En nuestra América Latina, las protestas masivas de mayor envergadura transcurren en el plano político. Ya no son solo Venezuela y Nicaragua los países con más graves deterioros en la convivencia cívica; también en otras varias naciones, los sectores populares, estudiantiles, sindicales y políticos tomaron las calles y protagonizaron hechos violentos para visibilizar su disconformidad con el status quo.
Estas llamativas exteriorizaciones del descontento de la gente nos obligan a pensar que los sistemas de gobierno, sean de izquierda, centro o derecha, no son capaces de responder a las necesidades y carencias de millones de ciudadanos. En consecuencia, habrá que pensar, diseñar y proponer nuevas formas de un contrato social que sea más justo y equitativo para la mayoría de la población.
Otro rasgo común en muchísimos países es la enorme brecha social entre las élites superpoderosas y las mayorías marginadas en situación de pobreza. Esta indignante desigualdad no es privativa de determinadas ideologías políticas o grupos raciales. Está presente en naciones asiáticas, africanas y latinoamericanas por igual. Solo unos pocos países de la franja norte de Europa han conquistado una mediana equidad en la generación y distribución del bienestar socioeconómico.
La lucha contra el deterioro del medio ambiente y contra el cambio climático también se libra en todo el planeta. Resulta evidente que la contaminación del agua, del aire y de la tierra, así como la deforestación masiva de nuestros bosques, nos llevan, lenta pero progresivamente, a un cambio climático que hará cada vez más difícil la supervivencia del género humano.
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La mitad de la población mundial pertenece al sexo femenino, pero en muchas naciones las mujeres sobreviven en condiciones deplorables de explotación, marginalidad y discriminación incompatibles con la dignidad de los seres humanos. La violencia de género es un flagelo que azota a gran parte de la humanidad y, aunque se registran avances positivos en la materia, la igualdad en derechos con los hombres es aún una meta bastante lejana.
Las disputas por creencias religiosas no se extinguieron en la Edad Media. En la era contemporánea, persisten guerras y conflictos bélicos menores por causas raciales mezcladas con confesiones religiosas que, en ciertos países, equivalen aún a una pena de muerte.
La corrupción constituye una práctica bastante común en las administraciones gubernamentales de los más diversos signos políticos. En nuestra sufrida América Latina, la empresa brasileña Odebrecht sobornó con sumas millonarias a los gobernantes de casi todos los países y ocasionó gravísimos escándalos, con la consiguiente renuncia, destitución, prisión y hasta el suicidio de varios jefes de Estado del continente.
La debilidad y la actitud servil de los jueces ante las autoridades políticas conforman también una grave falencia en la teórica división de poderes en las democracias. Con demasiada frecuencia, la justicia mira hacia otra parte cuando los gobernantes roban o abusan de su poder y, al mismo tiempo, se muestra dura e implacable con los opositores y los marginados sociales.
Y así nos va. A mitad de camino entre nuestros sueños y nuestra preocupante realidad. Nuestro nivel cultural nos induce a mirar con esperanzas el futuro, pero la realidad cotidiana coloca barreras y nubarrones en el horizonte. Ojalá el año entrante demos al menos algunos pasos en la dirección correcta.