Estos cinco Parques Nacionales ofrecen una síntesis del modelo costarricense de conservación y del potencial del ecoturismo estival.
Manuel Antonio: el laboratorio de la masificación responsable
En la costa pacífica central, el Parque Nacional Manuel Antonio es una postal clásica: playas de arena blanca, aguas turquesas y un bosque tropical que prácticamente toca el mar. Es, probablemente, el parque más visitado del país y también uno de los más regulados.

Pese a su popularidad, Manuel Antonio sigue siendo una puerta de entrada accesible al ecoturismo: senderos cortos y bien señalizados, servicios cercanos y alta probabilidad de observar fauna emblemática —perezosos, monos capuchinos y aulladores, iguanas— incluso para viajeros sin experiencia previa en caminatas.
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Corcovado: la última gran selva del Pacífico Mesoamericano
Si Manuel Antonio es la “puerta de entrada”, el Parque Nacional Corcovado, en la Península de Osa, es el corazón salvaje de Costa Rica.

Diversos estudios científicos lo señalan como una de las áreas con mayor biodiversidad del planeta en relación con su tamaño. Sus bosques húmedos albergan jaguares, tapires, guacamayas rojas, cuatro especies de monos y una larga lista de anfibios, reptiles e invertebrados.
El acceso es más exigente que en otros parques: se entra a pie o en bote, las distancias son largas y las condiciones climáticas en verano boreal —que coincide con una época especialmente lluviosa en esta región— hacen imprescindible contar con guías autorizados, equipo adecuado y reservas con antelación.
Tortuguero: el santuario caribeño de las tortugas marinas
En la costa caribeña norte, el Parque Nacional Tortuguero es un mosaico de canales, humedales y selva tropical donde el acceso principal es en bote o avioneta. En verano, el área vive uno de sus momentos más intensos: la temporada alta de anidación de tortuga verde, a la que se suman, en menor medida, otras especies como la baula y la carey.

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La observación de desove nocturno es una de las experiencias de ecoturismo más demandadas del país y también una de las más reguladas. Solo se permite el ingreso a la playa con guías acreditados y en franjas horarias estrictas; se restringe el uso de luces y cámaras para evitar desorientar a las tortugas, y los grupos se mantienen a cierta distancia.
Más allá de las playas, los recorridos en bote o kayak por los canales interiores permiten avistar caimanes, monos, perezosos, nutrias y una enorme diversidad de aves.
Volcán Arenal: entre el termalismo y la regeneración del bosque
Al norte del país, el Parque Nacional Volcán Arenal y su entorno han sido un laboratorio de cómo combinar ecoturismo, aventura y restauración ecológica.

Tras la última gran erupción de 1968, la zona vivió un proceso de regeneración natural y reforestación asistida que hoy se traduce en bosques secundarios densos, atravesados por senderos y pasarelas sobre el dosel.

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Aunque el volcán no presenta actualmente la actividad eruptiva espectacular que atrajo a miles de visitantes en décadas pasadas, el área sigue siendo uno de los polos turísticos mejor desarrollados del país, con una amplia oferta de aguas termales, observación de aves y deportes suaves —como caminatas, puentes colgantes o ciclismo de montaña— que pueden practicarse incluso en días lluviosos.
Rincón de la Vieja: volcanismo, agua y menos multitudes
Menos conocido que Arenal para el gran público internacional, el Parque Nacional Rincón de la Vieja, en la provincia de Guanacaste, combina volcanismo activo, bosques secos y nubosos, cascadas y áreas de alta geotermia.

Es una alternativa atractiva para quienes buscan senderos exigentes, baños de barro y pozas termales en un entorno menos saturado.

A diferencia de otros parques, Rincón de la Vieja ofrece una lectura muy visible de los procesos geológicos en curso: fumarolas, pailas de barro burbujeante y suelos humeantes recuerdan que se trata de un sistema volcánico activo. La visita, en este sentido, supone también una oportunidad educativa sobre riesgos naturales y uso responsable de recursos geotérmicos.
