Irene DalmasesBarcelona, 18 oct (EFE).- “Si fuera un cuadro, este libro sería un autorretrato magnífico de su rostro”. Así define Nick Cornwell, uno de los hijos de John Le Carré, la monumental obra “Un espía privado”, un libro que incluye siete décadas de correspondencia del escritor británico, que llega este miércoles a las librerías españolas y tiene previsto su lanzamiento en América Latina aunque aún sin fecha concreta.
Allí estaba, en medio de Sting y Andy Summers: un viejo de traje, casi una momia. La foto en la revista Manchete me había llamado la atención por aquellos dos miembros de uno de mis grupos preferidos de ese entonces, The Police. Pero el artículo no hablaba de ellos, sino del viejo. De William Burroughs. No recuerdo exactamente qué decía el artículo, pero sí que lo resaltaba como un gurú para las nuevas generaciones.
El hombre del sombrero tiembla de risa entre sus propias lágrimas pegajosas, abrazado por la protección de las sombras que detienen el tiempo. Ha probado el horror del placer loco. Ha probado el horror del placer sin fronteras, del placer sin medida, del placer sin después. Ha probado el horror de la eternidad. Se ha apoderado de los lujos reservados al asesino. Ahora tendrá que vivir dando un rodeo para burlar a la muerte. Como cuando, de niño, aunque supiera que tendría que entrar antes o después a clase, se demoraba solo un poco más con algún pretexto o con varios, como si jugara a perderse o a olvidar el camino que lo llevaba a la escuela.
Sobre el terrible accidente mortal que decidió el destino de Willian Seward Burroughs, ese escritor tardío pero absolutamente genial, al decir del habitualmente poco efusivo Norman Mailer cuando defendió su obra de la censura que la quiso prohibir por inmoral.
William Seward Burroughs nace el 5 de febrero 1914, año que, según muchos testigos de esa época, fue el último año de paz sobre la tierra; se palpa ya en la atmósfera el clima de unas tensiones soterradas que terminarán mutando para siempre la vida cuando desaten toda su violencia en la primera gran guerra tecnológica de la historia: ese año empieza en verdad el siglo XX, el siglo que abre el negro umbral del mundo contemporáneo.
William Seward Burroughs, hombre dado al exceso y a la desviación de lo habitual en el consumo, el sexo y la literatura –drogadicto, homosexual, escritor experimental–, era un buen conocedor de las drogas y de sus efectos (en carne propia), un conocedor del poder absoluto en su forma más invasora y más íntima, que es la del poder que una sustancia puede llegar a tener sobre los actos, la mente y el cuerpo del que la consume. En su visión del control que somete a los individuos, Burroughs sabía de qué estaba hablando. Dedicó su vida entera a escapar de eso. Con apomorfina y un pensamiento tenaz e investigador, con metadona y una escritura rebelde. Es muy contemporáneo, por sus ideas, en nuestra sociedad de consumo, que es una sociedad de adictos.