Ser sal, no mandio’ýre

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Continuamos con el Sermón de la Montaña, Mateo capítulos 5-6-7, que muestran “el ADN del cristiano”.

Sabemos que la expresión “mandio’ýre” significa una comida sin sal, sin gusto, que pareciera agradable, pero en la hora de probar es insípida y fastidiosa.

Cosa lamentable es cuando esto pasa con una persona, es decir, cuando ella se va haciendo insípida, malhumorada y plagueona. Este riesgo nos acecha desde nuestro nacimiento y hay que despabilarse, pues no es razonable pasar la primera mitad de la vida criticando a nuestros padres, y la segunda mitad, criticando a la pareja, o al superior.

Asimismo, hay incontables definiciones filosóficas, psicológicas y sociales tratando de definir quién es el ser humano. El Evangelio nos da la más hermosa y vibrante de todas: “Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo”.

No es solo una definición optimista, sino que pesa muchísimo, quien la pronuncia: es el Señor Jesucristo, Dios de Dios, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue creado.

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Jesús quiere que los cristianos se convenzan de que son la sal del mundo, sin embargo, no solamente como un tipo de condimento, pero como algo que purifica, da sabor y preserva de la descomposición. En otras palabras, como una fuerza transformadora.

Con esta afirmación Él nos invita a ser sus aliados en la misión de purificar tantas indecencias que existen alrededor nuestro, y a preservar la sociedad de la corrupción infernal que nos degrada: infernal, porque es corrupción impune, llena de sobornos.

También nos elogia diciendo: “Ustedes son la luz del mundo”. En otro momento, afirmó: “En cuanto estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo”, por tanto, nos delega su esencia misma.

Cristo ordena que seamos sal de la tierra y luz del mundo, que hagamos buenas obras en todos los sentidos, que los otros se beneficien de ellas, pero que agradezcan a Dios en primer lugar, y no, a quien las ha realizado.

El profeta Isaías da orientaciones concretas de qué significa ser sal y luz, exhortando a partir el propio pan con los hambrientos, sea de comida, de salud, de empleo o de afecto.

También a no cerrar la cara al semejante, a través de un orgullo despistado, o de una hostilidad sin fundamento.

Algo muy necesario y desafiante es rechazar la opresión, buscando beneficios ilegítimos a costa de la desgracia ajena.

Con estas actitudes no seremos católicos mandi’o ýre, pero estaremos construyendo una sociedad con valores morales y con más calor humano.

Paz y bien