Un perdón en la cumbre del dolor y una flor marchita ante el panteón

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Como chispa que inicia el incendio, los celos solo fueron el principio de un infierno sin fin y una cárcel sin rejas, llenos de insultos normalizados y moretones "casuales".
Como chispa que inicia el incendio, los celos solo fueron el principio de un infierno sin fin y una cárcel sin rejas, llenos de insultos normalizados y moretones "casuales".Imagen extraída de la web

Esta es una historia de ficción: Ella, presa de su miedo y él, seguro de su autoridad. Barbara y Sebastián formaron una familia en la que perdonar la violencia física y dejar pasar los insultos gobernaban la cumbre de una montaña de martirios.

Bien uniformado y con alto porte de caballero, el oficial se dedicaba a poner todo en orden. A veces, Barbara lo miraba obsesionada, a través de la ventana. La calle, que los separaba, en millas se convertía para ella, pues su corazón, con ideas mágicas, regaba aquel amor a primera vista.

Sebastián se dio cuenta y cómo no si la mente de Barbi colapsaba cuando él le sonreía; estaba claro que ella lo había puesto en un trono e, inconcientemente, el reino a gobernar era su vulnerable ser. Una linda relación surgió y la joven sentía que los incansables problemas y la pesadez de lidiar con dramas diarios se disolvían justo en el momento en el que los vigorosos brazos de él la rodeaban y las encantadoras promesas al oído deleitaban.

¡Maimína!, decía Barbi cuando pensaba en que, tan rápido, ya despertó en la casa de ella y de su esposo; empapada de augurios y esperanza, ella creyó a toda costa en el amor. A pesar de la fama que se mandaba Sebas, ella ignoró todo y empezó a escalar cuesta arriba, con una promesa de felicidad, la cual solo los primeros meses sonrió a la pareja.

Una noche fría, la puerta cerró fuerte, la pared recibió un golpe, retumbaba en los oídos de Barbi la misma voz que, con un solemne sí, le había jurado respeto y amor. ¿Qué cosas le habrán dicho, si yo no hice nada?, pensó, mientras el cuerpo le temblaba y el susto la inmovilizaba. El amigo de su prima Lucía, el me encanta del Facebook, un grupo en común y una tremenda toxicidad dieron a entender el motivo de tal actuación del fiero uniformado.

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Un "perdoname" y un "porque te quiero te celo" bastaron para dejar pasar por primera vez. Lejos de pensar en que la agresión podía empeorar, Barbara se secaba la preocupación, como si fuera una gota, con un trapito de omisión, ya que en su vientre alguien de seguro iba a necesitar un papá.

Segunda, tercera y cuarta vez. Como chispa que inicia el incendio, los celos solo fueron el principio de un infierno sin fin y una cárcel sin rejas, llenos de insultos normalizados y moretones "casuales". Dejale ya, ohuga ko nderehe, le suplicaban sus heridas a Barbi, pero ella no tenía adónde ir ni cómo mantener a su bebé.

Quinta y sexta. Más de una vez, Barbi tuvo que acceder a la devaluación más acendrada de su pobre cuerpo y ajada dignidad. Ella lloraba por las noches, mientras veía desfiguradamente la idea de una jovial florecita amarilla que, a diferencia de antes, hoy dejaba caer sus pétalos por un mísero amor.

Se perdió la cuenta y un día algo más valioso también dejó de existir. En llanto Barbi estalló y, cansada de soportar tanto, intentó huir. Entre forcejeos bruscos, Sebastián la sorprendió guardando sus cosas; una lágrima caía y los gritos afirmaban que nada quedaba de aquel hombre que le juró amor eterno. Entonces, siendo policía, el oficial sacó su arma para impregnar un nombre más en la lista de feminicidios en Paraguay.

¡Mba'eichaite hasy chéve! Ella era mi mamá y hoy que cumplí 18 vine preparada para prender una velita frente a su panteón y leer al fin el cuadernito viejo que le encargó a mi tía Lucía. La agenda comenzaba con una primera oración que decía, "si ya no estoy, che memby, acá te cuento todas las cosas que nunca tenés que dejar que pasen".

Por Andrea Parra (19 años)

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