Tres roles de una madre en el tejido social familiar de la empresa

El papel que juega una madre en el ecosistema de las empresas familiares es crítico, incluso en aquellas donde su presencia puede parecer de bajo perfil o invisible. Lo mismo he comprobado en aquellas familias donde su patrimonio no está unido ya a una empresa, sino que cuentan con un family office, una oficina que gestiona el patrimonio y ofrece servicios a la familia.

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A pesar de que es un tema controvertido, concuerdo con Rania Labaki en que el término familia presenta un denominador común: un grupo de personas emparentadas por sangre, alianza y adopción, que mantienen una relación multifacética, no sólo financiera, sino también política, informativa y emocional. La complejidad de este tipo de relación que se da en el sistema familia hace que sea necesario la presencia de uno o varios miembros con la vocación de hacer que ese sistema de relaciones particular se convierte en algo verdaderamente enriquecedor.

Para las personas, la familia debe ser un entorno privilegiado y único de crecimiento, desarrollo y perfeccionamiento humano. Por eso suele decirse que la familia es un componente básico de la sociedad que, como una célula lo es al cuerpo humano, brinda estructura, absorbe los nutrientes y los convierten en energía. En cierto sentido, por analogía, lo que es el núcleo a una célula, suele ser la madre en una familia: el centro de comando que manda instrucciones (combustible) a la célula para que crezca, madure y actúe realizando determinadas funciones. Sin embargo, una madre, al igual que las células, tiene el poder también de dividir o hacer morir, en casos extremos, disfuncionales y cancerígenos, a todo el sistema social familiar.

Con la experiencia de muchos años trabajando con familias empresarias, el rol de una madre en el tejido social familiar tiene tres competentes principales:

1. Ser la escuela más importante. La transmisión de valores a los hijos, con una influencia mayor desde la infancia, en ese periodo crítico que va de los 0 a los 5 años, moldeando la actitud y los patrones de comportamientos de los miembros de la familia. Uno de los puntos críticos de esta educación es el valor que la madre le da al mundo material y al mundo espiritual. Los hijos absorben y copian todo: lo que ven, lo imitarán. La madre es, por tanto, lo quiera o no, el elemento crítico que hace de la familia una verdadera escuela de valores, que enseña lo que es virtud o vicio, lo adecuado o lo incorrecto, lo permitido o lo prohibido.

2. Ser el líder emocional de la familia. La madre es la principal centinela del afecto, del sentimiento y de las emociones que predominan en el tejido social familiar. Vigila que haya una igualdad esencial -todos los miembros son dignos de ser amados, independientemente de sus cualidades- y promueve la justicia -dar a cada uno lo suyo, lo que necesita- a través de una cultura de la cooperación. En efecto, la madre hace empatía con la necesidad emocional de los miembros, y busca, directa o indirectamente, auxiliar, ayudar, asistir, socorrer y sufragar a quien lo necesita, una necesidad que muchas veces se oculta pero que ella descubre que existe de manera intuitiva.

3. Ser fuente de armonía y unión. Al tener una visión más profunda de las relaciones humanas, y al conocer las capacidades y aptitudes de cada uno de sus miembros, juega un papel fundamental en el objetivo de que todos los miembros familiares estén comprometidos con el legado familiar, no solo de valores, sino también patrimonial y reputacional. Las madres saben tender puentes donde hay división, separación, discordia, enfrentamiento, fragmentación.

Por todo lo anterior, suelo recomendar a las familias empresarias que hagan visible a las madres, que las empoderen y le den el espacio que merecen, no sólo en los órganos de gobierno, sino en los procesos de sucesión e institucionalización. Ciertamente, este consejo debe ser tenido en cuenta con prudencia, teniendo en cuenta las circunstancias de cada madre y familia, pero, en mi experiencia, las madres que están bien informadas, que han sido formadas para entender las dinámicas del patrimonio y/o negocio familiar, que se les otorga espacios de poder, acaban siendo una ayuda de altísimo valor. Mientras que ellas puedan conciliar sus retos profesionales y familiares, son un factor clave del éxito familiar en todos sus ámbitos y en todos sus miembros.

Recuerdo un proceso de coaching a una familia empresaria. La madre, volcada en la familia, tenía una actitud neutra y en ocasiones crítica con el negocio familiar. Se quejaba: “Sé que tenemos un family office, que a mí me da lo que necesito, pero no tengo ni idea de quienes están ni cómo se maneja ni quién toma ciertas decisiones”. Esta situación le afectaba más de lo que era consciente, y de hecho le llevaba a una actitud interior de, si le pasara algo a su marido, ella vendía la empresa porque “da muchos dolores de cabeza”. Todo cambió cuando, después de hacer un diagnóstico de sus fortalezas, se trabajó en prepararla para poder participar trimestralmente en las reuniones del consejo, del directorio y del family office. Esto ocurrió hace cinco años. Pocos meses antes de que estallara la pandemia, su criterio y voto fue clave para evitar que la familia invirtiera en un negocio que a la postre hubiera resultado ruinoso. El poder, el talento, las capacidades, el amor y la intuición de una madre, que siempre busca lo mejor para la familia, merecen ser aprovechados y agradecidos al máximo.

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