A bordo del HMS Beagle: el viaje de Darwin que transformó para siempre nuestra visión de la vida

Réplica del barco Darwins HMS Beagle en el Museo Nao Victoria, Punta Arenas, Chile.
Réplica del barco Darwins HMS Beagle en el Museo Nao Victoria, Punta Arenas, Chile.Shutterstock

El 27 de diciembre de 1831 zarpó el HMS Beagle con un joven Charles Darwin a bordo. Aquel viaje de casi cinco años transformó la biología, redefinió la domesticación de animales y cambió para siempre la relación entre humanidad y naturaleza.

¿Qué ocurrió el 27 de diciembre de 1831?

La mañana del 27 de diciembre de 1831, el bergantín HMS Beagle abandonó el puerto de Plymouth, en el suroeste de Inglaterra, para iniciar su segundo viaje de exploración. Oficialmente, la misión era cartografiar costas de Sudamérica y mejorar la precisión de las cartas náuticas del Imperio británico.

Charles Darwin.
Charles Darwin.

A bordo viajaba un naturalista aficionado de 22 años, sin cargo oficial en la Armada: Charles Darwin.

Había estudiado teología en Cambridge, dudaba de su futuro como pastor anglicano y cargaba con la etiqueta de estudiante irregular. Nadie en la cubierta del Beagle podía imaginar que sus cuadernos de campo, llenos de observaciones sobre fósiles, plantas, animales y pueblos originarios, desencadenarían la teoría de la evolución por selección natural.

Aquella salida desde Plymouth, casi anónima en la prensa de la época, es hoy una fecha fundacional para la ciencia moderna: el punto de partida de una nueva forma de entender el origen de las especies y, en particular, la domesticación de animales y plantas.

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Un viaje de cartografía que se convirtió en revolución científica

El Beagle, al mando del capitán Robert FitzRoy, no partió con una misión científica en el sentido moderno del término. Su objetivo era geopolítico y práctico: medir con precisión costas, puertos y peligros de navegación clave para el comercio británico.

La ruta del viaje de HMS Beagle con Darwin a bordo.
La ruta del viaje de HMS Beagle con Darwin a bordo.

Sin embargo, FitzRoy aceptó llevar a un naturalista que pudiera aprovechar la travesía para recolectar y estudiar especímenes. Darwin, recomendado por profesores de Cambridge, se embarcó con una mezcla de entusiasmo e incertidumbre. Temía el mareo, dudaba de su talento y no sospechaba que el barco sería, en la práctica, un laboratorio flotante.

Durante casi cinco años, el HMS Beagle rodeó el mundo. Pasó por las islas Canarias, Brasil, Uruguay, Argentina, Tierra del Fuego, Chile, Perú, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, el océano Índico y Sudáfrica, antes de regresar a Inglaterra en 1836.

Cangrejo rojo, Islas Galápagos.
Cangrejo rojo en las Islas Galápagos.

Cada escala fue una oportunidad de observación comparativa: ambientes distintos, especies relacionadas, formas de vida humana diferentes.

Esa mirada comparativa —entre islas, continentes, animales silvestres y especies domesticadas— es la que nutriría, años más tarde, la teoría de la evolución.

De las estancias sudamericanas a la idea de selección artificial

La domesticación estaba en todas partes en el viaje del Beagle, aunque Darwin no lo supiera desde el principio.

En las estancias del Río de la Plata y las pampas argentinas observó caballos, vacas y ovejas criados a gran escala.

En Chile y Perú vio llamas y alpacas adaptadas a la altura. En Brasil y otras regiones tropicales se encontró con cultivos, perros y aves seleccionados durante generaciones.

Para un joven inglés del siglo XIX, criado entre criadores de perros y palomas, la idea de que el ser humano modificaba a los animales mediante cría selectiva no era extraña. Pero el viaje le dio algo que en Inglaterra no tenía: perspectiva global.

