La expresión fue acuñada por el feminismo en la década de 1970 y se refiere al conjunto de creencias, ideas y actitudes que justifican y normalizan la violencia sexual y que, según la ONU, es “omnipresente”.
Probablemente el campo intelectual que hoy presenta más cambios y diversificaciones y se somete a más autocrítica sea el feminismo contemporáneo. Bajo la polisemia del término “feminismo”, que parece difícil aplicar a tal pluralidad de corrientes e interpretaciones, “si algo en común nos mueve a las feministas, es el deseo”, escribe la comunicadora y activista Verónica Villalba, máster en Género y Políticas Públicas.
«Si les arrebatamos su humanidad a otros, perdemos la nuestra. Si pisoteamos la dignidad de otros, perdemos la nuestra», escribe la poeta y filósofa anarquista Montserrat Álvarez.
Un espectro recorre Paraguay: el de Carolina Marín, la niña de catorce años asesinada a golpes hace unos días. Poco más de una década atrás, cuando tenía tres años de edad, en la ciudad de Vaquería, del departamento de Caaguazú, el matrimonio formado por el militar retirado Tomás Ferreira y la docente y funcionaria del registro civil Ramona Melgarejo la había adoptado como «criadita». Tarde, consumado ya el crimen, a lo largo de esta última semana diversos vecinos han declarado que era un secreto a voces que solían golpearla y que escuchaban con frecuencia gritos tras los altos muros de la residencia familiar. Pero nadie hizo una denuncia. Tal vez si alguien la hubiera hecho Carolina Marín no habría muerto de un politraumatismo; tal vez no hubiera estado tan indefensa y tan sola frente a los golpes de su tutor y patrón, que el pasado miércoles 20 terminaron con su vida.