Son muchas las definiciones de oración, y una de las más profundas es: “Rezar es conversar con Dios”. Aparentemente sencilla, pero oculta una abundancia de posibilidades.
Conversar con una persona es dialogar, cosa que exige hablar y escuchar, entender los símbolos y mantener el espíritu abierto. Entre nosotros, seres humanos, esto no es fácil y, tratándose de Dios, es más arduo todavía.
Sin embargo, Jesús nos dejó su ejemplo personal, pues pasaba largos ratos orando en silencio y soledad. También los apóstoles le hicieron la ardiente súplica: “Señor, enséñanos a orar”, y en respuesta les enseñó el “Padrenuestro”.
Hoy, Él cuenta una parábola mostrando que es necesario orar sin desanimarse: la viuda va al juez inicuo y le fastidia tanto, pidiendo justicia, que el juez le atiende para librarse de su impertinencia.
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Entonces, si hasta el ser humano, delante de la insistencia del otro, muchas veces termina cediendo, más hará el Señor, no como quien cede delante de una presión, sino como Padre amoroso, que regala salud, alegría y prosperidad cuando sus hijos queridos le piden con perseverancia.
Dios quiere que recemos más, que pasemos más tiempo con Él, y menos tiempo delante de las pantallas: del celular, del computador y de la TV. Quiere que recemos mejor, y que esta oración cambie nuestras actitudes. La oración no puede ser solamente una búsqueda del bien estar propio, sino la búsqueda de la voluntad del Señor, y la fortaleza para realizarla.
La viuda del Evangelio pide justicia al juez, y este debe ser uno de los pedidos más constantes de nuestra oración: la justicia en el país, de modo que crezca el bien común, y mejoremos el futuro de la generación siguiente.
En esta conversa sincera con nuestro Creador y Redentor logramos ver el significado de las luchas de nuestra vida, sea por el pan de cada día, sea por la educación de los hijos, sea por una sociedad menos violenta. Además, en clima de oración conseguimos dar sentido a nuestros dolores y decepciones.
Igualmente, la oración de cualidad nos lleva a dejar de lado las vanidades, los rencores y la codicia desmesurada, lo que representa cambiar para una vida más altruista y más centrada.
San Francisco de Asís enseñaba: “No apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir” (Rb 5,2).
Paz y bien.