A pesar de que Pablo tenía 21 años y María solo 18, sus padres le dieron permiso para que fueran novios y él vaya de visita a la casa, total era un chico bueno a los ojos de todos. Al principio, él le daba regalos, salían de paseo juntos y le decía cada día que la amaba incondicionalmente.
Un día, María decidió salir con sus amigas, pero no le mencionó nada a su novio porque surgió de imprevisto y no tuvo tiempo de hacerlo; además, ¿era necesario? En el camino, se encontraron con Nicolás, un amigo de María a quien no veía hace mucho tiempo, se sacaron fotos y Nico le prometió que subiría algunas a su red social para que las puedan ver sus papás y a María le pareció bien; sin embargo, eso a Pablo no le gustó para nada.
Al tratar de contarle que se encontró a un amigo de infancia, Pablo reaccionó de una forma inesperada, la ignoraba por completo, se volvió distante y parecía molesto. María lo interrogaba queriendo saber la causa de su disgusto, a lo que él respondió: “Preguntale al amiguito ese que tenés por ahí”. La joven estuvo días adulándolo, sintiéndose culpable porque su novio estaba molesto, entonces prometió no volver a hablar con Nicolás a cambio de que su enamorado la perdone.
Desde ese día, todo cambió; María evitaba salir con amigos que Pablo no conociera personalmente o que no tuvieran su “aprobación”. Dejó de usar los vestidos que tanto le gustaban porque su pareja decía que lo que buscaba era provocar a otros chicos. “¿Por qué tuve que sacarme esas fotos? ¡Lo único que logré es que Pablo desconfíe de mi!”, se plagueaba todos los días la joven.
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María dejó de ser alegre y divertida, se pasaba pendiente de darle los gustos a Pablo, quien salía con sus amigos a jugar fútbol, mientras la joven se encerraba en su casa esperando que su novio le responda los mensajes. Cada propuesta de María para salir a divertirse era rechazada por el joven, ya que “eran cosas de niñas y debía madurar”, desde ese entonces ya no más canciones, bailes ni risas improvisadas.
Un día, mientras esperaba a Pablo, María encontró unas fotos con sus amigas y las viejas ropas que había dejado de usar desde que su pareja empezó a prohibirle cosas. En ese momento, se dio cuenta de que había perdido muchos buenos ratos por darle el gusto a su novio. “¿No debería estar feliz cuando hago las cosas que me gustan?”, se preguntaba la muchacha.
Ese mismo día, María tomó el vestido que mejor le quedaba, se hizo el peinado que más le gustaba y llamó a todas sus amigas para organizar un karaoke en su casa festejando el haberse encontrado a sí misma. Pablo se dio cuenta, demasiado tarde, que tratar de quitarle la mejor versión a María solo logró que ella note que no tiene por qué permitir que, por “amor”, le quiten su libertad.
Por Divina Alarcón (18 años)
