La razón de esta buena onda es muy fácil de entender: A una distancia que varía entre poco más de 1.000 hasta aproximadamente 1.500 kilómetros, que se recorren con comodidad a través de carreteras impecables, disfrutando de paisajes que alegran la vista, se encuentran esperando las hermosas playas brasileras.
Impensable hace veinticinco años o más: La sola idea de viajar a estos lugares era casi descabellado, un privilegio reservado a pocas personas en nuestro país. La mediterraneidad paraguaya, sumada a los costos elevados del transporte aéreo, las distancias considerables y el temor a situaciones nuevas y desconocidas, vedaban a los paraguayos el acceso a las playas. Esto contribuía a que solo un pequeño segmento de la población pudiera darse el lujo de vacacionar en costas brasileras, algunos también en la Argentina y desde luego que siempre estuvieron las playas esteñas. Sobre estas últimas: Fueron y siguen siendo un destino turístico que no es para todos, principalmente por los costos elevados.
Pero en algún momento en los ´80 la posibilidad de los paraguayos de acceder a las playas se tornó en una realidad, con la promoción de paquetes turísticos que incluían el transporte, alojamiento y media pensión, con precios al alcance del bolsillo promedio e incluso financiados. Y la accesibilidad terrestre para aquéllos que optaban por viajar por su propio medio tampoco ofrecía demasiados peros, por lo que el éxodo feliz y temporal hacia las tibias, amigables y mercosurianas aguas atlánticas se volvió una práctica común y hoy día ya casi arraigada en mucha gente de nuestro país.
Brasil no solamente tiene infraestructura para recibir cada año a millones de turistas de todo el mundo; en el caso de Paraguay, hay muchas razones –todas relacionadas entre sí- que explican el fanatismo guaraní por viajar hacia allá: Empezando por la facilidad de los trámites aduaneros, que hasta podrían ser más severos. Continuando por la calidad y el estado de las carreteras, controles policiales amigables y oportunos, peajes caros sí pero que se pagan con gusto por los servicios prestados. Continuamos con un sinnúmero de localidades, algunas pequeñas y otras mucho más importantes, que nos esperan a lo largo de aproximadamente 650 kilómetros de litoral en los que nos sentimos a gusto con la panza al aire en Pontal do Sul, Guaratuba, Itajaí, Camboriú, Itapema, Bombas, Florianópolis hasta llegar a Torres, por solamente mencionar a las más concurridas por paraguayos, habiendo muchas otras ciudades más o menos pequeñas que nos reciben con las puertas –y cajas registradoras- abiertas.
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El litoral atlántico de los estados de Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul fue desde siempre sitio de esparcimiento y recreo, pero a partir de la década de los ´50 empezó la fiebre del urbanismo turístico, y barrios y hasta localidades pequeñas surgieron como hongos, para dar alojamiento a los cada vez más numerosos turistas, siendo Santa Catarina el estado con más playas del sur del Brasil. Y desde luego que debemos destacar muy especialmente a Camboriú, una ciudad súper segura, hecha a medida para los turistas, en la que los paraguayos nos sentimos especialmente a gusto, sobre todo los jóvenes por el movimiento nocturno espectacular. Existen posibilidades de alquilar pequeños departamentos hasta penthouses con balcones inmensos, casas, dúplex, el límite de tamaño y lujo lo determina solamente el bolsillo del pagante. La misma cosa la gastronomía, las playas que se visiten, y la incontable cantidad de paseos, excursiones, sitios interesantes, deportes acuáticos y mil cosas más que promociona tan bien la industria sin chimeneas.
Tampoco nos olvidemos de la proverbial amabilidad del brasilero, desde el ingreso al país, pasando por las gasolineras, la gente en la calle, los vendedores, todos nos escuchan con genuino interés y amabilidad. Está claro que la gentileza con el turista alberga intereses y está bien que así sea, pero aún eso es admirable cómo saben atender y vender sus servicios, sólo como un ejemplo el ritmo de las personas que trabajan en atención al cliente en el rubro gastronómico es sencillamente genial, nadie puede negar que se ganan su propina a costa de correr y atender sus mesas en forma impecable. Todo lo hacen con una sonrisa en la cara, y en las pocas ocasiones en que nos “embroman” lo hacen tan gentilmente, que como que hasta nos duele menos.
No hay con qué darle a las playas brasileras: Las corrientes marinas hacen que las aguas tengan la temperatura ideal, no muy frías ni tampoco calientes, como suele ocurrir más al sur y en el Caribe, respectivamente. Y a los días cálidos siguen las noches más que agradables, también gracias a las mismas corrientes, que permite disfrutar plenamente de los días y noches de vacaciones y descanso.
Muchos entrañables recuerdos familiares tienen como telón de fondo estos lugares: Los niños haciendo castillos de arena, y llorando sin consuelo cuando una ola impertinente mandó al tacho el trabajo de horas, el pariente con el que pasamos tan lindos momentos bajo “el solcito” y que ya no está con nosotros, también la anécdota inolvidable del primo que se tragó una ola y salió con las rodillas raspadas, la familia acurrucada bajo la sombrilla cuando se largó un chubasco que no estaba en ningún pronóstico y ni hablar del griterío que se armó cuando vimos los colores de nuestro querido club ondeando en un pequeño mástil improvisado de un puesto de ventas ambulante.
Las playas brasileras van a seguir recibiendo al turista paraguayo, novelesco personaje que munido indefectiblemente de un equipo de tereré que apenas instalado bajo los parasoles es irremediablemente abandonado en el suelo para ser reemplazado por unas cervecitas bien frías, y mientras hunde los pies en la arena, se aplica bronceador y dirige una mirada de satisfecha suficiencia a lo largo y ancho de la playa canturrea por lo bajo:
“Moro, num país tropical, abençoado por Deus
E bonito por natureza, mais que beleza…”