La celebración familiar, que tuvo lugar en la que fuera la casa de la Mamama en Carapeguá y donde hoy vive una de las hijas, congregó a los más experimentados y a bebés de pocos meses, a hermosas tías viudas y a la prima que estaba pasando por una crisis matrimonial, al primo que nadie sabe de qué trabaja como también a una tía lejana a la que la familia quiere entrañablemente, y todos, absolutamente todos, se sienten como en casa en ese lugar.
Con ese sentido de educación respetuoso pero desprovisto de demasiadas formalidades, la gente entra a la casa saludando a todos y encuentra en seguida donde ubicarse, las conversaciones se cruzan, los platos de pasan de mano en mano, el menor sirve a los mayores y se respetan esas normas no escritas, pero tan propias de nuestra gente. Los comentarios fuera de lugar están vedados, y nadie juzga a nadie, aquí cada uno es quien es y nadie es más que ninguno.
¿Cuál es la explicación a todo esto? ¿Cómo es que pueda entenderse que existan lugares donde uno, sencillamente, “se halla demasiado”?. Pues la respuesta es muy sencilla, no hay una explicación. O hay muchas. No tiene mucho sentido y no puede explicarse que el tallarín con carne sea el más sabroso que uno hay comido en mucho tiempo, ni que el sencillo budín de pan se haya acabado mucho antes que el helado de reconocida marca, o que el arroz con leche estuvo sencillamente fantástico. Duele el estómago de tanto comer y de tanto reírse, y la alegría como que ocupa todo el lugar. Y por otro lado, ¿para qué buscar una respuesta a esto?
La casa de Mamama, como tantos hogares paraguayos, conoció de alegrías y penas, también de tiempos de relativa opulencia, pero muchos más de necesidades y apremios, pero en ella nunca faltó el pan. La carencia de ropas nuevas o vestidos a la última moda se compensaron con prendas que se modificaron para que luzcan mejor que bien, y la sonrisa de la joven que las lució en la fiesta de gala del Centro Carapegueño opacó a todas las demás. A fuerza de trabajo y con mucha dignidad, la familia salió adelante y superó las adversidades, que nunca faltan, pero nunca perdieron la fe.
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Como tantas otras familias, tuvieron la oportunidad de salir adelante y algunos de sus miembros las aprovecharon mejor que otros, que tuvieron seguramente prioridades distintas. Algunos formaron familias grandes, mientras que otros optaron por vidas más tranquilas y dedicadas a la profesión y el trabajo. Surgieron grandes profesionales, comerciantes y de pronto algún artista, algunos emigraron muy lejos y otros se quedaron por allí cerca nomás. Como un gran árbol, la familia extendió sus raíces, arraigando profundamente, mientras que las ramas se extendieron y dieron frutos. Pero la familia, a pesar de las distancias, siempre mantuvo los lazos, ésos que se tejen en torno a los valores más íntimos y profundos.
En algún momento de la tertulia, el ruido de fuentes al colocarse en algún lugar arranca animados gritos entre los presentes, ¡es la hora de la cena! Y el grupo se reúne con inmensa felicidad en torno a la mesa amorosamente dispuesta, para volver a saborear estas delikatessen familiares que tanto se añoran cuando se recuerdan y que ahora literalmente se derriten en la boca al saborearlas, y la sopa paraguaya más rica del mundo alterna con el chipá guazú, la cerveza con el vino tinto y todo es armonía en medio de ese enorme zafarrancho.
¡Qué bien hace tener una casa de Mamama! Qué importante que cada familia construya un lugar así, un sitio en el que estén reunidas personas mayores con gente joven, un patio trasero con olor a naranjos en flor, una mesa ruidosa donde se coma como Dios manda y la comida venga de una cocina grande y fresca, una conversación ruidosa donde alternen varios acentos y éstos y muchos otros aspectos nos permitan a todos coincidir en un mismo valor y sentimiento: Este es el mejor lugar del mundo.