En Sudamérica, Darwin se enfrentó a un rompecabezas incómodo. Encontró fósiles de grandes mamíferos extintos —como los megaterios, perezosos gigantes— en los mismos suelos donde pastan vacas, caballos y otros animales domésticos.

Las formas antiguas y las actuales parecían estar conectadas, pero no encajaban con una interpretación literal del relato bíblico de la Creación.

Foto de archivo: jóvenes participantes del Proyecto Darwin200 trabajan en el interior del buque Oosterschelde, el 8 de marzo de 2024, en Valparaíso (Chile). El centenario barco a vela neerlandés Oosterschelde recreó la expedición científica en la que Charles Darwin dio la vuelta al mundo.
Foto de archivo: jóvenes participantes del Proyecto Darwin200 trabajan en el interior del buque Oosterschelde, el 8 de marzo de 2024, en Valparaíso (Chile). El centenario barco a vela neerlandés Oosterschelde recreó la expedición científica en la que Charles Darwin dio la vuelta al mundo.

Al comparar razas ganaderas, perros o palomas entre regiones, observó un patrón: los criadores seleccionaban, generación tras generación, rasgos útiles o deseables —tamaño, docilidad, velocidad, producción de leche— y los acumulaban. A eso lo llamaría luego “selección artificial”.

Esa experiencia fue decisiva. La domesticación demostraba que las especies podían cambiar de forma profunda en periodos relativamente cortos, bajo presión selectiva dirigida. El viaje del Beagle transformó esa intuición en evidencia sistemática.

De la domesticación a la selección natural: el giro conceptual

Años después del regreso del HMS Beagle, Darwin encontró en la domesticación no solo un ejemplo, sino una analogía poderosa.

Primeras páginas del libro “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural…”, edición de 1859, de Charles Darwin.
Primeras páginas del libro “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural…”, edición de 1859, de Charles Darwin.

En El origen de las especies (1859) y, de forma aún más directa, en La variación de animales y plantas bajo domesticación (1868), articuló un paralelismo clave:

  • En la domesticación, el agente de selección es humano: decide qué animales o plantas se reproducen.
  • En la naturaleza, el ambiente cumple ese papel: clima, recursos, depredadores, competencia, enfermedades.

Lo que había observado en las estancias sudamericanas y en los corrales ingleses se convirtió en modelo explicativo: si los criadores podían transformar lobos en perros o aves silvestres en gallinas mediante selección dirigida, procesos análogos, actuando durante millones de años, podrían explicar la diversidad de la vida sin recurrir a intervenciones sobrenaturales.

La domesticación dejó de ser una práctica agrícola casi obvia para convertirse en una prueba viviente de la capacidad de cambio de las especies. Para Darwin, los granjeros y criadores eran, sin saberlo, experimentadores en evolución.

Galápagos y el momento en que las islas se vuelven un experimento natural

La escala del HMS Beagle en las islas Galápagos en 1835 suele narrarse como el momento epifánico en la biografía de Darwin. La realidad fue más gradual, pero el archipiélago jugó un papel crucial.

Fotografía de una parte de las miles de muestras de ADN que se conservan en el biobanco del Centro de Ciencia de Galápagos (GSC), el 3 de julio de 2023, en la isla San Cristóbal, la más oriental de las Islas Galápagos (Ecuador). El tesoro genético de las Islas Galápagos (Ecuador), que contiene la información de su fascinante biodiversidad, se encuentra a salvo en un biobanco donde se almacenan miles de muestras de ADN de todo el archipiélago, considerado un laboratorio natural en el que Charles Darwin desarrolló en el siglo XIX su teoría de la evolución de las especies.
Fotografía de una parte de las miles de muestras de ADN que se conservan en el biobanco del Centro de Ciencia de Galápagos (GSC), el 3 de julio de 2023, en la isla San Cristóbal, la más oriental de las Islas Galápagos (Ecuador). El tesoro genético de las Islas Galápagos (Ecuador), que contiene la información de su fascinante biodiversidad, se encuentra a salvo en un biobanco donde se almacenan miles de muestras de ADN de todo el archipiélago, considerado un laboratorio natural en el que Charles Darwin desarrolló en el siglo XIX su teoría de la evolución de las especies.

