Festejás porque tu equipo gana y te frustrás si pierde. ¡Normal! Sin embargo, hay personas que son extremadamente fanáticas y, cuando los resultados no son favorables, maldicen al árbitro, a los jugadores y a todos los que se crucen en su camino.
El predicador del Jubileo de la Misericordia, Pbro. Alejo Robadín, propuso ayer desechar el fanatismo de la política y de la religión porque hace perder la razón y así no se puede gobernar.
Si bien la causa “Rodrigo Elías Benítez y otros sobre perturbación a la paz pública y otros” no tuvo víctimas que lamentar, la violencia generada por rivalidades en el fútbol ya enlutó a muchas familias.
El fanatismo se refiere a una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido y monomanía persistente hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas veces indiscriminado y violento.
“¡Correligionarios y correligionarias! Salud por nuestro glorioso partido, con el bastón de mando en mano, llevaremos en alto nuestra bandera”. Al oír este discurso parece que de fondo suena la polca representativa de la asociación política, bailada vigorosamente por sus simpatizantes. Pues estos están tan ciegos por el fanatismo que regalan su voz y voto al primero que suba a una tarima, llevando en el cuello el pañuelito del color de su estandarte.