Todo transcurría en un bar, como también en otros lugares a los que una escenografía muy real, nos transportaba. Desde el piso (baldosas en blanco y negro), una barra con bebidas, sofás, mesas y una “rockola”.
La línea de la historia mostraba los romances o discordias entre los once bailarines en escena. Eran situaciones sencillas, pues era un divertimento al que estábamos invitados a participar. Efectivamente fue un disfrute entre coreografías que desafiaban a los bailarines a demostrar su plasticidad, como así también a transmitirnos los caracteres de sus personajes.
Un apartado especial merecen Jennifer Hicks y Miguel Narváez (Purahéi Soul). Ellos fueron esta vez “las voces” que interpretaron temas que Frank Sinatra (“La voz”) inmortalizó, como “Moonlight Serenade”, “Come Fly with Me”, “Nothing but the Best” y muchas otras canciones que sumergían a la platea en distintos climas.
El dúo estuvo acompañado por siete músicos y demostró superar cada más vez su nivel vocal e interpretativo. Ellos también estaban bien dentro de sus personajes. Sus voces estaban llenas de carácter y del sello personal de cada uno. Su amalgama es un placer.
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Un momento emotivo se dio al son de “My Way”, a cargo de Adriana Ayala, hija de Álvaro Ayala, también padre de una de las directoras y coreógrafas del show, Nicole Ayala.
Un punto que no se puede dejar pasar, y que siempre se puede mejorar, es la puntualidad. En la función que asistimos, sábado a las 21:00, el inicio se retrasó casi media hora. Al apuntar ser un show de primer nivel, debería respetarse cada aspecto, para que el disfrute sea total. victoria.martinez@abc.com.py