El viejo traje de dictador perpetuo utilizado por José Gaspar Rodríguez de Francia hasta 1840, desempolvado por Alfredo Stroessner en 1954 y utilizado hasta que hubo que quitárselo a la fuerza en 1989, nuevamente quiere salir del closet. Esta vez para ser reutilizado por Basilio “Bachi” Núñez como presidente de ese Congreso Nacional conocido como “Congreso de la vergüenza”.
El nuevo plan de avasallamiento cartista se conoce tras la sorpresiva convocatoria a una sesión extraordinaria realizada ayer para dar tratamiento a la modificación de varios artículos del reglamento interno de la Cámara de Senadores. El objetivo de esta sesión fue el adelantamiento de la elección de la mesa directiva del Senado y a la vez la extensión del mandato del presidente del Congreso a dos años.
Es decir, no les bastó con votar por aumentarse el salario a sí mismos en medio de un momento de crispación social por las acuciantes necesidades insatisfechas del resto de la población paraguaya, en especial, de los sectores más vulnerables, sino que ahora, una vez que ya están satisfechos, empalagados y relamiéndose los dedos, van por el postre: la perpetuidad en el poder. Así se comienza.
Este deseo insaciable de quedarse con todo colisiona con cualquier principio democrático, ya que impide la alternancia, el pluralismo, la participación equitativa y solo es equiparable con aquellos que han pasado a lo largo de la historia como dictadores perpetuos, ávidos de copamiento absoluto de poder y enemigos del disenso. En este caso, una dictadura parlamentaria que lentamente asoma las narices.
Para que esto pueda consumarse, nuestros glotones parlamentarios necesitan modificar el reglamento, y bien sabemos que para consolidar una dictadura y aniquilar un Estado de derecho, es necesario modificar la legislación vigente, extendiendo plazos de duración del cargo, incorporando la figura de la reelección y concentrando la mayor cantidad de prerrogativas posibles en una sola persona.
Pero ni esto es nuevo en la historia de la humanidad, ni Bachi es un iluminado en estrategias absolutistas. Recordemos aquella frase acuñada por Luis XIV en 1655 ante el Parlamento francés, cuando con solo 16 años consagraba una monarquía absoluta con la frase: “El Estado soy yo”. En Paraguay el dictador Stroessner, antes de perpetuarse en el poder tuvo que poner en marcha la elaboración de una nueva Constitución Nacional, la de 1967. Al año siguiente, en febrero de 1968 ganaba las elecciones presidenciales por “amplia mayoría”, posteriormente, en 1973 volvía a ganar las elecciones, una vez ya promulgada la nueva Constitución a su medida. Y fue así que logró ser reelecto siete veces previo ajuste de dicha Constitución para el efecto, antes de ser derrocado.
Esto demuestra un patrón de conducta de dictadores que buscan perpetuarse en el poder, eliminando los elementos que sostienen una democracia y concentrando el poder absoluto en ellos mismos, tal cual lo sabe hacer el cartismo a través de sus fieles colaboradores, como el que desea ser “reelecto a perpetuidad” mientras dure este Gobierno.
En este entuerto, Santiago Peña queda cada vez más despojado de poder, teniendo que ceder a un presupuesto abultado a conveniencia de los legisladores con tal de que le permitan llevar adelante algunos proyectos, cambiando de discurso entre lo que cree y lo que debe acatar. No debe extrañarnos que más adelante pretendan nuevamente introducir la idea de la reforma constitucional para contemplar la figura de la reelección presidencial, como otrora lo ha intentado hacer su líder mientras fue presidente, y solo fue contenido por la reacción ciudadana.
Y será en ese momento en que el pueblo paraguayo demostrará, como ya lo ha hecho, que no está dispuesto a soportar una nueva dictadura. Al pueblo paraguayo no lo detuvieron la corona española, ni dos guerras, ni un sanguinario torturador ni un aprendiz de dictador. No lo detendrán tampoco unos cuantos insaciables en el Congreso y mucho menos un Bachi Núñez que juega a consagrarse dictador mientras lo sigamos permitiendo.