Transcurridos seis meses de su Gobierno, el presidente Santiago Peña se muestra satisfecho. Es más, cree que la opinión pública percibe un “cambio”, lo que no parece acontecer en ámbitos tales como la seguridad, la salud y la educación pública, la corrupción y la institucionalidad.
Hace unos días el Jefe de Estado se sintió indignado al observar el deterioro de la infraestructura del Hospital Nacional de Itauguá; se indignaría aún más si visitara, por ejemplo, el hospital del Instituto Nacional del Cáncer y constatara sus tremendas carencias y los sufrimientos de los enfermos, como la falta de medicamentos y de equipos, que obligan a centenares de pacientes a esperar durante días que les toque el turno para quimioterapia. Hallará privaciones similares en la generalidad de los paupérrimos centros de salud y hospitales, incluidos los del Instituto de Previsión Social. Anunció la construcción de un nuevo gran nosocomio nacional, que sería bienvenido, toda vez que no se convierta en otro elefante blanco, otro cascarón vacío de elementos y personal indispensables. En contrapartida, podría pensarse, por ejemplo, en equipar los lamentables hospitales del Alto Paraguay, cuyos habitantes sufren lo indecible cada vez que se enferman de gravedad y tienen que emprender largas odiseas para encontrar remedio a sus males, a veces en centros sanitarios de países vecinos.
Si desea seguir conociendo la realidad nacional, podría también dirigirse al azar a algunas escuelas públicas para darse cuenta de las condiciones en que los alumnos deben comenzar las clases. Entretanto, el Ministerio de Educación y Ciencias derrocha sumas multimillonarias contratando consultorías para verificar lo bien sabido y alquilando lujosos departamentos para sus oficinas, mientras los edificios construidos para asiento de los ministerios en el Puerto de Asunción permanecen vacíos.
El despilfarro feroz es tan nocivo como la corrupción rampante, cuestión esta última de la que Santiago Peña se ha ocupado un par de veces. Antes del 15 de agosto de 2023 habló de eliminar la Secretaría Nacional Anticorrupción porque en diez años no habría descubierto nada, solo para volver luego sobre sus pasos, según su costumbre; en vez de esto, presentó en noviembre último una Estrategia Nacional de Combate a la Corrupción, elaborada tras una Cumbre de Poderes, en reemplazo del Plan Nacional de Integridad, Transparencia y Anticorrupción (2021-2025), lanzado por su antecesor, Mario Abdo Benítez. Como si los habituales cambios de nombre obraran el milagro de conseguir los objetivos propuestos. En efecto, nada indica que su “estrategia” vaya a ser ejecutada, debido a la fortaleza de los poderes fácticos, suponiendo que en verdad quiera hacerlo.
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Ayer, en la Conferencia Anual de la Red Interamericana de Compras Públicas, el primer mandatario dijo que “la omnipresente sombra de la corrupción” castiga sobre todo a los más vulnerables, algo que, en palabras más, palabras menos, se viene repitiendo desde hace años. En verdad, ya deberían proponerse soluciones reales. Se enorgulleció de la Dirección Nacional de Contrataciones Públicas y confesó que “somos prisioneros de las fórmulas heredadas”. Dejando de lado la perogrullada inicial, es de señalar que, bajo su Gobierno, Petróleos Paraguayos y el Ministerio de Justicia se vieron forzados a rescindir unos escandalosos contratos para la provisión de combustible, por un lado, y para la de computadoras y alimentos, por el otro. Se vieron obligados a hacerlo debido a denuncias periodísticas, sin que los titulares de ambas entidades fueran siquiera apercibidos por quien tiene a su cargo la administración general del país.
En cuanto a lo institucional, desde la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner, nunca nuestro país ha tenido tantos retrocesos, en lo que se refiere al irrespeto a la Constitución y a las leyes. A tal punto que diversos sectores de la ciudadanía están expresando, mediante manifestaciones públicas y pronunciamientos, su repudio a los atropellos que vienen sufriendo las libertades, un bien que los ciudadanos están dispuestos a defender con todas sus fuerzas. Y en este sentido, también gobiernos de otros países, a través de sus representantes, han expresado su inquietud en forma pública.
La ciudadanía está lejos de advertir cambios: continúa padeciendo males bien conocidos, porque Santiago Peña es incapaz de librarse de las “fórmulas heredadas”, que repite una y otra vez, como el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo, también imperantes en el Congreso, como bien lo sabrá el vicepresidente de la República, Pedro Alliana.
Hace ya medio año que el actual presidente dirige el Gobierno, y nueve meses desde que ganó las elecciones, cuando sus hombres ya se posicionaron en las instituciones gubernamentales para conocer su estado y desenvolvimiento. Además, anteriormente ya fue ministro de Hacienda, de modo que es tiempo suficiente para que presente verdaderas soluciones y deje de invocar las “fórmulas heredadas”. Hasta ahora no demuestra el coraje imprescindible para emprender las reformas que el Paraguay requiere para “estar mejor”. En verdad, la gente no lo está, salvo quienes se encuentran en los altos niveles del poder, sus familiares y allegados.