“Cuando entré por primera vez en la Asunción, no dejó de sorprenderme la semejanza que tienen sus casas con las de Pompeya. Los entrepaños de las paredes, decorados con pilastras en bajo relieve, y pintados en amarillo claro o violeta; sus anchos y elevados portones, que no dan sobre el interior de la casa sino sobre un espacioso zaguán, dejando ver más adelante sus patios adornados con una sucesión de columnas, que completan la semejanza...” la describió Jorge Federico Masterman en Siete Años de Aventuras en el Paraguay, en 1870.
En posguerra, los periodistas Michael George y Edward Thomas, emigrados desde Irlanda a la Argentina, dejaron el Manual de las Repúblicas del Plata, 1876. De Asunción dicen: “después de 3 siglos conserva todavía muchos caracteres de la Edad Media”. Sin embargo, resaltan que “los edificios públicos son magníficos, como el Cabildo, Catedral, Estación San Francisco, teatro, palacio de López, aduana y otros (...) las calles casi intransitables de arena. Las casas tienen techo de teja y anchos corredores. Las tiendas son pobres, pero el viajero debe comprar unas sortijas del país del mismo estilo fantástico que las fabricadas en China. El mercado de Asunción a la salida del sol presenta un cuadro muy animado, cuando se reunen las paisanas a vender su tabaco y frutas”.
Asunción es una ciudad que seduce y se deja seducir. De Bourgade La Dardye en su libro El Paraguay 1889 cuenta una rica anécdota: “Me acuerdo que al embarcar en Buenos Aires rumbo a Asunción, no existen predicciones siniestras que no me hayan hecho mis amigos. No pasa un día, me dijeron, sin que un tigre ataque algún habitante en las calles mismas de Asunción. En cuanto a las serpientes de cascabel, había tantas que los cascabeles hechos con colas de las mismas eran uno de los productos más comunes del país. La fábula estaba tan bien aferrada, que, unos años antes de mi llegada, cinco jóvenes franceses, armados hasta los dientes, desembarcaron en el puerto de Asunción con el fin de ofrecer sus servicios para liberar la ciudad de todos los tigres que la infestaban. Es inútil decir que se les ofreció el mejor recibimiento, pero en lugar de matar tigres imaginarios, cambiaron sus escopetas de cazadores de fieras por industrias lucrativas (...) que, desde entonces, los mantiene apegados al país”.
Ricardo de Lafuente Machaín en La Asunción de Antaño (editada en 1942) afirma de la Asunción Colonial que tal vez “por hallarse lejos del mar y apartada de las rutas comerciales seguidas por los mercaderes” no fue tan frecuentada por los viajeros y de ahí la impresión de “ciudad pobre y monótona”. “No obstante, muchos de los llegados hasta ella, prolongaron su permanencia o se radicaron definitivamente, y si partían, lo hacían con pesar, recordándola luego, con cariño”.
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Y sigue: “no se daban cuenta, ni definían, la causa de semejante atracción. Cedían inconscientemente a los efectos de una hospitalidad acogedora y sencilla, de un clima suave, de la luminosidad de su cielo, de la orgía de colores que ofrece (...), la policromía de sus árboles en flor, la diversa coloración de sus casas modestas, que tan bien armoniza con la Naturaleza, y los fuertes contrastes de sol y sombra que dan vivo relieve a los detalles arquitectónicos...”.
Es increíble el peso que la historia carga sobre Asunción y su gente. Y en estos días no solo las calles céntricas bullen de visitantes con coloridos atuendos deportivos, mientras los indígenas les ofrecen su primoroso arte. Nuestra casa está con miles de visitantes, aunque no se la haya preparado anticipada y adecuadamente.
En un momento tan especial como el de los Juegos Suramericanos es de esperar que los paraguayos y asuncenos no los defraudemos. Que los huéspedes queden prendados de Asunción como antaño y se lleven lo mejor. ¡Hagamos de la ciudad una fiesta y un deleite!