El hecho no es aislado, y no cometamos el error –por comodidad, cobardía o conveniencia del tipo que fuera- de pretender tomarlo como tal: Está relacionado íntimamente con toda una mafia, un submundo perverso de asaltos, aprietes y delitos de todo tipo en los que ganan unos pocos y perdemos la mayoría. En esta trama perversa, la Policía Nacional, cuando no está directamente comprometida, hace la vista gorda, y del mismo modo proceden la Fiscalía y profesionales abogados que se dedican única y exclusivamente a conseguir medidas alternativas para asaltantes de este tipo.
Hasta el hartazgo: Se han promulgado leyes que regulan desde la importación de partes hasta la calidad y especificaciones técnicas de las motocicletas consideradas económicas o baratas en Paraguay, mientras que por otro lado infinidad de regulaciones y reglamentos de tránsito deben organizar y controlar la circulación de las mismas: No se cumplen ni lo uno ni lo otro, y el problema solamente creció en los últimos años. Nuevamente la corrupción pudo más, y el pulular de estos vehículos, sin documentos, conducidos en forma imprudente y en muchos casos –amparados justamente en este vacío procedimental- para uso en asaltos y otros hechos similares sigue campeando por encima de los derechos que deben salvaguardar a la mayoría.
Y nadie mueve un dedo, después de las 18 horas cualquiera circula como quiere y a la buena de Dios y ¡ay! de aquél que se cruza en el camino de estos marginales, porque son eso y nada más que eso; personas jóvenes, en su mayoría varones, buscando alternativas fáciles a ganarse la vida trabajando. No nos olvidemos en el recuento odioso de los deliveristas, víctimas por un lado de un sistema perverso basado en el “te entregamos en 15 minutos”, que ponen en peligro sus vidas y también las de los demás y se convierten de este modo en victimarios, de las personas que se enfrentan a la desgracia de tener un percance con ellos, sufriendo finalmente el alicaído sistema hospitalario paraguayo, desde donde todos tenemos que correr con los gastos cuando se accidentan. Recordemos aquí que el costo quirúrgico y tratamiento posterior de un solo accidentado equivale en promedio a lo que gana un deliverista en 10 mil entregas en el área metropolitana, el sinsentido no podría ser más grande.
Tampoco la sociedad como tal está exenta de pena y culpa, finalmente todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad con la horda de motocicletas sin chapa, en malas condiciones, sin frenos, sin luces, los choferes sin casco, que transitan diariamente por todo el país. Desde la persona misma montada en el vehículo, su círculo más cercano, vecinos y hasta sus jefes. Pasando por una legislación que exige que las mismas reúnan ciertas condiciones técnicas de seguridad, pero sin encargarse de que aquello se cumpla al ser controladas por los organismos correspondientes, y como último eslabón la Policía de Tránsito y Nacional incapaces de cumplir con sus obligaciones estatutarias y cómplices corruptos de la problemática.
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En nuestra tendencia a minimizar la importancia de lo correcto “mba’e piko la tanto”, a avasallar los derechos de los demás y permitir que pisoteen los nuestros, en la actitud equivocada de aplicar el “aichejáranga” para justificar el incumplimiento de normas no solo legales, sino que hacen a partir de su legalidad a la posibilidad de la convivencia, empatía y respeto mutuo que nos debemos todos, lo que conseguimos finalmente es normalizar situaciones de las que finalmente terminamos siendo víctimas todos.
A causa de un sinnúmero de responsabilidades que compartimos y no tenemos el coraje de asumir y cumplir, un joven paraguayo perdió la vida y una familia quedó marcada. Esta última desgracia ocurrió en Villa Elisa, pero bien podría mañana ocurrir de vuelta mucho más cerca de cualquiera de nosotros, y de hecho la estadística indica que volverá a pasar, y mientras tanto bien vale detenernos a pensar por un momento ¿qué hicimos usted y yo de forma distinta a lo que ya veníamos haciendo para cambiar las cosas?