LOS LECTORES OPINAN

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Bogado y Dios

Todos los corruptos de la Cámara de Senadores, colorados y liberales, cerraron filas para proteger a uno de su calaña, su secuaz, su compañero de trapisondas. Lo salvaron, obviamente porque saben bien que se trata de un clásico caso de “hoy por ti, mañana por mí”. Y esto, desde luego porque la gran mayoría de los que apoyaron a Bogado tiene en su haber el mismo pecado (o delito, solo que no se les puede juzgar).

Bogado dijo una vez que su candidatura era “obra del Señor”. Pregunto, ya sabemos que tiene secuaces entre sus colegas, que lo protegen y apañan su carrera delictiva, pero... ¿Y la Iglesia Católica, no piensa excomulgarlo?

Carmen Pérez

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Cuestiones de fondo

Lo que más inquieta en cuanto al parlamentarismo es la evidente carencia de un mecanismo responsable de sus componentes. Por fatídicos que alcanzaran a ser los efectos de una ley confirmada por el Parlamento, ninguno carga la responsabilidad, ni a nadie es permisible requerirle cuentas de un desafuero, de un nombramiento indebido.

¿Puede tildarse asumir responsabilidades al acto de que luego de un fiasco sin precedentes renuncie un gobernante culpable o ahorque los hábitos el consorcio existente o, por último, se diluya el Parlamento? ¿Consigue eventualmente concebirse responsable a una indecente plutocracia? ¿No es indudable que la idea de compromiso y responsabilidad presupone la idea de la personalidad? ¿Puede hacerse responsable el presidente de un Gobierno por sucesos cuyo encargo y cumplimiento se someten únicamente al ardor y al antojadizo de una pluralidad de sujetos? ¿O es que la misión del gobernador –en contraposición de residir en la concepción de pensamientos útiles y planes– radica más bien en la maña con que este se imponga en hacer perceptible a una pandilla de sumisos lo ilustre de sus planes, para más tarde tener que limosnear de ellos un clemente beneplácito?

¿Engloba en el juicio del individuo de Estado tener en igual nivel el arte de la aprehensión, por un punto, y por otro la astucia política necesaria para arrogar orientaciones o tomar arbitrajes? ¿Denota acaso la incapacidad de un Presidente el simple acto de no haber logrado vencer a favor de un determinado concepto el voto de mayoría de una masa consecuente de artimañas ambiguamente decorosas? ¿Alguna vez fue apto ese conglomerado de vislumbrar una idea, antes de que el logro obtenido por la misma, dejara ver la magnificencia que ella simbolizaba? ¿A qué se obliga el gobernante que no consigue ganarse la gracia de aquel grupo, para el logro de su plan? ¿Deberá sobornar? ¿O, conociendo la alcurnia de sus compatriotas, tendrá que declinar a la ejecución de miras reconocidas como vitales, cesar el gobierno o quedar en él, amén de todo? ¿No es innegable que el hombre de auténtico carácter se ubica frente a un problema difícil entre su sugestión de lo imprescindible y su integridad de juicio, o mejor dicho su lealtad? ¿Dónde termina la línea entre la noción del deber para con la comunidad y la noción del deber para con el propia recato personal? ¿O es que, contrariamente, todo especulador deberá sentirse destinado a “operar” en política, ya que la principal responsabilidad nunca cargará sobre él, sino sobre una desconocida e inaprensible masa de gentes?

Álvaro José Castorino Anzoátegui

Campaña de desprestigio

Es cierto que existe una campaña de desprestigio en contra del Parlamento. Nadie lo puede negar. La ejecutan a la perfección, a cada paso que dan, la gran mayoría de los parlamentarios, con Víctor Bogado, Óscar Tuma, Yoyito Franco y otros a la cabeza. Mirta Gusinky también empieza a mostrar de qué esta hecha.

No nos merecemos este Congreso. Decir que nos representan significa admitir que somos un pueblo de delincuentes y aprovechadores.

Ramón Cáceres