Democracia perezosa

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Hace 35 años, Asunción se sacudía en medio de la detonación de proyectiles de cañón y ráfagas de ametralladora en las jornadas del 2 y 3 de febrero de 1989, ocasión en que la mayor parte de los comandantes de las principales unidades militares se alzaron en armas contra el Presidente de la República y principal responsable de la dictadura más larga de América. De esta forma fue depuesto Alfredo Stroessner por sus subordinados y se interrumpieron “de golpe” más de 34 años de manejo con puño de hierro del país, y los paraguayos lo festejamos como una victoria de la democracia.

Esta lucha contra un gobierno totalitario, abusivo, no participativo y corrupto no era nada nuevo. Ya venía dándose desde décadas atrás, y conoció varios frentes, algunos de ellos literalmente aniquilados. Agrupaciones sociales, la Iglesia, el estudiantado universitario, los debilitados partidos de la oposición: De la forma que podían y con recursos limitados se alzaban las voces de protesta y objetaba la situación general, mientras el descontento de la población era cada vez más evidente. Pero estas fuerzas vivas no tenían el poder suficiente, por lo que fue necesario que grupos económicos poderosos cerraran alianzas con - ¡cuándo no! - los militares para poder darle un golpe de timón al curso de la historia paraguaya.

En los días posteriores al golpe militar, la gente no terminaba de entender que Stroessner se había ido (porque sí, literalmente lo enviaron a un exilio dorado, solución políticamente correcta) mientras en el Paraguay se rearmaban rápidamente el tablero político y económico. Lo de rearmar es un decir: El Congreso no sufrió modificaciones por un par de meses, se llamó a elecciones presidenciales y en las mismas ganó el General que había derrocado al dictador. Es decir, continuó como titular del ejecutivo un militar, del mismo partido político, quien en algún momento -o varios- juró lealtad a quien luego depuso y que, además, y solo por añadidura, era su consuegro.

No sabemos si esta historia es verdadera o no, pero siempre es jocoso recordar la anécdota que relata cuanto sigue: Ya depuesto Stroessner se encontraba hojeando un periódico paraguayo en su casa a orillas del mar en Guaratuba, y deteniéndose a observar con detalle una imagen del Gabinete conformado por el recién electo presidente Andrés Rodríguez habría dicho “a la pucha, aquí solamente falto yo”.

Un par de fortunas cambiaron de manos, y personas ubicadas por décadas en puestos estratégicos fueron enviadas a sus casas… para colocar en los mismos a nuevos personajes idénticos a los anteriores. Solamente cambiaron los hombres, pero no las organizaciones. La forma de administrar el Estado continuó de la misma manera, la política internacional y vicios intrínsecamente ligados a los tres poderes del estado, lo que se puede apreciar perfectamente en el congreso nacional, cuyo nivel de debate y calidad de legislación producida no termina de perder jerarquía desde el ‘89 hasta nuestros tiempos. Los militares, héroes iniciales de la gesta, fueron perdiendo fuerza paulatinamente a través de los años, y mucho más después de la Constitución del ‘92, donde en la Convención Nacional Constituyente con hábiles maniobras se despojó de muchos poderes a éstos para crear una nueva casta intocable: Los congresistas.

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La pulseada de poderes que depuso al tirano fue responsable de esos mínimos cambios que se produjeron desde el gobierno central, cosa que en sí es entendible porque miembros del mismo grupo en el poder buscaron -y encontraron- a partir de la caída de Stroessner la posibilidad de ganar espacios y actuar a sus anchas. Lo que sí cuesta más entender es la pasividad de las demás fuerzas políticas y sociales: La oposición, que hasta ese momento amenazaba con “destapar la olla”, muy lejos de aquello lo que hizo fue contentarse con las migajas que caían de la mesa, y lo sigue haciendo hoy. Aquel espíritu e ímpetu aparentemente desbordantes se apaciguaron y la llama que alguna vez los avivó se apagó, cayendo incluso en los mismos vicios que tanto criticaban. Tampoco las fuerzas sociales se mantuvieron en sus posturas, nos dijeron a todos “allí tienen su democracia” y nos contentamos con eso, muy cómodos haciéndonos de los desentendidos cuando en realidad el trabajo duro recién empezaba allí.

35 años de “Paz y Progreso” nos aletargaron: Había sido que era mucho más sencillo caminar por donde estaba señalado, votar como nos indicaban… y no pensar demasiado. Asumir el compromiso de tomar decisiones y hacerse cargo de las mismas, exigir los derechos como cumplir las obligaciones y no caer en la tentación de beneficiarse de alguna forma, aunque sea pequeña del gran estado clientelista es un ejercicio que nos cuesta e impide que decidamos levantarnos de una buena vez. No peleamos lo suficiente por la democracia, y hoy esta institución -que requiere de mucho sacrificio- parecería estar en el Paraguay sentada bajo un árbol, tomando perezosa un tereré mientras con excesiva pasividad ve pasar los acontecimientos.