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Todos tenemos ese amigo enamorado de su club, al que desde chiquitito su papá llevaba a la cancha para apoyar juntos al equipo desde las gradas. Es tan agradable ver familias y jóvenes alentando a sus clubes.
Cerristas y olimpistas son eternos “rivales” en las canchas y las hinchadas de ambos equipos se encargan de apoyar y rememorar los logros de sus respectivos clubes, así como también recuerdan las caídas de sus adversarios.
El problema aparece cuando el fanatismo llega al extremo y no da lugar al razonamiento. Muchas personas se dejan llevar por “la calentura del momento” y no controlan sus acciones o palabras que las pueden llevar a generar conflictos.
Ha habido casos en los que este fanatismo extremo llevó a cometer delitos graves. Cegados por la ira de un partido perdido o un comentario desagradable acerca de su club, algunos arremeten contra aquellos que quieran enfrentarlos.
Las barras bravas se encargan, en ocasiones, de arruinar la fiesta deportiva y convertirla en un campo de batalla, sin importarles la presencia de niños, jóvenes o personas mayores que quieren disfrutar de una tarde tranquila.
No solo se limitan a gritos, enfrentamientos o amenazas, también causan daños a edificios, casas, negocios y a los mismos estadios con los característicos grafitis o pintatas. Estas barras bravas causan temor en la ciudadanía, ya que, en su mayoría, se dedican a delinquir. A causa de esto, muchas personas ya no quieren asistir a los partidos de fútbol porque se sienten inseguras.
A pesar de esto, no todos los hinchas o miembros de las barras bravas se comportan de de forma tan negativa. Es importante recordar y practicar los valores como el respeto y la responsabilidad.
Es fundamental saber que todos son libres de alentar a su club o equipo favorito; sin embargo, se debe mantener un ambiente de respeto, sin discriminar ni ofender a nadie. Hay que reconstruir la imagen de este deporte y aprender a disfrutar sin dañar a terceros. El fútbol debería ser un juego que une a las personas y permite disfrutar de manera sana y compartida, sabiendo que a veces se gana y en otras se pierde.
Por Divina Alarcón (18 años)