“La amarga plegaria” y Flores

En Arlequìn Teatro se representó “La amarga plegaria”, inspirada en la vida y obra de Manuel Ortíz Guerrero. El texto y la dirección de José Luis Ardissone tuvieron el acompañamiento de un excelente elenco. Fue así que el público tuvo la ocasión de “presenciar” las penurias del gran poeta guaireño. Al mismo tiempo, la fortaleza de su espíritu.

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Ardissone supo elegir las escenas de una vida atormentada para dibujar un alma delicada y sensible de donde brotaban, sin pausas, algunas de las mejores poesías paraguayas.

Uno de los amigos íntimos del poeta, el escritor Natalicio González, lo recuerda en “Letras Paraguayas”: “Jamás la mala suerte persiguió con mayor encono a un mortal (…) Ya en su cuna, el poeta sintió pasar sobre la frente el hálito helado de la intrusa. Manuel Ortíz Guerrero nació cuando su madre se moría. (…) creció en una quinta poblada de árboles, de pájaros, de flores, al lado de una abuela maternal, una anciana enérgica y suave, que nos quería de corazón a todos los amigos del hijo adoptivo (…) Después, el obligado viaje a Asunción, la terrible vida de la bohemia, las tristezas profundas y las alegrías sin causa, las semanas sin pan y los raros días de un hartazgo hipócrita. Y el talento inédito… y el orgullo irredimible”.

“La amarga plegaria” incorpora a personajes cercanos a la vida del poeta, como la abuela y los entrañables amigos, el nombrado Natalicio, Leopoldo Ramos Giménez y José Asunción Flores.

La puesta en escena de esta obra llegó en el mejor momento. Varias entidades, públicas y privadas, junto con decenas de artistas están trabajando porque la Unesco reconozca la guarania como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Sería el logro mayor de la creación de José Asunción Flores y un orgullo más para el país que desde 1925 aplaude la melodía que lo identifica.

En la obra de Ardissone, como corresponde a un autor responsable, se respeta la verdad histórica de que Ortíz Guerrero conoció a Flores después de la creación de la guarania y como efecto de esa creación. También de la enorme influencia moral del poeta sobre el joven músico que, tal vez por su misma juventud, pareciera no haber tenido la dimensión exacta de su talento y desperdiciaba sus horas en hechos intrascendentes.

Ortiz Guerrero supo calibrar la inteligencia y sensibilidad de su amigo. Vio en él la posibilidad de ascender a lo más alto del arte y asumió el papel de padre. Trabajaron juntos. De esta unión salieron versos y melodías inmortales.

Poco antes de morir, víctima del mal de Hansen, el poeta le dice al amigo: “Estamos próximos a partir hacia rumbos distintos. Yo me iré a un lugar lejano de donde no se retorna y tú te irás a Buenos Aires a difundir tu bella guarania, ese canto testimonial que debe traspasar las fronteras de la patria para hermanar a los hombres”.

Ortíz Guerrero falleció en mayo de 1933, antes de cumplir 40 años. Poco después, Flores arribó a Buenos Aires donde ya era muy conocido y admirado por los músicos compatriotas.

En el prólogo a “Flores, creador de la Guarania”, de Antonio Pecci, el otro gran amigo del maestro, Gilberto Rivarola, escribe: “Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires su popularidad se acrecienta cada vez más, lo cual le facilita la relación con la celebridad intelectual porteña”. Conoce a prestigiosos compositores de óperas, como Alberto Ginastera, autor de la ópera “Bomarzo”, basada en la novela de Mujica Lainez.

El otro momento valioso en la vida del maestro se dio en 1969 cuando viajó a Moscú para grabar sus creaciones sinfónicas. Dos años antes, en la misma ciudad, había grabado su aplaudida “María de la Paz”, con versos de Elvio Romero.

Por estos trabajos, y muchos más, bien merece la guarania el reconocimiento de la Unesco.

alcibiades@abc.com.py

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