Transfigurar: espíritu y economía

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Mateo nos relata la transfiguración de Jesús en tres puntos: él llevó a algunos apóstoles al monte Tabor y se transfiguró delante de ellos. Aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús, y principalmente, la voz del Padre asegurando que Jesús es su Hijo Predilecto.

Finalmente, el Señor recomienda que los apóstoles no digan nada sobre lo ocurrido, hasta que él resucite de entre los muertos.

Jesús realiza su transfiguración antes de anunciarles su pasión y muerte, y como este hecho iría a llenarlos de confusión, Él trata de afianzarles en la fe.

Nosotros ya podemos quitar una enseñanza para la vida concreta: muchas veces, antes de que nos pasara algo doloroso, Dios ya nos habrá prevenido, exhortado y enviado muchas bendiciones.

El Señor quiere fortalecer la esperanza de sus amigos delante del escándalo de su cruz y el mejor modo que encontró fue a través del gesto de transfigurarse.

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Podemos entender la transfiguración como si Dios “abriera un agujerito” en el cielo y nos permitiera ver lo que hay allá. Así que encontramos a Moisés y Elías, que representan a todas las personas honestas, que han practicado la justicia; Jesús con el rostro resplandeciente, y brota la expresión extasiada: “¡Señor, qué hermoso es estar aquí!”.

Delante de las crueldades del sistema capitalista, en el cual tenemos que desarrollarnos, de las manipulaciones de ciertas autoridades, y de la propia negligencia, nos sentimos aplastados y sin ganas.

Dios viene en nuestro auxilio, robusteciendo nuestra confianza y dando una orientación precisa: “Este es mi Hijo, escúchenlo”. Por tanto, si queremos transformar para bien nuestro espíritu, y la economía del país, hay que escuchar al Hijo Predilecto.

Escuchar a Cristo no es solamente conocer de un vistazo su vida, sino es realizar una adhesión personal a él, con todo el corazón, mente y bolsillo.

Estas tres características son muy significativas: con el corazón, pues donde está nuestro corazón ahí está lo que consideramos como tesoro; con la mente, pues hay que usar la inteligencia y organización para que los valores morales del Evangelio hagan nuestra situación económica más justa; y con el bolsillo, para que las cosas no se queden solamente en buenas intenciones.

Pensemos siempre que nuestra meta final es el cielo, lo que consolida nuestra esperanza, pero, a la par, hemos de transformar nuestro espíritu tacaño en espíritu desapegado.

Cuando el ser humano cambia decorosamente su alma, entonces lucha como un león para implementar transfiguraciones en el país, para que sea, desde ya, un “pequeño cielo” para todos.

Paz y bien.