Reparar los daños

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Zaqueo era un rico cobrador de impuestos, jefe de los publicanos, gente que recaudaba tributos para el imperio dominante. Él era coimero, injusto y estafador. Sin embargo, tuvo el feliz deseo de “querer ver a Jesús”. El Señor se conmovió con su aspiración y le dijo: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Jesús fue a su casa, seguramente almorzaron, conversaron bastante, y al final, Zaqueo le confesó: “Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más”.

Jesús proclamó: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.

Nos quedamos preguntando qué clase de conversación se dio entre Jesús y Zaqueo. Probablemente, el Señor le hizo ver lo efímero del dinero y lo peligroso que es adquirir bienes dañando al semejante, o robando de las instituciones del Estado: crimen de “cuello blanco”.

No sabemos si habrá sido la mirada de Jesús, sus palabras, o la fuerza de su personalidad, lo cierto es que el cobrador se convirtió.

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Este cambio de Zaqueo es una esperanza y ejemplo para todos los ricos del mundo. Reconocemos que no todas las fortunas son amasadas con estafa y explotación, pero también es cierto que estas injusticias ocurren con frecuencia.

Sea como fuera, estamos delante de un riesgoso desafío: el uso fraterno de los bienes, o el uso egoísta y derrochador. Él optó por compartir y reparar sus macanas: es muy importante “reparar” los delitos que uno ha cometido. Zaqueo devolvió con generosidad los bienes mal habidos, sin utilizar los catastróficos argumentos: “Todo mundo lo hace... hay que aprovechar la ocasión....”.

“Reparar los daños hechos” es una obligación de quien quiere estar delante del Señor con la dignidad de hijo suyo. Hay que reparar los daños económicos, físicos y psicológicos perpetrados contra otras personas.

Lo cierto y concreto es que cuando una persona pone la mano en el bolsillo para compartir magnánimamente sus cosas, es signo de que la gracia de Dios le tocó, y ha descubierto otros valores, como la honestidad, el bien común y el uso de las riquezas para la promoción humana.

Nosotros no tendríamos que pensar que esta enseñanza evangélica es solamente para aquellos que tienen “mucha plata”, porque cada cual tiene algo de recursos, así como, probablemente, no todo fue adquirido de modo transparente.

Conclusión: tratemos de reparar nuestras estafas y tengamos el sentido de la fraternidad, para que merezcamos oír de nuestro Redentor: “Hoy la salvación ha entrado en tu casa... y en tu corazón....”.

Paz y bien.