¿De dónde proviene el dinero invertido en las campañas políticas, que hace realidad los sueños de varios candidatos deseosos de un puesto público y del disfrute de los derechos adquiridos por esta función? Tal vez, nunca se sabrá.
La Cámara de Diputados discutió hace unos días el proyecto de Ley de financiamiento político, provocando una inocente esperanza de que se revelen estos secretos. Esta propuesta impulsada por la diputada Rocío Vallejos pretendía investigar de dónde proviene el dinero de los candidatos a la hora de realizar sus campañas y, así también, hacer públicas dichas averiguaciones pero, al fin y al cabo, el proyecto no deja de ser una simple utopía.
Aunque existe una ley que controla el financiamiento político, la misma no lo hace desde las internas, individualmente, y esto es lo que se pretendía modificar. Sin embargo, apelando a su conveniencia, los diputados dieron media sanción, pero con ajustes a la modificación sugerida: se controlará el dinero que invierten candidatos a elecciones generales, dejando fuera a las internas, y el respectivo movimiento al que pertenecen los aspirantes redirá cuentas.
De esta manera, descuartizaron la idea original, dando lugar a un mamarracho que no sirve más que para proteger el origen del dinero destinado a las campañas políticas y escudarlo del conocimiento público. Al respecto, el diputado Édgar Ortiz ya manifestó que ellos “están controlados por la SET, por la Contraloría y, ahora, resulta ser que el pueblo les controle”, olvidando que a este último se le deben más explicaciones.
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Así, como si fuera un favor para la continuidad de la narcopolítica y la financiación de campañas con dinero sucio, los diputados echan por la borda la mínima posibilidad de que algunos candidatos no tengan más ventaja que otros y la población posea más conocimiento acerca de su futuro representante. Simulando las reservas de lujosos hoteles, Celeste Amarilla dijo que su banca en la Cámara Baja le había costado 200 mil dólares que pagó en las internas.
De este modo, entre constantes blindajes y declaraciones sin vergüenza alguna, los políticos tocan constantemente la oreja de la ciudadanía, con embusterías que provocan su impaciencia, apostando con unos dados cuánto aguanta la tolerancia del común. No obstante, ¿de quién depende cambiar radicalmente esta realidad? Exacto, de la población.
Lo aprobado por la Cámara Baja pasará ahora al Senado, donde pueden aprobar el proyecto original de Vallejos o contribuir con la desfachatez de los diputados, ratificando la modificación hecha.
El cinismo está del lado político, pero el conformismo es el eterno amigo del paraguayo, hecho que le obliga a bajar la cabeza ante humillaciones realizadas por la clase gobernante, olvidando así que debe exigir ante los representantes el cumplimiento de sus propios derechos.
Por Macarena Duarte (17 años)
