Llorando sobre la leche derramada

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Desde hace un par de meses, y en especial durante las últimas semanas, seguimos con mucha atención las noticias provenientes de la Argentina, en donde los medios de comunicación destacan todo el proceso judicial seguido a los jóvenes responsables del ataque a un muchacho hijo de paraguayos que terminó muerto a consecuencia de los golpes recibidos. Las pruebas contundentes de la responsabilidad personal de los procesados, así como las circunstancias del hecho, no dan lugar a dudas en cuanto a la autoría ni tampoco a especulaciones de ningún tipo que pretendan desviar la atención de la causa principal. Así, la única pregunta que todos nos hacemos es ¿Por qué?

En este caso en particular, existe una gran presión por parte de la sociedad argentina que reclama justicia para la víctima y un castigo ejemplificador para los agresores, y la prensa se hace eco de este clamor, informando de todos los detalles de una situación que se tornó límite en el país vecino, harto de ésta y otras manifestaciones de violencia que muchas veces quedan impunes. Esto está ocurriendo hoy en la Argentina, pero no es una situación ajena a la de nuestro país y de muchos otros.

¿Por qué? La violencia existió siempre, y es de hecho una reacción natural de las personas ante ciertos estímulos, sean válidos o no. Un profesor universitario decía que la violencia es tan intrínseca al ser humano que, de encontrarse varados en una isla desierta 5 profesores de las Universidades de Harvard, Stanford, Complutense, La Sorbona y Mannheim, al cabo de una semana estarían partiéndose el cráneo entre ellos para poder comer el último coco del árbol. Válida o no la historia, nos recuerda nuestra naturaleza belicosa, que solamente puede ser moderada por la educación o por la fuerza. En el primer caso es muy probable que perdure a través del tiempo, mientras que en el segundo el estado pacífico durará exactamente hasta que el individuo no se sienta controlado y pueda dar rienda libre a sus instintos.

¡Qué manera de derrochar oportunidades con los jóvenes! Hace 30 años, escuchábamos en cada discurso político aquello de las oportunidades del Paraguay por ser el 65% de su población joven, con todas las ventajas que eso representaba a mediano plazo. Ese speech lo usaron el Gobierno y los políticos para conseguir votos y préstamos, y en general era como un bálsamo para aplacar lo mal que estábamos, pero lo bien que estaríamos cuando esa masa enorme y convenientemente preparada sacara al país de su situación.

¿Por qué? De esta forma, se rehuía a la responsabilidad del presente y se hacía recaer la misma sobre una generación a la que se no brindaron las herramientas que precisaba para hacer el cambio. Habiendo pasado 30 años, esas oportunidades se perdieron, como tantas otras, a causa de esa misma clase política que es un tapón para nuestro desarrollo y progreso y a la que conviene mantener en la penumbra a las mentes jóvenes. ¿De qué otra forma podemos explicarnos la corrupción imperante en torno al Presupuesto para Educación, a causa del cual tenemos maestros rurales que no saben escribir una frase larga sin varios errores ortográficos?

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Los jóvenes son la mejor oportunidad que tienen las sociedades, pero también son utilizados. Rememorar la caída del régimen dictatorial hace 34 años tiene aspectos positivos, es cierto, ya decía alguien que “aunque mala, es mejor una democracia que la dictadura”, pero una de las aristas más perversas de todo es que el advenimiento a la democracia fue tan burdo, tan mal orquestado y pésimamente administrado, que los jóvenes terminaron pensando que, en realidad, durante la dictadura se estaba mejor. Y la historia nacional tiene tan poca memoria que, de diez jóvenes entre 15 y 25 años a los que se pregunte quién fue Alfredo Stroessner, quizás uno pueda dar una respuesta coherente y no se limite a “fue un señor muy malo”. También es conveniente aclarar que durante el “Golpe de Estado” murieron cientos de jóvenes soldados, mientras que Oficiales de mayor jerarquía recibieron las condecoraciones y lauros.

¿Por qué? La violencia de estos jóvenes quizás pueda atribuirse a un entorno de por sí violento, a una sociedad en la que imperan cada vez más el individualismo y no se respetan las reglas de convivencia, en la que todos objetan todo y habla y opina igual el que sabe al que no tiene idea. Queriendo buscar alguna explicación a la conducta de estos jóvenes, recurrí al texto de la legislación paraguaya, encontrando la Ley 1642 del año 2000, que establece –entre otras- la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas a menores de 20 años y la prohibición del consumo de alcohol en la vía pública. Y mientras cavilaba recordé a Raúl Melamed cuando decía que en caso de ser electo diputado no haría un solo proyecto de Ley “porque en Paraguay más que nuevas leyes lo que hace falta es cumplir con las que existen”. Revisé las noticias, buscando alguna excusa para tratar de justificar o al menor entender un poco su comportamiento, pero los agresores ni siquiera estaban bajo los efectos del alcohol.

Sobrarán los análisis sobre lo ocurrido y las consecuencias que esto acarreará sobre familias enteras y, por qué no, la sociedad en sí. Habrá opiniones acertadas, muchas audaces, algunos extremistas de todas las corrientes y desde luego que no faltará “el que sabía luego que algo así terminaría ocurriendo”. Al margen de todo esto, hoy nos queda la amarga sensación de que la sociedad se falló a sí misma, una sociedad en la que sus actores no se saben proteger entre ellos y en la que lastimosamente hasta resulta necesario que ocurran estas desgracias para llamar a una introspección profunda.