En estas islas ecuatorianas encontró pinzones, tortugas y otras especies endémicas, con formas y comportamientos distintos en cada isla.

Darwin se dio cuenta de que pequeños cambios ambientales —disponibilidad de alimentos, altitud, clima— se asociaban con diferencias anatómicas y ecológicas.

Aunque en Galápagos no observó directamente animales domesticados, la lógica era similar: diferentes “presiones de selección” generaban conjuntos de rasgos distintos. Las islas funcionaban como una especie de corral natural, donde cada isla seleccionaba sus propias variantes.

Al regresar a Inglaterra y ordenar sus colecciones, Darwin ató cabos: lo que los criadores hacían con palomas, perros o ganado, las islas y los continentes lo hacían con especies silvestres. La selección natural era, en cierto modo, una “domesticación sin domesticador”.

Del corral al genoma: la herencia del Beagle en la ciencia de la domesticación

Casi dos siglos después de que el HMS Beagle dejara Plymouth, la domesticación sigue siendo un campo central de la biología evolutiva y de la genética, especialmente en regiones con fuerte tradición ganadera y agrícola como América Latina, España o el sur de Europa.

Las preguntas inauguradas por Darwin se han reformulado con herramientas actuales:

  • ¿Qué cambios genéticos distinguen a los animales domesticados de sus ancestros salvajes?
  • ¿Por qué la domesticación parece asociarse a un conjunto recurrente de rasgos —orejas caídas, menor agresividad, cambios en la pigmentación— conocido como “síndrome de domesticación”?
  • ¿Cómo influyen las prácticas culturales y económicas locales en la evolución de razas ganaderas y cultivos?

Estudios de ADN han confirmado que perros, cerdos, vacas y gallinas llevan en sus genomas la huella de miles de años de selección humana. Programas de cría modernos, a menudo apoyados en datos genómicos, continúan esa historia acelerando la selección de rasgos productivos, de bienestar animal o de adaptación climática.

La agricultura de precisión, la edición genética y la conservación de razas locales están reescribiendo la relación que Darwin empezó a descifrar: qué significa “domesticar” en un siglo XXI marcado por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la demanda creciente de alimentos.

Una fecha que sigue interpelando al siglo XXI

Mirado desde hoy, el 27 de diciembre de 1831 condensa una paradoja. Para muchos contemporáneos de Darwin, el viaje del Beagle fue apenas una expedición naval más, útil para el comercio y la cartografía. Desde la perspectiva de la historia de la ciencia, fue el comienzo de un cambio de paradigma.

Ese día zarpó no solo un barco, sino una forma nueva de mirar la vida: comparativa, basada en la evidencia, atenta a las variaciones sutiles y a los procesos de largo plazo.

El joven naturalista que partió de Plymouth regresaría convertido en el arquitecto de una teoría que permite entender tanto la diversidad de los bosques tropicales como las razas de perros en las ciudades, las vacas en las pampas o los cultivos que sostienen nuestra alimentación.

En la era de los datos masivos, la inteligencia artificial y la edición genética, el legado del HMS Beagle sigue vigente. La teoría evolutiva que comenzó a gestarse en ese viaje es hoy la base para diseñar estrategias de conservación, mejorar la producción de alimentos y anticipar cómo responderán especies silvestres y domesticadas a un planeta cambiante.

Recordar este viaje no es un ejercicio de nostalgia histórica. Es una forma de revisar, con rigor y contexto, cómo se construyó el marco conceptual que aún usamos para responder a preguntas tan actuales como: de dónde venimos, cómo cambian las especies y qué implica, en última instancia, domesticar la vida.