Un ejemplo claro y lamentable es el caso de la falta de debida atención médica del niño Renato que falleció en el área de urgencias del sanatorio Migone hace casi dos meses. Al ver con detenimiento el video del circuito cerrado de dicha sala, resulta realmente indignante la manera en que el personal médico actuó en medio de una crisis grave de salud de un niño que falleció en el hospital porque ningún galeno acudió a tiempo a atenderlo.
Para comprender la gravedad del hecho, debemos situarnos en el lugar exacto en que ocurrió. No estamos en una sala desierta de un centro de salud de algún pueblito del interior. Estamos en la sala de urgencias de uno de los considerados mejores sanatorios privados de todo el país; en el recinto, se encuentran tres médicos que están de guardia para atender a los pacientes que llegan, además de varias enfermeras y, en los pisos superiores, están los jefes de las diferentes disciplinas médicas.
En este marco, llega al sanatorio un niño con problemas respiratorios agudos y tanto la madre como la abuela solicitan atención médica inmediata. Aquí aparece la primera e indignante sorpresa: ninguno de los tres médicos de guardia, que están en el lugar, prestan la más mínima atención al pequeño enfermo, ni siquiera se acercan a preguntar qué le pasa, no les importa en absoluto.
Los tres médicos de guardia siguen “ocupados” en sus propios asuntos: uno está chateando todo el tiempo en su celular y los otros dos hablan sobre qué podrían cenar y realizan otros comentarios de carácter social. Como la abuela sigue reclamando atención, uno de los galenos resta importancia al pedido de ayuda y dice que están frente el repetido caso del “pastorcillo mentiroso”.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Después de una larga espera, por fin llega la jefa de pediatría y se da cuenta de que el niño está por fallecer, aprieta el botón de “código rojo” y pide equipos para reanimación del enfermo. Recién en ese momento, uno de los médicos deja el celular, se acerca para ofrecer sus servicios pero ya es demasiado tarde: el niño ya había fallecido y hasta los minutos en los que se podía intentar una reanimación ya habían expirado.
Ante una situación como la descripta, uno no puede menos que preguntarse: ¿qué estudiaron estos médicos en la facultad?, ¿cómo se recibieron de médicos, realizaron el juramento de Hipócrates de velar siempre por la salud y la vida de los pacientes, y luego perdieron toda conciencia ética?
Es absolutamente imposible imaginar qué tenían estos médicos en su cabeza cuando se presenta la emergencia, cuya atención es su obligación inmediata, no solo por el juramento hipocrático, sino porque están pagados para esa tarea específica. Hasta una persona cualquiera, medianamente cuerda, acude a prestar auxilio cuando oye que una madre solicita ayuda para su hijo. En este caso, los tres médicos (?), miraron hacia otra parte, les importó un comino si el niño vivía, mejoraba o se moría.
La actitud asumida por estos tres profesionales de la salud demuestra una falta total de valores éticos y de la más elemental solidaridad humana. Parecían simples robots a los que nadie apretó el botón de “acción”.
Además de ser imputados y sancionados penalmente por su conducta delictiva, convendría dar a conocer en qué facultades de medicina se formaron para aplazar también a sus profesores de ética profesional y reclamar a los directivos que no les enseñaron qué implica el juramento de Hipócrates.