todas las opiniones nacen iguales, pero de igual manera merecen ser escuchadas.
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Los jóvenes, si no nos expresamos, no estamos participando de la toma de decisiones. No debemos dejar de lado que todos sufrimos las consecuencias de ese silencio después. Defender la libertad de expresión, de tener una voz, se debe imponer ahora. Cuidar lo que tenemos es más fácil que recuperarlo después. Discutamos nuestra actualidad y utilicemos como armas las mejores ideas que sobrevivan del debate, así tendremos el derecho de reclamar lo que nos resulte injusto con propiedad.
Hace mucho tiempo los humanos inventamos el fuego. Las conversaciones son parecidas al fuego; tienen en común que corren el mismo peligro: extinguirse. Ya aprendimos a usar ese fuego para que no se apague y a manejarlo para que no nos queme. ¡Alza tu voz, el tiempo es ahora!